No hay otra cosa más agradable a Dios, que obrar (como dice Santo Tomás) por los difuntos que en el purgatorio padecen, pues como cautivos, y peregrinos ansiosos, ya no trabajan, ni labran las tierras de sus almas para coger el fruto de las buenas obras, que necesitan para el camino que tienen que hacer, y a lo que a ellos les falta suplen los fieles con obras buenas, y las que ellas más desean son las virtudes en que ellas viviendo faltaron, y declararon muchas veces este deseo.
Lo que nos parece poca cosa o sin importancia en esta vida, puede suponer una gran carga en la otra. Infestada de peste la villa de Belpuch, que a pocos pueblos de España perdonó en el año de 1599, llegó a tanto extremo de necesidad que vio lastimosamente morir muchos de sus vecinos sin el socorro de los Santos Sacramentos. Informado de esto el Rector del Colegio de Lérida en Cataluña, que no dista mucho de dicha villa, propuso a la comunidad que gran servicio sería al Señor, y edificación del mundo, el sacrificarse en aquella ocasión por el bien espiritual de sus hermanos. Causó en todos tal emoción, que cada uno quisiera ser el primero, por lo que el rector decidió que, después de haber tenido un largo rato de oración, señalaría lo que su Divina Majestad le inspirase.
Así lo hizo, y entre los destinados fue el hermano Fray Pedro de Jesús, lego, y buen cirujano, de Ciudad Rodrigo. Partieron esa misma tarde, porque las horas se les hacían siglos, y llegando al día siguiente a su destino fue tan excesivo gozo que, puestos de rodillas, y derramando lágrimas, saludaron como teatro y escenario de sus mayores triunfos. Viéndolos llegar, salieron los vecinos a recibirlos con solemnes procesiones, y repique de campanas. Alegráronse con ellos, y habiendo dispuesto en el castillo algunas salas muy capaces para enfermerías, fue el primer ejercicio de su caridad dar sepultura a más de ochenta cuerpos, que se acumulaban por falta de quién lo hiciese.
Recogieron después algunos enfermos de los campos, y repartiendo entre sí las ocupaciones, Fray Pedro se dedicó a curarlos, enterrarlos, y hacer las sepulturas.
Lo que cada uno de aquellos santos en su ministerio trabajó fue tanto, que afirma un piadoso sacerdote que el fervor de su caridad les hacía olvidarse de sí, y el ímpetu del amor no les dejaba reparar ni en advertencias ni en peligros.
Como se refiere en las crónicas de la fundación de Lérida, Fray Pedro, no contento de gastar el día en curar a los enfermos, traer en hombros a los difuntos, empleaba las noches en desenterrar a muchos de los ya enterrados para darles eclesiástica sepultura. El hedor de los cuerpos en putrefacción era tal que acabó contagiado antes de los ocho días de su llegada, y en la noche de su muerte, al llegar un sacerdote que le asistía, le encontró derramando lágrimas. Pensando que eran de pena, le consoló con el cercano galardón y consuelo del descanso eterno, pero rehaciéndose, el enfermo le dijo: "no son, señor, mis lágrimas porque muero, por perder la vida, que para eso la quiero, sino porque no tengo otras muchas que ofrecer en servicio de Dios, y de los pobres y desamparados huérfanos", esas palabras le arrancaron el alma, y le llevaron al descanso eterno.
En Lérida, a la misma hora, el hermano Joseph de la Madre de Dios, religioso de probada santidad, le vio entrar en su celda, y tomando agua bendita, hacer una profunda inclinación a una imagen de Santa Verónica que en ella tenía. Turbóse, pero animándole el difunto, le dijo: "yo soy el hermano Fray Pedro de Jesús, que en esta hora acabo de espirar; pide perdón al padre Rector de mi parte del poco sufrimiento, y humildad, con que llevé la reprensión que tal día me hizo en secreto, porque por ella estoy en el purgatorio, y no saldré de aquí hasta que en sacrificio de la misa se ruegue por mí".
Desapareció y dando cuenta el hermano Joseph al Rector, se acordó él de la falta. Levantándose el prelado antes de amanecer, dijo una misa, y haciendo que otros también la dijeran, tuvo por cierto haberse ido a gozar de Dios.
Significativo es este caso del rendimiento humilde con que el Señor nos quiere en las correcciones, pues a un religioso que tanto hizo, y tanto se empeñó por su amor hasta dar la vida, no perdona ni deja sin castigo su culpa, por poco que parezca a nuestros flacos ojos.
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