Semana en el Oratorio

Mes de febrero, mes del Amor

15.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (62)



CAPÍTULO 15.
Se explica cómo a los recurrentes que comienzan a entrar en esta experiencia general de contemplación les conviene a veces aprovecharse del discurrir natural y obra de las potencias naturales.


1. Podría acerca de lo dicho haber una duda, y es si los aprovechantes, que es a los que Dios comienza a poner en esta experiencia sobrenatural de contemplación de la que hemos hablado, por el mismo caso que la comienzan a tener, no hayan ya para siempre de aprovecharse de la primera vía de meditación consistente en discurrir y en las formas naturales.
A lo cual se responde que no se entiende que los que comienzan a tener esta noticia amorosa en general de contemplación, nunca hayan ya de procurar el tener meditación, porque a los principiantes que ya están avanzando, en los cuales no está tan perfecto el hábito de ella de modo que, en el momento que ellos quieran, se puedan poner en el acto de esta contemplación ni, por lo semejante, están tan remotos de la meditación, que no puedan meditar y discurrir algunas veces naturalmente como solían, por las formas y pasos que solían, hallando allí aún algún provecho nuevo. Antes a estos principiantes, cuando por los indicios ya dichos echan de ver que no está el alma empleada en aquel sosiego y noticia, habrán menester aprovecharse del discurso, hasta que vengan en ella a adquirir el hábito que hemos dicho en alguna manera perfecto, que será cuando todas las veces que quieren meditar se quedan sin más en esta noticia y paz sin poder hacer ni tener gana de hacerlo, como hemos dicho. Porque, hasta llegar a este tiempo, que es ya de aprovechados en esto, ya hay de lo uno, ya de lo otro, en diferentes tiempos.

2. De manera que muchas veces se hallará el alma en esta amorosa y pacífica asistencia sin obrar nada con las potencias, esto es, acerca de actos particulares, no obrando activamente, sino sólo recibiendo; y muchas habrá menester ayudarse blanda y moderadamente del discurrir para ponerse en ese estado. Pero, puesta el alma en ese estado, ya hemos dicho que el alma no obra nada con las potencias, y que entonces antes es verdad decir que se obra en ella y que está obrada la inteligencia y sabor, en lugar de estar en una actitud activa, sino solamente tener advertencia el alma con amar a Dios, sin querer sentir ni ver nada. En lo cual pasivamente se le comunica Dios, así como al que tiene los ojos abiertos, que pasivamente sin hacer ningún otro esfuerzo más que tenerlos abiertos, se le comunica la luz. Y este recibir la luz que sobrenaturalmente se le infunde, es entender pasivamente, pero se dice que no obra, no porque no entienda, sino porque entiende en realidad que no le cuesta su industria, sino sólo recibir lo que le dan, como acaece en las iluminaciones e ilustraciones o inspiraciones de Dios.

3. Aunque aquí libremente recibe la voluntad esta noticia general y confusa de Dios, solamente es necesario, para recibir más sencilla y abundantemente esta luz divina, que no se procure el entreponer otras luces más palpables recurriendo a otras luces o formas o noticias o figuras de discurso alguno, porque nada que pueda conseguir es semejante a aquella serena y limpia luz. De donde, si quisiere entonces entender y considerar cosas particulares, aunque más espirituales fuesen, impediría la luz limpia y sencilla general del espíritu, y colocaría una especie de nubes en medio, así como al que delante de los ojos se le pusiese alguna venda en la cual, cegado la vista, se le impidiese la luz y se quedaría sin ver lo que tiene adelante.

4. De donde se sigue de forma clara que, en cuanto el alma se acabe de purificar y vaciar de todas las formas e imágenes aprehensibles, se quedará en esta pura y sencilla luz, transformándose en ella en estado de perfección, porque esta luz nunca falta en el alma pero, por las formas y velos de criatura con que el alma está velada y enlodada, no se le infunde. De manera que si quitase estos impedimentos y velos del todo, como después se dirá, quedándose en la pura desnudez y pobreza de espíritu, esta alma, ya sencilla y pura, se transformará en la sencilla y pura sabiduría, que es el Hijo de Dios; porque faltando lo natural al alma enamorada, luego se infunde de lo divino, natural y sobrenaturalmente, porque en la naturaleza de las cosas no se da el vacío.

5. Aprenda el espiritual a estarse por tanto con advertencia amorosa en Dios, con sosiego de entendimiento, cuando no puede meditar, aunque le parezca que no hace nada. Porque así, poco a poco y muy presto, se infundirá en su alma el divino sosiego y paz con admirables y elevadas experiencias de Dios, envueltas en divino amor. Y no se entremeta en formas, meditaciones e imaginaciones, o algún discurso, con el fin de crear desasosiego al alma y así terminar por sacarla de su contento y paz, porque solo recibirá entonces desabrimiento y repugnancia. Y si, como hemos dicho, le hiciere escrúpulo el pensar que no logra hacer nada, advierta que no hace poco en pacificar el alma y ponerla en sosiego y paz, sin obra alguna ni apetito, que es lo que Nuestro Señor nos pide por David (Sal. 45, 11), diciendo: "Aprended a estaros vacíos de todas las cosas" -es a saber, interior y exteriormente-, "y vereis cómo yo soy Dios".


14.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (61)



11. Y la causa de este olvido es la pureza y sencillez de esta experiencia la cual, ocupando al alma, así la pone sencilla y pura y limpia de todas las aprehensiones y formas de los sentidos y de la memoria, por donde el alma obraba en tiempo presente, y así la deja en olvido y sin tiempo. De donde al alma esta oración aunque, como decimos, le dure mucho, le parece brevísima, porque ha estado unida en inteligencia pura, que está fuera de todo tiempo. Y es la oración breve de que se dice (Ecli. 35, 21) que penetra los cielos. Porque es breve se refiere a porque no es en tiempo, y porque penetra los cielos se refiere a que el alma está unida en inteligencia celestial. Y así, esta experiencia deja al alma, cuando lo recuerda, con los efectos que hizo en ella sin que ella los sintiese hacer, que son levantamiento de mente a inteligencia celestial y enajenación y abstracción de todas las cosas y formas, y figuras, y memorias de ellas. Lo cual dice David (Sal. 101, 8) haberle a él acontecido, volviendo en sí del mismo olvido, diciendo: "Recordé y me hallé hecho como el pájaro solitario en el tejado". Dice solitario refiriéndose, a saber, de todas las cosas enajenado y abstraído; y en el tejado, es a saber, elevada la mente en lo alto. Y así se queda el alma como ignorante de todas las cosas, porque solamente sabe de Dios sin saber cómo. De donde la Esposa declara en los Cantares (6, 11), entre los efectos que en ella hizo este su sueño de olvido, este no saber, cuando dice que descendió a él, diciendo: Nescivi, esto es: "no supe".
De donde, aunque como hemos dicho al alma en esta experiencia le parezca que no hace nada, ni está empleada en nada, porque no obra nada con los sentidos ni con las potencias, sin embargo no se está perdiendo tiempo porque, aunque cese la armonía de las potencias del alma, la inteligencia de ella está de la manera que hemos mencionado. Que por eso la Esposa, que era sabia, también en los Cantares (5, 2) se respondió ella a sí misma en esta duda, diciendo: "Aunque duermo yo" -según lo que yo soy naturalmente, cesando de obrar-, "mi corazón vela", sobrenaturalmente elevado en esta experiencia sobrenatural.

12. Pero es de saber que no se ha de entender que esta experiencia ha de causar por fuerza este olvido para ser como aquí decimos, que eso sólo ocurre cuando abstrae al alma del ejercicio de todas las potencias naturales y espirituales, lo cual sucede las menos de las veces, porque no siempre ocupa toda el alma. Que, para que sea suficiente para el caso que vamos tratando, basta que el entendimiento este abstraído de cualquiera noticia particular, ahora temporal, ahora espiritual, y que no tenga gana la voluntad de pensar acerca de unas ni de otras, como hemos dicho, porque entonces es señal que está el alma empleada.
Y este indicio se ha de tener para entender que lo está cuando esta experiencia sólo se aplica y comunica al entendimiento, que es cuando a veces el alma no lo echa de ver. Porque, cuando juntamente se comunica a la voluntad, que es casi siempre, poco o mucho no deja el alma de entender, si quiere percatarse de ello, que está empleada y ocupada en esta noticia, por cuanto se siente con sabor de amor en ella, sin saber ni entender particularmente lo que ama. Y por eso la llama "experiencia amorosa general" porque, así como lo es en el entendimiento, comunicándose a él oscuramente, así también lo es en la voluntad, comunicándola sabor y amor solapadamente, sin que sepa diferenciar lo que ama.

13. Esto baste ahora para entender cómo le conviene al alma estar empleada en esta noticia para tener que dejar la vía del discurso espiritual y para asegurarse que, aunque no le parezca que hace nada el alma, está bien empleada, si se ve con las mencionadas señales, y para que también se entienda, por la comparación que hemos comentado cómo, no porque esta luz se represente al entendimiento más comprensible y palpable, como hace el rayo del sol al ojo cuando está lleno de partículas, por eso la ha de tener el alma por más pura, subida y clara, pues es evidente que, según dice Aristóteles y los teólogos, cuanto más alta es la luz divina y más sublime, más oscura es para nuestro entendimiento.

14. De esta divina experiencia hay mucho que decir, así de ella en sí como de los efectos que hace en los contemplativos. Todo lo dejamos para su lugar, porque aún lo que hemos dicho en este no había por qué alargarnos tanto, si no fuera por no dejar esta doctrina algo más confusa de lo que queda, porque es cierto, yo confieso le queda mucho. Porque, dejado que es materia que pocas veces se trata por este estilo, ahora de palabra como de escritura, por ser ella en sí extraordinaria y oscura, añádese también mi torpe estilo y poco saber. Y así, estando desconfiado de que lo conseguiré dar a entender, muchas veces entiendo me alargo demasiado y salgo fuera de los límites que bastan al lugar y parte de la doctrina que voy tratando. En lo cual yo confieso hacerlo, a veces, como precaución con el fin de lo que no se da a entender por unas razones, quizá se entenderá mejor por aquellas o por otras, y también porque entiendo que así se va dando más luz para lo que se ha de decir adelante. Por lo cual me parece también necesario (para concluir con esta parte) dar respuesta a una duda que puede haber acerca de la continuación de esta experiencia, y será de forma breve en el siguiente capítulo.


13.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (60)



6. Y que la tercera señal sea conveniente y necesaria para poder dejar la forma de meditación mencionada, la cual es la comunicación o advertencia general y amorosa en Dios, tampoco entiendo era menester decir aquí nada, por cuanto ya en la primera parte queda dado a entender algo y, más tarde, de ella hemos de tratar específicamente, cuando hablemos de esta comunicación general y solapada en su lugar, que será después de todas las aprehensiones personales del entendimiento. Pero diremos sola una razón con que se vea claro cómo, en caso que el contemplativo haya de dejar la vía de meditación y discurso, le es necesaria esta noticia o advertencia amorosa en general de Dios. Y es porque, si el alma entonces no tuviese esta noticia o asistencia en Dios, se desprendería de ahí que ni haría nada ni tendría nada el alma en cuanto al ejercicio acerca de Dios porque, dejando la meditación, mediante la cual obra el alma discurriendo con las potencias sensitivas y faltándole tambien la contemplación, que es la noticia general que decimos, en la cual tiene el alma en actuación las potencias espirituales, que son memoria, entendimiento y voluntad, unidas ya en esta noticia obrada ya y recibida en ellas, le faltaría necesariamente al alma todo ejercicio acerca de Dios, como quiera que el alma no pueda obrar ni recibir lo obrado, si no es por vía de estas dos maneras de potencias sensitivas y espirituales. Porque, como hemos dicho, mediante las potencias sensitivas puede ella discurrir y buscar y obrar con lo que le llega de los objetos, y mediante las potencias espirituales puede gozar las noticias ya recibidas en estas dichas potencias, sin que obren ya esas potencias (es decir, sin necesidad de recurrir a esos objetos).

7. Y así, la diferencia que hay del ejercicio que el alma hace acerca de las unas y de las otras potencias, es la que hay entre ir obrando y gozar ya de la obra hecha, o la que hay entre el trabajo de ir caminando y el descanso y quietud que hay en el término; o también sería de diferente como diferente es estar guisando la comida, o estar comiéndola y gustándola ya guisada y masticada, sin alguna manera de ejercicio de obra; o también entre la diferencia de ir recibiendo, y aprovechándose ya de lo recibido. Y así, si acerca del obrar con las potencias sensitivas, que es la meditación y discurso, o acerca de lo ya recibido y obrado en las potencias espirituales, que es la contemplación y comunicación que hemos dicho, no estuviese el alma empleada estando relajada de las unas y de las otras, no habría de dónde ni por dónde se pudiese decir que estaba el alma empleada. Es, pues, necesaria esta noticia para entonces dejar la vía de meditación y del discurrir.

8. Pero conviene aquí saber que esta noticia general de la que estamos hablando es a veces tan sutil y delicada, mayormente cuando ella es más pura y sencilla y perfecta y más espiritual e interior, que el alma, aunque está empleada en ella, no la echa de ver ni la siente. Y esto acontece más cuando decimos que ella es en sí más clara y perfecta y sencilla. Y es de esa forma cuando ella embiste en un alma más limpia y ajena de otros pensamientos y noticias particulares en que podría hacer presa el entendimiento o sentido la cual, por carecer de estas distracciones de las cuales el entendimiento y sentido tiene habilidad y costumbre de ejercitarse, no la siente, por cuanto le faltan sus acostumbrados sensibles. Y esta es la causa por donde, estando ella más pura y perfecta y sencilla, menos la siente el entendimiento y más oscura le parece. Y así, por el contrario, cuanto ella está en sí en el entendimiento menos pura y simple, más clara y de más proporción le parece que ella sea al entendimiento, por estar ella vestida o mezclada o envuelta en algunas formas inteligibles, en que puede tropezar el entendimiento o sentido y encontrarla.

9. Lo cual se entenderá bien por esta comparación. Si consideramos en el rayo del sol que entra por la ventana vemos que, cuanto el dicho rayo está más poblado de polvo y motas, mucho más palpable y sensible y más visible le parece a la vista del sentido. Y sin embargo es evidente que entonces el rayo está menos puro y menos claro en sí, y menos sencillo y perfecto, pues está lleno de tantas motas y polvillo. Y tambien vemos que cuando está más puro y limpio de aquellas motas y partículas, menos palpable y más oscuro le parece al ojo material, porque le pasa más desapercibido cuanto más limpio está, y así tanto más oscuro y menos aprehensible le parece. Y si del todo el rayo estuviese limpio y puro de todas las partículas y motas, hasta de los más sutiles polvitos, del todo parecería oscuro e incomprehensible el dicho rayo al ojo, por cuanto allí faltan los visibles, que son objeto de la vista, que le dan forma. Y así, el ojo no halla materia en la cual reparar, porque la luz no es propio objeto de la vista, sino el medio con que ve lo visible y así, si faltaren elementos extraños en que el rayo o la luz hagan reflexión, nada se verá. De donde si entrase el rayo por una ventana y saliese por otra, sin topar en cosa alguna que pudiese darle forma o cuerpo, no se vería nada y, con todo eso, el rayo estaría en sí más puro y limpio que cuando, por estar lleno de cosas visibles, se veía y sentía más fácil.

10. De la misma manera acontece acerca de la luz espiritual en la vista del alma, que es el entendimiento, en el cual esta general noticia y luz que vamos diciendo y que es sobrenatural, embiste tan pura y sencillamente y tan desnuda ella y ajena de todas las formas inteligibles que son objetos del entendimiento, que ese entendimiento no la siente ni la logra ver antes, a veces, que es cuando ella es más pura, le hace tiniebla, porque le enajena de sus acostumbradas luces, de formas y fantasías, y entonces se siente bien y se satisface en ver esa forma de tiniebla. Mas, cuando esta luz divina no embiste con tanta fuerza en el alma, ni siente tiniebla, ni ve luz, ni aprehende nada que ella sepa, de acá ni de allá y, por tanto, se queda el alma a veces como en un gran olvido, que ni supo dónde se estaba, ni qué estaba haciendo, e incluso le parece que ni ha pasado por ella el tiempo. De donde puede ocurrir, y así es, que se pasen muchas horas en este olvido y al alma, cuando vuelve en sí, simplemente le parece que fue un momento o que no estuvo nada en este estado de contemplación recogida.


12.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (59)



CAPÍTULO 14.
Se muestra la conveniencia de estas señales, dando razón de la necesidad de lo dicho en ellas para poder avanzar.


1. Acerca de la primera señal que decíamos, se debe saber que el tener el espiritual (para entrar en la vía del espíritu, que es la contemplativa) de dejar la vía imaginaria y de meditación sensible cuando ya no gusta de ella ni puede discurrir, es por dos cosas que casi se encierran en una:
La primera, porque en cierta manera se le ha dado al alma todo el bien espiritual que había de hallar en las cosas de Dios por vía de la meditación y del discurso, cuyo indicio es el no poder ya meditar ni discurrir como antes y no hallar en ello fruto ni gusto de nuevo como antes encontraba, puesto que no había recorrido hasta entonces en el espíritu todo lo que allí había para él. Porque, ordinariamente, todas las veces que el alma recibe algún bien espiritual, lo recibe gustando, a lo menos con el espíritu, en aquel medio por donde lo recibe y le hace provecho y, si no, por casualidad le aprovecha, puesto que ni halla en la causa de él aquel ánimo y fruto que halla cuando lo recibe mientras recorre esta vía. Porque es al modo que dicen los filósofos, "quod sapit, nutrit", esto es: "lo que da sabor, cría y engorda". Por lo cual dijo el santo Job (6, 6): "¿Come alguien lo soso sin sal, o saca gusto al jugo de malva?". Esta es la causa de no poder considerar ni discurrir como antes: el poco sabor que en ello halla el espíritu y el poco provecho.

2. La segunda es porque ya el alma en este tiempo tiene el espíritu de la meditación en sustancia y hábito. Porque es de saber que el fin de la meditación y discurso en las cosas de Dios es sacar alguna noticia y amor de Dios, y cada vez que por la meditación el alma la saca, es un acto. Y así como muchos actos en cualquiera cosa vienen a engendrar hábito en el alma, así muchos actos de estas noticias amorosas, que el alma ha ido sacando en veces repetidamente, vienen por el uso a continuarse tanto, que se hace hábito en ella. Lo cual también Dios suele hacer en muchas almas sin medio de estos actos, a lo menos sin haber precedido muchos, poniendolas pronto en contemplación. Y así, lo que antes el alma iba sacando en veces por su trabajo de meditar en noticias particulares ya, como decimos, por el uso se ha hecho y vuelto en ella en hábito y sustancia de una noticia amorosa general, no distinta ni particular como antes. Por lo cual, en poniendose en oración, ya como quien tiene allegada el agua, bebe sin trabajo en suavidad, sin ser necesario sacarla por los arcaduces de las pesadas consideraciones y formas y figuras. De manera que, luego en poniéndose delante de Dios, se pone en acto de noticia confusa, amorosa, pacífica y sosegada, en que está el alma bebiendo sabiduría y amor y sabor.

3. Y esta es la causa de por qué el alma siente mucho trabajo y sinsabor cuando, estando en este sosiego, la quieren hacer meditar y trabajar en particulares noticias. Porque le acaece como a niño que, estando recibiendo la leche, que ya tiene en el pecho allegada y junta, le quitan el pecho y le hacen que con la diligencia de su estrujar y manosear la vuelva a querer sacar y juntar; o como el que, habiendo quitado la corteza de un fruto, está gustando la sustancia, si se la hiciesen dejar para que volviese a quitar la dicha corteza que ya estaba retirada, ni hallaría ya la corteza y además dejaría de gustar de la sustancia que ya tenía entre las manos; siendo en esto semejante al que deja la presa que tiene por la que no tiene o espera tener, cuando bien podría regalarse con lo capturado.

4. Y así hacen muchos que comienzan a entrar en este estado que, pensando que todo el negocio está en ir discurriendo y entendiendo particularidades por imágenes y formas, que son la corteza del espíritu, como no las hallan en aquella quietud amorosa y sustancial en que se quiere quedar su alma, donde no entienden cosa clara, piensan que se van desviando y que pierden el tiempo, y vuelven a buscar la corteza de su imagen y discurso, la cual no hallan, porque está ya retirada. De esta forma ni gozan la sustancia ni hallan meditación y encima se turban a sí mismos, pensando que vuelven atrás y que se pierden. Y, a la verdad, se pierden (aunque no como ellos piensan), porque se pierden en sus propios sentidos y a la primera manera de sentir, lo cual es irse agarrando y adueñando del espíritu que se les va dando, pero sin embargo es precisamente en este momento que cuanto van ellos menos entendiendo, van entrando más en la noche del espíritu, de la cual en este libro tratamos, por donde han de pasar para unirse con Dios sobre todo otro saber.

5. Acerca de la segunda señal poco hay que decir, porque ya se ve que de necesidad no ha de gustar el alma en este tiempo de otras imágenes diferentes, que son del mundo; pues de las que son más conformes, que son las de Dios, según hemos dicho, no gusta por las causas ya dichas. Solamente, como arriba queda anotado, suele en este recogimiento la imaginación ir de suyo, y venir y variar, mas no con gusto y voluntad del alma, antes en ello siente pena porque la inquietan en su paz y sabor.


11.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (58)



CAPÍTULO 13.
Se exponen las señales que ha de tener en sí el espiritual por las cuales pueda conocer en qué tiempo le conviene dejar la meditación y discurso y pasar al estado de contemplación.


1. Y para que esta doctrina no quede confusa, convendrá en este capítulo dar a entender a qué tiempo y sazón convendrá que el espiritual deje la obra del discursivo meditar por las dichas imaginaciones y formas y figuras, con el fin de que no se abandonen éstas ni antes ni después que lo pida el espíritu. Porque, así como conviene dejarlas a su tiempo para ir a Dios, para que no impidan avanzar, así tambien es necesario no dejar la dicha meditación imaginaria antes de tiempo para no volver atrás. Y aunque hay que tener claro que no sirven las aprehensiones de estas potencias para medio próximo de unión a los que ya van más avanzados, todavía sirven de medio remoto a los principiantes para disponer y habituar el espíritu a lo espiritual por medio del sentido, y como camino en donde despejar de ese sentido todas las otras formas e imágenes bajas, temporales, seculares y naturales. Para lo cual diremos aquí algunas señales y muestras que ha de tener en sí el espiritual, con las cuales podrá darse cuenta de si convendrá dejar el discurrir o no en según qué tiempo.

2. La primera de estas señales es ver en sí mismo que ya no puede meditar ni discurrir con la imaginación, ni gustar de ello como solía hacerlo antes, más bien halla ya sequedad en lo que anteriormente solía fijar el sentido y sacar fruto. Pero en tanto que sacare fruto y pudiere discurrir en la meditación, no la ha de dejar, si no fuere cuando su alma se pusiere en la paz y quietud que se dice en la tercera señal.

3. La segunda es cuando ve que no le viene ningún ánimo de poner la imaginación ni el sentido en otras cosas particulares, exteriores ni interiores. No digo que a veces tenga ánimos y otras no, que entonces aún es que está libre en su recogimiento, sino más bien que no guste el alma de colocarse a propósito y específicamente en esas disposiciones imaginativas.

4. La tercera y más cierta es si el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa a Dios, sin particular consideración, en paz interior y quietud y descanso y sin actos y ejercicios de las potencias, memoria, entendimiento y voluntad -a lo menos discursivos, que es precisamente el ir de uno en otro-, sino sólo con la atención y experiencia general amorosa en concreto, sin particular discurrir y sin tener que entender sobre qué.

5. El espiritual ha de sentir estas tres señales juntas, como mínimo, para que así prosiga en atreverse con seguridad a dejar el estado de meditación y del sentido y entrar en el de contemplación y del espíritu.

6. Y no basta tener la primera de estas señales sola sin la segunda, porque podría ser que no poder ya imaginar y meditar en las cosas de Dios como antes fuese por su distracción y poca diligencia, por lo que también debe experimentar también la segunda, que es no tener gana ni apetito de pensar en otras cosas extrañas. Porque, cuando procede de distracción o tibieza el no poder fijar la imaginación y sentido en las cosas de Dios, luego tiene apetito y ganas de ponerla en otras cosas diferentes y resulta que ese es el motivo de irse de allí.
Ni tampoco basta ver en sí la primera y segunda señal, si no viere juntamente la tercera, y es que aunque se vea que no puede discurrir ni pensar en las cosas de Dios, y que tampoco le dan ánimos pensar en las que son diferentes fuera del Señor, podría proceder de apatía, tristeza, hastío o de algún otro atisbo de humor puesto en la cabeza o en el corazón, que suelen causar en el sentido cierto empapamiento y suspensión que le hacen no pensar en nada, ni querer ni tener gana de pensarlo, sino solo estarse en aquel embelesamiento perezoso por un estado apocado. Contra lo cual ha de tener la tercera, que es experimentar una sensación y atención amorosa en la paz y tranquilidad de su relación en silencio con Dios, etc., como explicamos líneas arriba.

7. Aunque verdad es que a los principiantes, cuando comienza este estado, casi no caen en la cuenta de esta experiencia amorosa. Y esto ocurre por dos causas: la primera, porque al principio suele ser esta noticia amorosa muy sutil y delicada y casi insensible; y la otra porque, habiendo estado habituada el alma al otro ejercicio de la meditación, que es totalmente sensible, no echa de ver ni casi siente esta otra novedad insensible, que es ya pura de espíritu, mayormente cuando, por no entender sobre ella, no se deja sosegar en este estado, inclinándose hacia otro más sensible con lo cual, aunque más abundante sea la paz interior amorosa, no se da lugar a sentirla y gozarla palpablemente. Pero, cuanto más se fuere habituando el alma en dejarse sosegar, irá siempre creciendo en ella y sintiendo más aquella amorosa comunicación general de Dios, de que gusta el alma más que de todas las cosas, porque le causa paz, descanso, sabor y deleite sin trabajo.

8. Y, para que quede más claro lo dicho, daremos las causas y razones en el capítulo siguiente, por donde se verá la necesidad de las dichas tres señales para encaminar al espíritu.