Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

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13.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (90)



CAPÍTULO 27.
Se explica en qué consisten el segundo género de revelaciones, las cuales tratan sobre el descubrimiento de secretos y misterios ocultos. También se muestra la manera en que pueden servir para la unión con Dios, y en qué nos pueden dificultar, así cómo el demonio puede engañar mucho en esta materia.


1. El segundo género de revelaciones decíamos que eran las tocantes a la manifestación de secretos y misterios ocultos. Este puede ser de dos maneras:
La primera, acerca de lo que es Dios en sí, y en esta se incluye la revelación del misterio de la Santísima Trinidad y unidad de Dios.
La segunda es acerca de lo que es Dios en sus obras, y en esta se incluyen los demás artículos de nuestra fe católica y las proposiciones que explícitamente acerca de esas obras puede haber de realidades. En las cuales se incluyen y encierran mucho número de las revelaciones de los profetas, de promesas y amenazas de Dios, y otras cosas que habían y han de acontecer acerca de este negocio de fe.
Podemos también incluir dentro de esta segunda manera otros muchos aspectos particulares que Dios ordinariamente revela, así acerca del universo en general, como también en particular acerca de reinos, provincias y estados y familias y personas particulares.
De lo cual tenemos en las Divinas Letras ejemplos en abundancia, así de lo uno como de lo otro, mayormente en todos los Profetas en los cuales se hallan revelaciones de todas estas maneras. Que, por ser cosa clara y evidente, no quiero gastar tiempo en alegarlos aquí, sino decir que estas revelaciones no sólo acontecen de palabra, sino que las hace Dios de muchos modos y maneras: a veces con palabras solas, a veces simplemente por señales, a veces tan sólo por figuras e imágenes y semejanzas, a veces juntamente con lo uno y con lo otro, como también es de ver en los Profetas, particularmente en todo el Apocalipsis, donde no solamente se hallan todos los géneros de revelaciones que hemos dicho, ya que también en él se encuentran los modos y maneras que acabamos de mencionar.

2. De estas revelaciones que se incluyen en la segunda manera, todavía las hace Dios en este tiempo a quien quiere. Porque suele revelar a algunas personas los días que han de vivir, o los trabajos que han de tener, o lo que ha de pasar por tal o tal persona, o por tal o tal reino, etc. Y aun acerca de los misterios de nuestra fe, descubrir y declarar al espíritu las verdades de ellos, aunque en realidad esto no se llama propiamente revelación, por cuanto ya está revelado, antes sería más bien manifestación o declaración de lo ya revelado.

3. Acerca de este género de revelaciones puede el demonio interferir mucho porque, como las revelaciones de este género ordinariamente son por palabras, figuras y semejanzas, etc., puede el demonio muy bien fingir otro tanto, mucho más que cuando las revelaciones los son sólo en espíritu. Y, por tanto, si acerca de la primera manera y la segunda que decíamos, en cuanto a lo que toca a nuestra fe se nos revelase algo novedoso o cosa diferente, de ningún modo hemos de dar el consentimiento, aunque tuviesemos evidencia que aquel que lo decía era un ángel del cielo, porque así lo dice san Pablo (Gl. 1, 8) claramente: "Aunque nosotros o un ángel del cielo os declare o predique otra cosa fuera de la que os hemos predicado, sea anatema".


11.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (88)



12. De lo uno y de lo otro tenemos testimonios claros en la sagrada Escritura. Porque, acerca del conocimiento espiritual que se puede tener de las cosas, dice el Sabio (Sab. 7, 17­21) estas palabras: "Me dio Dios ciencia verdadera de las cosas que son: la constitución del universo y las propiedades de los elementos, el comienzo, el fin y el entretiempo; las posiciones del sol y la alternancia de las estaciones, los ciclos del año y el movimiento de las estrellas; las diferentes especies y el comportamiento de las fieras salvajes; el poder de los espíritus y los problemas de los hombres; la variedad de las plantas y las propiedades de sus raíces. Supe, pues, todo lo que está oculto y todo lo que se ve, puesto que la sabiduría que lo ha hecho todo me lo enseñaba. En ella se encuentra un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, ágil, móvil, penetrante, puro, límpido, no puede corromperse, orientado al bien y eficaz".
Y, aunque este conocimiento que dice aquí el Sabio que le dio Dios de todas las cosas fue infuso y general, por esta autoridad se prueban suficientemente todas las experiencias que particularmente infunde Dios en las almas por vía sobrenatural cuando Él quiere. No porque les de hábito general de ciencia, como se dio a Salomón en lo mencionado anteriormente, sino descubriendoles a veces algunas verdades acerca de cualesquiera de todas estas cosas que aquí cuenta el Sabio.
Cierto es que Nuestro Señor acerca de muchas cosas infunde hábitos a muchas almas (aunque nunca tan generales como el de Salomón), tal como aquellas diferencias de dones que cuenta san Pablo (1 Cor. 12, 8­10) que reparte Dios, entre los cuales pone sabiduría, ciencia, fe, profecía, discreción o conocimiento de espíritus, inteligencia de lenguas, declaración de las palabras, etc. Todas esas destrezas o conocimientos son hábitos infusos, que gratis los da Dios a quien quiere, ahora natural, ahora sobrenaturalmente. En forma natural como a Balam y otros profetas idólatras y muchas sibilas a quien dio espíritu de profecía; y sobrenaturalmente, como a los santos Profetas y Apóstoles y otros santos.

Pero, aparte de estos hábitos o gracias "gratis data", lo que decimos es que las personas perfectas o las que ya van avanzando en perfección, muy ordinariamente suelen tener ilustración y noticia de las cosas presentes o ausentes, lo cual conocen por el espíritu que tienen ya ilustrado y purgado. Acerca de esto podemos entender aquella autoridad de los Proverbios (27, 19), que dice: "De la manera que en las aguas se reflejan los rostros de los que en ellas se miran, así los corazones de los hombres son manifiestos a los prudentes", por lo que se entiende referirse a aquellos que tienen ya sabiduría de santos, de lo cual dice la sagrada Escritura que es prudencia (Pv. 9, 10). Y a este modo, también estos espíritus conocen a veces sobre las demás cosas, aunque no siempre que ellos quieren, que eso es sólo para los que tienen el hábito, y aun esos no tampoco siempre en todo, porque es como Dios quiere dotarles.

14. Pero es de saber que estos que tienen el espíritu purgado, con mucha facilidad llegan a tener la habilidad natural para conocer, y unos más que otros, lo que hay en el corazón o espíritu interior, y las inclinaciones y talentos de las personas, siendo esto por indicios exteriores, aunque sean muy pequeños, como por palabras, movimientos y otras muestras. Porque, así como el demonio puede esto, porque es espíritu, así también lo puede el espiritual, según el dicho del Apóstol (1 Cor. 2, 15) que dice: "El espiritual todas las cosas juzga". Y otra vez (1 Cor. 2, 10) dice: "El espíritu todas las cosas penetra, hasta las cosas profundas de Dios". De donde, aunque materialmente no pueden los espirituales conocer los pensamientos o lo que hay en el interior de las personas, por ilustración sobrenatural del Espíritu Santo o por indicios bien lo pueden entender. Y aunque en el conocimiento hecho por los indicios que les llegan muchas veces se pueden engañar, la mayoría de las veces aciertan. Mas ni de lo uno ni de lo otro hay que fiarse, porque el demonio se entromete aquí enormemente y con mucha sutileza, como luego diremos, y así siempre se han de renunciar y rechazar las tales inteligencias y noticias.


25.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (132)




CAPÍTULO 28.
Se muestran los siete daños en que se puede caer poniendo el gozo de la voluntad en los bienes morales.


1. Los daños principales en que puede una persona caer por el gozo vano de sus buenas obras y costumbres, hallo que son siete, y muy perniciosos, porque son espirituales, los cuales referiré aquí brevemente.

2. El primer daño es vanidad, soberbia, vanagloria y presunción; porque gozarse de sus obras no puede hacerse sin estimarlas (al menos de algún modo). Y de ahí nace la jactancia y todo lo demás, como se dice del fariseo en el Evangelio (Lc. 18, 12), que oraba y se congraciaba con Dios con jactancia de que ayunaba y hacía otras buenas obras.

3. El segundo daño comúnmente va entrelazado con este, y es que juzga a los demás por malos e imperfectos comparativamente, pareciendole que no hacen ni obran tan bien como él, estimándolos en menos en su corazón, y a veces por la palabra. Y este daño también lo tenía el fariseo (Lc. 18, 11), pues en sus oraciones decía: "Gracias te doy que no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros". De manera que en un solo acto caía en estos dos daños estimándose a sí y despreciando a los demás. También el día de hoy hacen muchos algo similar, diciendo: "No soy yo como fulano, ni obro esto ni aquello como este o el otro". Y aún son peores que el fariseo muchos de estos, ya que él no solamente despreció a los demás, sino tambien señaló parte, diciendo: "Ni soy como este publicano", mas ellos, no contentándose con eso (estimarse a sí) ni con lo otro (despreciar a los demás), llegan a enojarse y a envidiar cuando ven que otros son alabados o que hacen o valen más que ellos.

4. El tercer daño es que, como en las obras miran al gusto, comúnmente no las hacen sino cuando ven que de ellas han de obtener algún placer y alabanza y así, como dice Cristo (Mt. 23, 5), todo lo hacen "ut videantur ab hominibus" ("para ser vistos por los hombres"), y no obran sólo y únicamente por amor de Dios.

5. El cuarto daño es continuación de este último, y es que no hallarán galardón en Dios, puesto que ellos han querido hallarle en esta vida de gozo o consuelo, o de interés de honra o de otra manera, buscando eso en sus obras y no a Dios. Por lo cual dice el Salvador (Mt. 6, 2) que en aquello recibieron ya la paga (en el propio gusto y gozo). Y así, se quedaron sólo con el trabajo de la obra y confusos sin galardón.
Hay tanta miseria acerca de este daño en los hijos de los hombres, que tengo para mí que la gran mayoría de las obras que hacen públicas, o son viciosas, o no les valdrán nada, o son imperfectas delante de Dios, por no ir ellos desasidos de estos intereses y respetos humanos. Porque, ¿qué otra cosa se puede juzgar de algunas obras y memorias que algunos hacen e instituyen, cuando no las quieren hacer sin que vayan envueltas en honra y respetos humanos de la vanidad de la vida, o perpetuando en ellas su nombre, linaje o señorío, hasta poner de esto sus señales (nombres) y blasones en los templos, como si ellos se quisiesen poner allí en lugar de la imagen a venerar, donde todos hincan la rodilla, en las cuales obras de algunos se puede decir que se adoran a sí mismos más que a Dios? Lo cual es verdad si por aquello las hicieron, y si no obtienen eso no las hicieran.
Pero, dejados estos que son de los peores, ¿cuántos hay que de muchas maneras caen en muchos daños al realizar sus obras? De los cuales, unos quieren que se las alaben, otros que se las agradezcan, otros las cuentan y gustan que lo sepa fulano y fulano y aún sean publicadas por todo el mundo, y a veces quieren que pase la limosna o lo que hacen por terceros para se sepa más, otros quieren lo uno y lo otro (o todo a la vez), lo cual es el tañer de la trompeta, que dice el Salvador en el Evangelio (Mt. 6, 2) que hacen los vanos, que por eso no obtendrán de sus obras galardón de Dios.

6. Deben, pues, estas personas para huir de este daño, esconder la obra, que sólo Dios la vea, no queriendo que nadie haga caso. Y no sólo la han de esconder de los demás, más aún -y sobre todo- de sí mismas, esto es: que ni ellas se quieran complacer en lo que obran, ni estimar sus obras como si fuesen algo, ni sacar gusto de ellas, como espiritualmente se entiende aquello que dice Nuestro Señor (Mt. 6, 3): "No sepa tu siniestra lo que hace tu diestra", que es como decir: "no estimes con el ojo temporal y carnal la obra que haces espiritual". Y de esta manera se recoge la fuerza de la voluntad en Dios y lleva fruto delante de Él dicha obra, con lo cual no sólo no la perderá sino que será de gran mérito. Y a este propósito se entiende aquella sentencia de Job, cuando dice (31, 26-28): "Si yo besé mi mano con mi boca", que es iniquidad y pecado grande, "y se gozó en escondido mi corazón". Porque aquí por la "mano" entiende la obra y por la "boca" entiende la voluntad que se complace en ellas. Y porque es, como decimos, complacencia en sí mismo, dice: "Si se alegró en escondido mi corazón", lo cual es grande iniquidad y negación contra Dios, y es como si dijera que ni tuvo complacencia ni se alegró su corazón en escondido (nota del corrector: es decir, que no obtuvo finalmente ni lo uno ni lo otro, ni alegría ni gozo).

7. El quinto daño de estos tales es que no van avanzando en el camino de la perfección porque, estando ellos asidos al gusto y consuelo en el obrar, cuando en sus obras y ejercicios no hallan gusto y consuelo, que es ordinariamente lo que ocurre cuando Dios los quiere llevar adelante -dándoles el pan duro, que es el de los perfectos, y quitándolos la leche de los niños, probándoles las fuerzas, y purgándoles el apetito tierno para que puedan gustar el manjar de adultos-, ellos comúnmente desmayan y pierden la perseverancia porque no hallan el dicho sabor y agrado en sus obras. Acerca de lo cual se entiende espiritualmente aquello que dice el Sabio (Ecli. 10, 1), y es: "Las moscas que se mueren, pierden la suavidad del ungüento"; porque cuando se les ofrece a estos alguna mortificación, mueren a sus buenas obras, dejándolas de hacer, y pierden la perseverancia, en que está la suavidad del espíritu y consuelo interior (nota del corrector: arrojan, finalmente, todos sus esfuerzos a nada).

8. El sexto daño de este tipo de personas es que comúnmente se engañan teniendo por mejores las cosas y obras de las que ellos gustan que aquellas de las que no gustan, y alaban y estiman las unas y desestiman las otras. Como quiera que comúnmente aquellas obras en que de suyo la persona más se mortifica, mayormente cuando no está aprovechado en la perfección, sean más aceptas y preciosas delante de Dios (nota del corrector: es decir, las obras que más nos cuestan realizar), por causa de la negación que la persona en ellas lleva de sí misma -no queriéndolas hacer o negándose a llevarlas adelante-, que aquellas en que ella halla su consuelo, por lo que muy fácilmente se puede acabar uno buscando a sí mismo. Y a este propósito dice Miqueas (7, 3) de estos: "Malum manuum suarum dicunt bonum", esto es: "Lo que de sus obras es malo, dicen ellos que es bueno". Lo cual les ocurre por poner ellos el gusto en sus obras, y no en sólo dar gusto a Dios. Y cuánto reine este daño, así en los espirituales como en los hombres comunes, sería prolijo de contar, pues que apenas hallarán uno que puramente se mueva a obrar por Dios sin arrimo de algún interés de consuelo o gusto u otro respeto.

9. El séptimo daño es que, en cuanto la persona no apaga el gozo vano en las obras morales, está más incapaz para recibir consejo y enseñanza razonable acerca de las obras que debe hacer. Porque el hábito de flaqueza que tiene acerca del obrar con la propiedad del vano gozo le encadena, o para que no tenga el consejo ajeno por mejor (y así preferir sus propias decisiones, más placenteras), o para que, aunque ese consejo lo aprecie por tal, no lo quiera seguir, no teniendo en si ánimo para realizarlo.
Estos aflojan mucho en la caridad para con Dios y el prójimo, porque el amor propio que acerca de sus obras tienen les hace enfriar la caridad.


1.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (109)



CAPÍTULO 9.
Se explica el segundo genero de daños, consistente en el peligro de caer en propia estimación y vana presunción.


1. Las aprehensiones sobrenaturales ya dichas de la memoria son también a los espirituales un gran riesgo de caer en alguna presunción o vanidad, si hacen caso de ellas para estimarlas en algo. Porque, así como está muy libre de caer en este vicio el que no tiene nada de este tipo de comunicaciones, pues no ve en sí de qué presumir, así por el contrario el que experimenta estas cosas tiene la ocasión en la mano de pensar que ya es algo, pues tiene aquellas comunicaciones sobrenaturales. Porque, aunque es verdad que lo pueden atribuir a Dios y darle gracias teniendose por indignos, con todo eso se suele quedar cierta satisfacción oculta en el espíritu y estimación sobre aquello que le ha llegado y sobre sí mismo con lo cual, incluso sin notarlo, les hace harta soberbia espiritual.

2. Esto lo pueden ver ellos bien claramente en el disgusto que les produce y el desconcierto que les provoca con quien no les alaba su espíritu ni les estima esas comunicaciones que tienen, y la pena que les da cuando piensan o les dicen que otros tienen las mismas experiencias o mejores. Todo lo cual nace de secreta estimación y soberbia, y ellos no acaban de entender que como consecuencia están metidos en esta vanagloria hasta los ojos. Y se piensan que basta cierta manera de conocimiento de su miseria, estando juntamente con esto llenos de oculta estimación y satisfacción de sí mismos, agradándose más de su espíritu y bienes espirituales que del ajeno, como el fariseo que daba gracias a Dios que no era como los otros hombres y que tenía tales y tales virtudes, en lo cual tenía satisfacción de sí y presunción (Lc. 18, 11­12). Estas personas, aunque abiertamente no lo digan como este fariseo, lo tienen habitualmente en el espíritu. Y aun algunos llegan a ser tan soberbios que son peores que el demonio, que como ellos ven en sí algunas aprehensiones y sentimientos devotos y suaves de Dios, a su parecer ya se satisfacen de manera que piensan están muy cerca de Dios, y aún que los que no tienen aquello están muy bajos, y los desestiman como el fariseo al publicano.

3. Para huir de este pestífero daño, a los ojos de Dios aborrecible, han de considerar dos cosas. La primera, que la virtud no está en las aprehensiones y sentimientos de Dios, por elevados que sean, ni en nada de lo que a este talle puedan sentir en sí sino, por el contrario, está en lo que no sienten sobre su ser, que es en mucha humildad y desprecio de sí y de todas sus cosas -muy formado, sincero y sensible en el alma-, y gustar de que los demás sientan de él su misma miseria y desprecio, no queriendo valer nada en el corazón ajeno.

4. Lo segundo, se hace necesario advertir que todas las visiones y revelaciones y sentimientos del cielo y cuanto más sobre ellos o de su tipo se quiera pensar, no valen tanto como el menor acto de humildad, la cual tiene los efectos de la caridad, que no estima sus cosas ni las procura, ni piensa mal sino de sí, y de sí ningún bien piensa, sino que ese bien y valía lo piensa de los demás (1 Cor. 13, 4­7). Pues, según esto, conviene que no les hinchan el ego estas aprehensiones sobrenaturales, sino que las procuren olvidar para quedar libres y sin ataduras.


10.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (57)



5. De donde se ve que los que imaginan a Dios debajo de algunas de estas figuras, o como un gran fuego o resplandor, u otras formas cualquiera, y piensan que algo de aquello será semejante a Él, harto lejos van en realidad de Él. Porque, aunque a los principiantes son necesarias estas consideraciones y formas y modos de meditaciones para ir enamorando y mimando el alma por el sentido, como después explicaremos, y así le sirven de medios remotos para unirse con Dios (por los cuales ordinariamente han de pasar las almas para llegar al término y estancia del reposo espiritual), sin embargo los deben recorrer de forma que pasen por ellos, y no para que se mantengan siempre en ellos, porque de esa manera nunca llegarían al final, el cual no es como los remotos medios, ni tiene que ver con ellos, así como las gradas de la escalera no tienen que ver con el final y estancia de la subida, para lo cual solo son medios para pasar al destino. Y, si el que sube no fuese dejando atrás las gradas hasta que no hubiese ninguna y se quisiese quedar parado en alguno de los escalones, nunca llegaría ni subiría a la llana y apacible estancia del término. Por lo cual, el alma que hubiere de llegar en esta vida a la unión de aquel sumo descanso y bien por todos los grados de consideraciones, formas y noticias, ha de pasar y acabar con ellas, pues ninguna semejanza ni proporción tienen con el término al que se encaminan, que es Dios. De donde en los Hechos de los Apóstoles (17, 29) dice san Pablo: "No debemos estimar ni tener por semejante lo divino al oro ni a la plata, o a la piedra figurada y labrada por el arte, y a lo que el hombre puede fabricar con la imaginación".

6. En este punto es donde se equivocan muchos espirituales los cuales, habiendo ejercitándose ellos en llegarse a Dios por imágenes y formas y meditaciones, cual conviene a principiantes, queriendolos Dios recoger y acercar a bienes más espirituales interiores e invisibles, quitándoles ya el gusto y jugo de la meditación discursiva, ellos no acaban, ni se atreven, ni saben desasirse de aquellos modos palpables a que están acostumbrados. Y así todavía trabajan por tenerlos, queriendo ir por consideración y meditación de formas, como antes, pensando que siempre había de ser así. En lo cual trabajan sin descanso y sin embargo hallan poco provecho o nada, antes se les aumenta y crece la sequedad y fatiga e inquietud del alma cuanto más trabajan por aquel fruto primero, el cual es ya difícil que puedan hallar el sabor de aquellas primeras veces, porque ya no gusta el alma de aquel manjar, como hemos dicho, tan sensible, sino de otro más delicado y más interior y menos sensible, que no consiste en trabajar con la imaginación, sino en amansar el alma y dejarla estar en su quietud y reposo, lo cual es más espiritual. Porque, cuanto el alma se pone más en espíritu, más cesan en actos propios personales las obras de las potencias, porque se pone ella más en un acto general y puro, y así cesan de obrar las potencias que caminaban para aquello donde el alma llegó, así como cesan y paran los pies una vez ha concluido la jornada porque, si todo fuese andar, nunca habría momento de llegar, y si todos fuesen medios, ¿dónde o cuándo se gozarían los fines y termino?

7. Por lo cual es de lástima ver que hay muchos que, queriendo su alma estar en esta calma y descanso de quietud interior, donde se llena de paz y refección de Dios, ellos la desasosiegan y sacan afuera a lo más exterior, y la quieren hacer volver a que ande lo andado sin propósito, y que deje el término y fin en que ya reposa por los medios que encaminaban a el, que son las consideraciones. Lo cual no acaece sin gran desgana y repugnancia del alma, que se quisiera estar en aquella paz, que no entiende, como en su debido y adecuado puesto. Bien así como el que llegó tras el arduo trabajo al lugar donde descansa, si le hacen volver al trabajo, siente pena. Y como ellos no saben el misterio de esta inquietud, les da imaginación que es estarse ociosos y no haciendo nada, y así no se dejan aquietar sino que van procurando considerar y discurrir, de donde se llenan de sequedad y trabajo por sacar el fruto que ya por ese camino no han de sacar. Antes les podemos decir que, mientras más aprietan y se esfuerzan, menos les aprovecha, porque cuanto más porfían de aquella manera, se hallan peor, dado que sacando su alma de la paz espiritual es dejar lo más por lo menos y desandar lo andado (y querer de nuevo hacer lo que ya está hecho).

8. A estos tales se les ha de decir que aprendan a quedarse con atención y advertencia amorosa en Dios en aquella quietud, y que no se dejen llevar nada por la imaginación ni por la obra de ella pues aquí, como decimos, descansan las potencias y no obran activamente, sino pasivamente, recibiendo lo que Dios obra en ellas. Y si algunas veces obran, no es con fuerza ni muy procurado y adornado discurso, sino con suavidad de amor, en un estado en el cual son más movidas de Dios que de la misma habilidad del alma, como adelante se mostrará. Mas ahora baste esto para dar a entender cómo conviene y es necesario a los que pretenden avanzar el saberse desasir de todos esos modos y maneras y obras de la imaginación, en el tiempo y sazón que lo pide y requiere el aprovechamiento del estado que llevan.

9. Y para que se entienda cuál y a que tiempo ha de ser, diremos en el capítulo siguiente algunas señales que ha de ver en sí el espiritual, para entender por ellas la sazón y tiempo en que libremente pueda usar de los modos de quietud mencionados y dejar a partir de ahí de caminar por el discurrir y el obrar de la imaginación.


14.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (91)



4. De donde, por cuanto no hay más artículos que revelar acerca de la sustancia de nuestra fe que los que ya están revelados a la Iglesia, no sólo no se ha de admitir lo que de nuevo se revelare al alma acerca de ella, sino que además le conviene, con el fin de tener cautela, el no ir admitiendo otras variedades envueltas entre las revelaciones que tuviere. Además, y con el fin de mantener la pureza del alma, que la conviene mantener en fe, aunque se le revelen de nuevo las ya reveladas no tiene que creerlas sin más porque se las revelasen de nuevo, sino porque ya están reveladas claramente a la Iglesia. Por todo ello, cerrando el entendimiento a cualquier novedad, sencillamente se arrime a la doctrina de la Iglesia y a su fe que, como dice san Pablo (Rm. 10, 17), entra por el oído, y no acomode el entendimiento ni dé crédito a estas cosas de fe reveladas de nuevo, aunque más conformes y verdaderas le parezcan, si no quiere ser engañado. Porque el demonio, para ir desviando e ingiriendo mentiras, primero ceba con verdades y cosas verosímiles y creíbles para asegurar y luego ir engañando, que es similar a la manera de la aguja del que cose el cuero, que primero entra la aguja afilada y tiesa y luego tras ella el hilo flojo, el cual no podría entrar si no le hiciera de guía y le abriese paso la aguja.

5. Y en todo esto hay que fijarse mucho porque, aunque fuese verdad que no hubiese peligro de dicho engaño, conviene notablemente al alma el no querer entender cosas claras acerca de la fe para conservar puro y entero el mérito de esa misma fe (sino, no sería fe propiamente dicha) y también para venir en esta noche del entendimiento -que es oscura- a la divina luz de la divina unión. E importa tanto esto de mantener los ojos cerrados a las profecías pasadas en cualquiera nueva revelación que, con haber el apóstol san Pedro visto incluso la gloria del Hijo de Dios de alguna manera en el monte Tabor, con todo, dijo en su canónica carta (2 Pe. 1, 19) estas palabras: "Aunque es verdad la visión que vimos de Cristo en el monte, más firme y cierta es la palabra de la profecía que nos es revelada, a la cual arrimando vuestra alma, hacéis bien".

6. Y si es cierto que por las causas ya dichas es conveniente cerrar los ojos a las ya mencionadas revelaciones que acontecen y tienen que ver acerca de las proposiciones de la fe, ¿cuánto más necesario será no admitir ni dar crédito a las demás revelaciones que son de cosas diferentes, en las cuales ordinariamente mete el demonio la mano tanto, que tengo por imposible que deje de ser engañado en muchas de ellas el que no procurase desecharlas, según la apariencia de verdad y asiento que el demonio mete en ellas? Porque junta tantas apariencias y conveniencias para que se crean, y las asienta tan fijamente en el sentido y la imaginación, que le parece a la persona que sin duda acontecerá así y que lo que supone entender será cierto. Y de tal manera hace asentar y aferrar en ello al alma, que si esa alma no tiene humildad a duras penas la sacarán de su error y la harán creer lo contrario. Por tanto, el alma pura, cauta, y sencilla y humilde, con tanta fuerza y cuidado ha de resistir y desechar las revelaciones y cualesquiera otras visiones, como si fueran tentaciones muy peligrosas, puesto que no hay necesidad de quererlas, sino precisamente de no quererlas para ir a la unión de amor. Que eso es lo que quiso decir Salomón (Ecli. 7, 1) cuando dijo: "¿Que necesidad tiene el hombre de querer y buscar las cosas que son sobre su capacidad natural?", que es como decir: "Ninguna necesidad tiene para ser perfecto el querer conocer cosas sobrenaturales por vía sobrenatural, lo cual supera su capacidad".

7. Y porque a las objeciones que contra esto se pudieran aducir está ya respondido en los capítulos 19 y 20 de este libro, remitiéndome a ellos sólo concluyo diciendo que de todas estas revelaciones y experiencias se guarde el alma para caminar pura y sin error en la noche de la fe a la divina unión.


2.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (140)



CAPÍTULO 36.
Se abunda en el tema de las imágenes y esculturas, mostrando la gran ignorancia que acerca de ellas tienen algunas personas.


1. Mucho había de decir de la rudeza que muchas personas tienen acerca de las imágenes, porque llega la bobería a tanto, que algunas ponen más confianza en unas imágenes que en otras, entendiendo que les oirá Dios más por esta que por aquella, representando ambas una misma cosa, como por ejemplo dos imágenes de Cristo, o dos de Nuestra Señora. Y esto es porque tienen más afición a la una hechura que a la otra, en lo cual va envuelta gran rudeza acerca del trato con Dios y culto y honra que se le debe, porque el Señor sólo mira la fe y pureza de corazón del que ora. Y es que el hacer Dios a veces más gracias por medio de una imagen que de otra de aquel mismo género no es porque haya más en una que en otra para ese efecto, aunque en la estética tengan mucha diferencia, sino porque las personas despiertan más su devoción por medio de una que de otra. Si tuviesen la misma devoción por la una que por la otra, y aun sin ninguna imagen ni escultura siquiera, las mismas gracias recibirían de Dios.

2. De donde la causa por la que Dios despierta milagros y hace mercedes por medio de algunas imágenes más que por otras no es para que estimen más aquellas que el resto, sino con el fin de que con aquella novedad se despierte más la devoción dormida y afecto de los fieles a oración. Y de aquí se desprende que, como entonces y por medio de aquella imagen se enciende la devoción y se continúa la oración fervorosa (que lo uno y lo otro es medio para que oiga Dios y conceda lo que se le pide) entonces, y por medio de aquella imagen, por la oración y afecto Dios continúa prodigando sus gracias y milagros en aquella imagen. Pero bien es cierto que no hace Dios todo esto por la imagen, pues en sí no es más que pintura, sino por la devoción y fe que se tiene con el santo que representa. Y así, si la misma devoción tuvieses tú y fe en Nuestra Señora delante de esta su imagen que delante de aquella, que representa la misma, y aún sin ninguna imagen por medio como dijimos, las mismas gracias recibirías. Aún por experiencia se ve que, si Dios hace algunas gracias y obra milagros, ordinariamente los hace por medio de algunas imágenes no muy bien talladas ni esplendorosamente pintadas o figuradas, con el fin de que los fieles no atribuyan algo de esto a la figura o a la pintura en sí.

3. Y muchas veces suele nuestro Señor obrar estas gracias por medio de aquellas imágenes que están más apartadas y solitarias. Lo uno, porque con aquel movimiento de ir a ellas crezca más el afecto y sea más intenso el acto (nota del corrector: al haber más sacrificio, hay más mérito). Lo otro, para que se aparten del ruido y de la multitud a orar, como lo hacía el Señor (Mt. 14, 23; Lc. 6, 12). Por lo cual, el que hace la peregrinación hacia aquella imagen, ermita o monumento, hace bien de hacerla cuando no va otra gente, aunque sea tiempo extraordinario (es decir: fuera de temporada de romerías o procesiones) y, cuando va mucha turba, nunca yo se lo aconsejaría porque, ordinariamente, vuelven más distraídos de lo que fueron. Y muchos se unen a esas peregrinaciones y las hacen más por recreación que por devoción.
De manera que, mientras haya devoción y fe, cualquiera imagen bastará. Mas si no la hay, ninguna bastará. Que harta viva imagen era nuestro Salvador en el mundo y, con todo, los que no tenían fe, aunque más andaban con Él y veían sus obras maravillosas, no sacaban provecho. Y esa era la causa por la que en su tierra no hacía muchas virtudes, como dice el evangelista (Mt. 13, 58; Lc. 4, 24).

4. También quiero aquí decir algunos efectos sobrenaturales que causan a veces algunas imágenes en personas particulares, y es que a algunas imágenes da Dios espíritu particular en ellas, de manera que queda fijada en la mente la figura de la imagen y la devoción que causó, trayendola como presente, y cuando de repente de ella uno se acuerda, le hace el mismo efecto que cuando la vio (o tal vez incluso más, o en ocasiones sólo quizá una sutil elevación o evocación, al menos) y en otra imagen, aunque sea de más perfecta estética, no hallará aquel espíritu ni efecto.

5. Asimismo, muchas personas tienen devoción más en una estética que en otras, y en algunas no será más que afición y gusto natural, así como a uno contentará más un rostro de una persona que de otra, y se aficionará más a ella instintivamente, y la traerá más presente en su imaginación, aunque no sea tan hermosa como las otras, porque se inclina su natural a aquella manera de forma y figura. Y así pensarán algunas personas que la afición que tienen a tal o tal imagen es devoción, y no será quizá más que afición y gusto natural. Otras veces ocurre que, mirando una imagen, la vean moverse, o hacer semblantes, gestos y muestras, y dar a entender cosas, o hablar. Esta manera y la de los afectos sobrenaturales que aquí decimos de las imágenes, aunque es verdad que muchas veces son verdaderos afectos y buenos, causando Dios estos prodigios o para aumentar la devoción, o para que el alma tenga algún empuje para que ande asida por ser algo débil y con ello no se distraiga, debemos tener en cuenta que también muchas veces lo hace el demonio para engañar y dañar. Por tanto, para todo daremos doctrina en el capítulo siguiente.


17.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (64)



5. No hay razón para que nos detengamos aquí en dar doctrina ni indicios para que se conozcan cuáles visiones son de Dios y cuáles no, y cuáles se nos muestran de determinada manera o de otra, pues mi intento en este punto no es ese, sino sólo instruir para que entendamos sobre ellas con el fin de que no nos embrollemos y se impida el llegar a la unión con la divina Sabiduría con las buenas, ni uno se engañe con las falsas.

6. Por tanto digo que, de todas estas aprehensiones y visiones imaginarias y otras cualesquiera formas o especies, como ellas se ofrezcan debajo de forma o imagen o alguna inteligencia particular, ahora sean falsas de parte del demonio, ahora se conozcan ser verdaderas de parte de Dios, el entendimiento no se ha de prendar ni cebar en ellas, ni las ha el alma de querer admitir ni tener, con el fin de que así pueda estar desasida, desnuda, pura y sencilla, libre por tanto de todo modo y manera, como se requiere para la unión.

7. La razón de esto es porque todas estas formas ya dichas siempre en su aprehensión se representan, según hemos dicho, debajo de algunas maneras y modos limitados, y la Sabiduría de Dios, en que se ha de unir el entendimiento, ningún modo ni manera tiene, ni cae debajo de algún límite ni inteligencia distinta y particularmente, porque es totalmente pura y sencilla. Y como quiera que, para juntarse dos extremos, cual es el alma y la divina Sabiduría, será necesario que vengan a convenir en cierto medio de semejanza entre sí, de aquí es que también el alma ha de estar pura y sencilla, no limitada ni atenida a alguna inteligencia particular, ni modificada con algún límite de forma, especie e imagen. Que, pues Dios no puede caber debajo de imagen ni forma, ni cabe debajo de inteligencia particular, tampoco el alma, para recalar en Dios, ha de caer debajo de forma e inteligencia distinta.

8. Y que en Dios no haya forma ni semejanza bien lo da a entender el Espíritu Santo en el Deuteronomio (4, 12), diciendo: "Oísteis la voz de sus palabras, y totalmente no visteis en Dios alguna forma". Pero dice que había allí tinieblas, y nube, y oscuridad, que es la experiencia confusa y oscura que de la que hemos hablado en que se une el alma con Dios. Y luego más adelante (4, 15) dice: "No visteis vosotros semejanza alguna en Dios en el día que os habló en medio del fuego, en el monte Horeb".

9. Y que el alma no pueda llegar a la altura de Dios, por lo menos todo lo que en esta vida se puede, por medio de algunas formas y figuras, también lo dice el mismo Espíritu Santo en los Números (12, 6­8) donde, reprendiendo Dios a Aarón y María, hermanos de Moises, porque murmuraban contra él, queriendo darles a entender el alto estado en que le había puesto de unión y amistad consigo, dijo: "Si entre vosotros hubiere algún profeta del Señor, se le apareceré en alguna visión o forma o hablaré con él entre sueños. Pero no hay tal como mi siervo Moises, que en toda mi casa es fidelísimo y hablo con él boca a boca, y no ve a Dios por comparaciones, semejanzas y figuras". En lo cual se da claramente a entender que en este alto estado de unión del que estamos hablando no se comunica Dios al alma mediante algún disfraz de visión imaginaria, o semejanza, o figura, ni la ha de haber, sino que boca a boca, esto es, esencia pura y desnuda de Dios, que es la boca de Dios en amor, con esencia pura y desnuda del alma, que es la boca del alma en amor de Dios.

10. Por tanto, para venir a esta unión esencial de amor de Dios ha de tener cuidado el alma de no irse arrimando a visiones imaginarias, ni formas, ni figuras, ni particulares inteligencias, pues no le pueden servir de medio proporcionado y próximo para tal efecto, sino que antes le harían estorbo, y por eso las ha de renunciar y procurar el no tenerlas. Porque, si por algún caso se hubiesen de admitir y apreciar, era por el provecho que las verdaderas hacen en el alma y su buen efecto. Pero para esto no es necesario admitirlas, antes conviene, para mejoría del efecto de dichos medios, siempre negarlas. Porque estas visiones imaginarias, el bien que pueden hacer al alma, así como las corporales exteriores que hemos dicho, es comunicarle inteligencia, o amor, o suavidad, pero para que causen este efecto en ella no es menester que el alma las quiera admitir porque, como también queda dicho arriba, en ese mismo punto que en la imaginación hacen presencia y se muestran, hacen su efecto en el alma e infunden sus operaciones a la inteligencia con amor, o con suavidad, o con lo que Dios quiere que causen.
Y no sólo juntamente, pero principalmente, aunque no en el mismo tiempo, hacen en el alma su efecto pasivamente, sin ser ella parte para poderlo impedir aunque quisiese, como tampoco lo fue para poderlo adquirir, aunque sí lo haya sido antes para disponerse a recibirlo. Porque, así como la vidriera no es parte para impedir el rayo del sol que da en ella, sino que pasivamente, estando ella dispuesta con limpieza, la esclarece sin su diligencia y ser, así tambien el alma, aunque ella quiera, no puede dejar de recibir en sí las influencias y comunicaciones de aquellas figuras, aunque más las quisiere resistir, porque a las infusiones sobrenaturales no las puede resistir la voluntad negativa con resignación humilde y amorosa, sino sola la impureza e imperfecciones del alma, como tambien en la vidriera impiden el paso de la claridad las manchas en la misma.


13.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (121)



CAPÍTULO 19.
Se explican los daños que se le pueden producir al alma si pone su gozo en los bienes temporales.


1. Si los daños que al alma cercan por poner el afecto de la voluntad en los bienes temporales hubiesemos de decir pormenorizadamente, ni tinta ni papel bastarían, y el tiempo sería corto. Porque desde muy poco puede llegar a grandes males y destruir grandes bienes. Es similar al efecto de una centella de fuego que, si no se apaga, se pueden encender grandes incendios que abrasen el mundo.
Todos estos daños tienen raíz y origen en un daño privativo principal que hay en este gozo, que es apartarse de Dios. Puesto que así como acercándose el alma al Señor por la afección de la voluntad (es decir, por la acción de controlar y reservarnos voluntariamente) de ahí le nacen todos los bienes, así apartándose de Él por esta afición de criatura (o en preferencia por las criaturas), dan en ella todos los daños y males a la medida del gozo y afección con que se junta con la criatura, porque eso es el apartarse de Dios. De donde, según el distanciamiento que cada uno hiciere de Dios en más o en menos grado, podrá entender ser sus daños en más o en menos extensiva o intensivamente, y de hecho la mayoría de las veces de ambas maneras de forma extensa, y de intenso sufrimiento.

2. Este daño privativo -privativo en el sentido de que nos hace carecer de un bien-, de donde decimos que nacen los demás privativos e impositivos -porque nos imponen un tipo de dolor o defecto-, tiene cuatro grados, uno peor que otro. Y cuando el alma llegare al cuarto -que es el grado más grave-, habrá llegado a todos los males y daños que se pueden decir en este caso. Estos cuatro grados nota muy bien Moises en el Deuteronomio (32, 15) por estas palabras, diciendo: "Se empachó el amado y dio trancos hacia atrás. Se empachó, se engrosó y se dilató. Dejó a Dios su hacedor, y se alejó de Dios, su salud".

3. El empacharse el alma que era amada antes de que ese empacho ocurriera, es engolfarse en este gozo de criaturas. Y de aquí sale el primer grado de este daño, que es volver atrás, lo cual es un embotamiento de la mente acerca de Dios, que le oscurece los bienes de Dios, como la niebla oscurece al aire para que no sea bien ilustrado de la luz del sol. Porque, por el mismo caso que el espiritual pone su gozo en alguna cosa y da rienda al apetito para impertinencias, se entenebrece acerca de Dios y anubla la sencilla inteligencia del juicio, según lo enseña el Espíritu Divino en el libro de la Sabiduría (4, 12), diciendo: "El uso y juntura de la vanidad y burla oscurece los bienes, y la instancia del apetito trastorna y pervierte el sentido y juicio sin malicia". Donde da a entender el Espíritu Santo que, aunque no haya malicia concebida en el entendimiento del alma -es decir, conscientemente-, sólo la concupiscencia y gozo de estas basta para hacer en esa alma este primer grado de daño, que es el embotamiento de la mente y la oscuridad del juicio para entender la verdad y juzgar bien de cada cosa tal como es.

4. No basta la santidad y el buen juicio que tenga el hombre, para que consiga dejar de caer en este daño si da lugar a la concupiscencia o gozo de las cosas temporales. Por eso dijo Dios por Moises (Ex. 23, 8), avisándonos, estas palabras: "No recibas dones, que hasta los prudentes ciegan". Y esto era hablando particularmente con los que habían de ser jueces, porque es menester tener el juicio limpio y despierto, lo cual no tendrían con la codicia y gozo de las dádivas. Y también por eso mandó Dios al mismo Moisés (Ex. 18, 21­22) que pusiese por jueces a los que aborreciesen la avaricia, con el fin de que no se les embotase el juicio con el gusto de las pasiones. Y así dice que no solamente no la quieran, sino más aún: que la aborrezcan. Porque, para defenderse uno perfectamente de la afección de amor, debe sustentarse en el aborrecimiento, defendiéndose por tanto con un contrario del otro (el aborrecimiento respecto del gusto, en este particular). Y así, la causa por la que el profeta Samuel fue siempre tan recto e ilustrado juez es porque, como él dijo en el libro de los Reyes (1 Re. 12, 3), nunca había recibido de nadie dádiva alguna.


26.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (103)



CAPÍTULO 3.
Se explican las tres maneras de daños que recibe el alma no oscureciendose acerca de las comunicacioens y discursos de la memoria. Se aborda aquí el primero de ellos.


1. A tres daños e inconvenientes está sujeto el espiritual que todavía quiere usar de las noticias y discursos naturales de la memoria para ir a Dios o para otra cosa: los dos son positivos, y el uno es privativo. El primero es de parte de las cosas del mundo; el segundo, de parte del demonio; el tercero y privativo es el impedimento y estorbo que hacen y le causan para la divina unión.

2. El primero, que es de parte del mundo, es estar sujeto a muchas maneras de daños por medio de las comunicaciones y discursos, así como falsedades, imperfecciones, apetitos, juicios, pérdida de tiempo y otras muchas vicisitudes que crean en el alma muchas impurezas. Y que de necesidad haya de caer en muchas falsedades si damos lugar a las noticias y discursos mundanos está claro, ya que muchas veces ha de parecer lo verdadero falso y lo cierto dudoso, y al contrario, pues apenas podemos de raíz conocer una verdad. De todas las cuales se libra si oscurece la memoria en todo discurso y noticia que le lleguen.

3. Imperfecciones a cada paso las hay si pone la memoria en lo que oyó, vio, tocó, olió y gustó, etc.; en lo cual se le ha de pegar alguna afición, ahora de dolor, ahora de temor, ahora de odio, o de vana esperanza y vano gozo y vanagloria, etc. Y todas ellas son como mínimo imperfecciones y, a veces, hasta patentes pecados veniales, etc., sin olvidar que en el alma pegan mucha impureza sutilísimamente, aunque sean los discursos y noticias acerca de cosas de Dios.
Y que se le engendren apetitos también se ve claro, pues de las dichas noticias y discursos es algo que surge natural y espontáneamente, y sólo querer tener la dicha noticia y discurso es apetito. Y que ha de tener también muchos toques de juicios bien se ve, pues no puede dejar de tropezar con la memoria en males y bienes ajenos, en que a veces parece lo malo bueno, y lo bueno malo. De todos los cuales daños yo creo no habrá quien bien se libre si no es cegando y oscureciendo la memoria acerca de todas las cosas.

4. Y si alguien adujere que bien podrá el hombre vencer todas estas cosas cuando le vinieren, digo que hacer semejante logro totalmente y con su propias fuerzas es imposible mientras haga caso de noticias, porque en ellas se infiltran mil imperfecciones e impertinencias, y algunas tan sutiles y livianas que, sin entenderlo el alma, se le pegan por lo fácil que acceden, así como la pez al que la toca, y que mejor se vence todo de una vez negando la memoria en todo.
Puede que alguien diga asimismo que se priva el alma de muchos buenos pensamientos y consideraciones de Dios, que aprovechan mucho al alma para que Dios le dé gracias. Ante esto respondo que más aprovecha la pureza del alma, que consiste en que no se le pegue ninguna afición de criatura, ni de temporalidad, ni eficiente y efectiva advertencia de ello, de lo cual entiendo no se dejará de ensuciar en bastante grado por la mucha imperfección que de suyo tienen las potencias y sentidos en sus operaciones naturales. Por tanto es mejor aprender a poner las potencias en silencio y callando, para que hable Dios, porque como ya hemos dicho, para este estado las operaciones naturales se han de perder de vista, lo cual se hace, como dice el profeta (Os. 2, 14), cuando venga el alma según estas sus potencias a soledad y le hable Dios al corazón.

5. Y si todavía hay quien replique aduciendo que no tendrá bien ninguno el alma si no considera y discurre la memoria en Dios, y que se le irán entrando muchas distracciones y flojedades, digo que es imposible que, si la memoria se recoge acerca de lo de allá y de lo de acá juntamente, que le entren males y distracciones ni otras impertinencias ni vicios, las cuales cosas siempre entran por dejar vagar a la memoria, porque de lo contrario no habrá por dónde ni de dónde entren. Eso teniendo en cuenta que hablamos de cerrarle la puerta a las consideraciones y discursos acerca de las cosas de arriba y la abrieramos para las de abajo, pero aquí a todas cosas de donde eso puede venir la cerramos, haciendo a la memoria que quede callada y muda, y sólo el oído del espíritu en silencio escuchando a Dios, diciendo con el profeta (1 Sm. 3, 10): "Habla, Señor, que tu siervo escucha". Tal dijo el Esposo en los Cantares (4, 12) que había de ser su Esposa, diciendo: "Mi hermana es huerto cerrado y fuente sellada", es a saber, cerrada a todas las cosas que le puedan entrar.

6. Quedémonos, pues, cerrados sin cuidado ni pena, que el que pudo llegar a sus discípulos corporalmente estando las puertas cerradas, y les dio paz sin ellos saber ni pensar que aquello podía ocurri ni el cómo podía acontecer (Jn. 20, 19­20), entrará espiritualmente en el alma sin que ella sepa cómo obra Él, teniendo ella las puertas de las potencias, memoria, entendimiento y voluntad, cerradas a todas las aprehensiones, y se las llenará de paz, declinando sobre ella, como el profeta dice (Is. 48, 18), como un río de paz en que la quitará todos los recelos y sospechas, turbación y tiniebla que le hacían temer que estaba o que iba perdida. No pierda cada uno el cuidado de orar y espere en desnudez y vacío, que no tardará su bien en llegar.


11.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (58)



CAPÍTULO 13.
Se exponen las señales que ha de tener en sí el espiritual por las cuales pueda conocer en qué tiempo le conviene dejar la meditación y discurso y pasar al estado de contemplación.


1. Y para que esta doctrina no quede confusa, convendrá en este capítulo dar a entender a qué tiempo y sazón convendrá que el espiritual deje la obra del discursivo meditar por las dichas imaginaciones y formas y figuras, con el fin de que no se abandonen éstas ni antes ni después que lo pida el espíritu. Porque, así como conviene dejarlas a su tiempo para ir a Dios, para que no impidan avanzar, así tambien es necesario no dejar la dicha meditación imaginaria antes de tiempo para no volver atrás. Y aunque hay que tener claro que no sirven las aprehensiones de estas potencias para medio próximo de unión a los que ya van más avanzados, todavía sirven de medio remoto a los principiantes para disponer y habituar el espíritu a lo espiritual por medio del sentido, y como camino en donde despejar de ese sentido todas las otras formas e imágenes bajas, temporales, seculares y naturales. Para lo cual diremos aquí algunas señales y muestras que ha de tener en sí el espiritual, con las cuales podrá darse cuenta de si convendrá dejar el discurrir o no en según qué tiempo.

2. La primera de estas señales es ver en sí mismo que ya no puede meditar ni discurrir con la imaginación, ni gustar de ello como solía hacerlo antes, más bien halla ya sequedad en lo que anteriormente solía fijar el sentido y sacar fruto. Pero en tanto que sacare fruto y pudiere discurrir en la meditación, no la ha de dejar, si no fuere cuando su alma se pusiere en la paz y quietud que se dice en la tercera señal.

3. La segunda es cuando ve que no le viene ningún ánimo de poner la imaginación ni el sentido en otras cosas particulares, exteriores ni interiores. No digo que a veces tenga ánimos y otras no, que entonces aún es que está libre en su recogimiento, sino más bien que no guste el alma de colocarse a propósito y específicamente en esas disposiciones imaginativas.

4. La tercera y más cierta es si el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa a Dios, sin particular consideración, en paz interior y quietud y descanso y sin actos y ejercicios de las potencias, memoria, entendimiento y voluntad -a lo menos discursivos, que es precisamente el ir de uno en otro-, sino sólo con la atención y experiencia general amorosa en concreto, sin particular discurrir y sin tener que entender sobre qué.

5. El espiritual ha de sentir estas tres señales juntas, como mínimo, para que así prosiga en atreverse con seguridad a dejar el estado de meditación y del sentido y entrar en el de contemplación y del espíritu.

6. Y no basta tener la primera de estas señales sola sin la segunda, porque podría ser que no poder ya imaginar y meditar en las cosas de Dios como antes fuese por su distracción y poca diligencia, por lo que también debe experimentar también la segunda, que es no tener gana ni apetito de pensar en otras cosas extrañas. Porque, cuando procede de distracción o tibieza el no poder fijar la imaginación y sentido en las cosas de Dios, luego tiene apetito y ganas de ponerla en otras cosas diferentes y resulta que ese es el motivo de irse de allí.
Ni tampoco basta ver en sí la primera y segunda señal, si no viere juntamente la tercera, y es que aunque se vea que no puede discurrir ni pensar en las cosas de Dios, y que tampoco le dan ánimos pensar en las que son diferentes fuera del Señor, podría proceder de apatía, tristeza, hastío o de algún otro atisbo de humor puesto en la cabeza o en el corazón, que suelen causar en el sentido cierto empapamiento y suspensión que le hacen no pensar en nada, ni querer ni tener gana de pensarlo, sino solo estarse en aquel embelesamiento perezoso por un estado apocado. Contra lo cual ha de tener la tercera, que es experimentar una sensación y atención amorosa en la paz y tranquilidad de su relación en silencio con Dios, etc., como explicamos líneas arriba.

7. Aunque verdad es que a los principiantes, cuando comienza este estado, casi no caen en la cuenta de esta experiencia amorosa. Y esto ocurre por dos causas: la primera, porque al principio suele ser esta noticia amorosa muy sutil y delicada y casi insensible; y la otra porque, habiendo estado habituada el alma al otro ejercicio de la meditación, que es totalmente sensible, no echa de ver ni casi siente esta otra novedad insensible, que es ya pura de espíritu, mayormente cuando, por no entender sobre ella, no se deja sosegar en este estado, inclinándose hacia otro más sensible con lo cual, aunque más abundante sea la paz interior amorosa, no se da lugar a sentirla y gozarla palpablemente. Pero, cuanto más se fuere habituando el alma en dejarse sosegar, irá siempre creciendo en ella y sintiendo más aquella amorosa comunicación general de Dios, de que gusta el alma más que de todas las cosas, porque le causa paz, descanso, sabor y deleite sin trabajo.

8. Y, para que quede más claro lo dicho, daremos las causas y razones en el capítulo siguiente, por donde se verá la necesidad de las dichas tres señales para encaminar al espíritu.


7.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (84)




6. El efecto que hacen en el alma estas visiones es quietud, iluminación y alegría a manera de gloria, suavidad, limpieza y amor, humildad e inclinación o elevación del espíritu en Dios, unas veces más, otras menos, unas más en un aspecto, otras en el otro, según el espíritu en que se reciben y Dios decida.

7. Puede también el demonio causar estas visiones en el alma mediante alguna luz natural, en que por sugestión espiritual aclara al espíritu las cosas, ahora sean presentes, ahora ausentes. Sobre este asunto recordemos el Evangelio de san Mateo (4, 8) donde dice que el demonio a Cristo le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de esos reinos; algunos doctores aseguran que el maligno lo hizo por sugestión espiritual, porque con los ojos corporales no era posible abarcar a ver tanto, ya que es imposible que se pudiera ver todos los reinos del mundo y su gloria en una única y sola visión corporal.
Pero de estas visiones que causa el demonio a las que son de parte de Dios hay mucha diferencia. Porque los efectos que estas hacen en el alma no son como los que hacen las buenas, antes hacen sequedad de espíritu acerca del trato con Dios e inclinación a estimarse, y a admitir y tener en algo las dichas visiones, y en ninguna manera causan inclinación a la humildad y amor de Dios. Ni las formas de estas se quedan impresas en el alma con aquella claridad suave que las otras, ni duran, antes se arrastran luego del alma, salvo si el alma las estima mucho que, entonces, la propia estimación hace que se acuerde de ellas de forma material e imaginativa, mas es muy secamente y sin hacer aquel efecto de amor y humildad que las buenas causan cuando se acuerda uno de ellas.

8. Estas visiones, por cuanto son de criaturas, con quien Dios ninguna proporción ni conveniencia esencial tiene, no pueden servir al entendimiento de medio cercano para la unión de Dios. Y así, conviene al alma mostrarse rotundamente negativa en ellas, como en las demás que hemos dicho, para ir hacia adelante por el medio más próximo, que es la fe. Por lo tanto de aquellas formas de las tales visiones que se quedan en el alma impresas no ha de hacer archivo ni acopio el alma, ni ha de querer arrimarse a ellas, porque sería estarse con aquellas formas, imágenes y personajes, que respecto de su interior reciben, aprisionada, y no iría por negación de todas las cosas a Dios. Y dado caso que aquellas formas siempre se representan en su interior, no la impedirán mucho si el alma no quisiere hacer caso de ellas. Porque aunque es verdad que la memoria de ellas incita al alma a algún amor de Dios y contemplación, mucho más incita y levanta la pura fe y desnudez en la oscuridad de todo eso, sin saber el alma cómo ni de dónde le viene.
Y así, acontecerá que ande el alma inflamada con ansias de amor de Dios muy puro, sin saber de dónde le vienen ni qué fundamento tuvieron esas ansias. Y fue que así como la fe se arraigó e infundió más en el alma mediante aquel vacío y tiniebla y desnudez de todas las cosas, pobreza espiritual (que todo lo podemos llamar una misma cosa), también juntamente con ella se arraiga e infunde más en el alma la caridad de Dios. De donde, cuanto más el alma se quiere oscurecer y aniquilar acerca de todas las cosas exteriores e interiores que puede recibir, tanto más se infunde de fe y por consiguiente, de amor y esperanza en esa fe, por cuanto estas tres virtudes teologales andan en uno. (Nota del corrector: fe, esperanza y caridad).

9. Pero este amor algunas veces no lo comprende la persona ni lo siente, porque no tiene este amor su asiento en el sentido con ternura, sino en el alma con fortaleza y más ánimo y osadía que antes, aunque algunas veces redunde en el sentido y se muestre tierno y apacible. Por lo tanto para llegar a ese amor, alegría y gozo que le hacen y causan las tales visiones al alma, le conviene que tenga fortaleza y mortificación y amor para querer quedarse en vacío y a oscuras de todo ello, y fundar aquel amor y gozo en lo que no ve ni siente ni puede ver ni sentir en esta vida, que es Dios, el cual es incomprehensible y sobre todo conocimiento. Por eso nos conviene ir a Él por negación de todo, porque si no, dado caso que el alma se vuelve tan sagaz, humilde y fuerte, que el demonio no la pueda engañar en ellas ni hacerla caer en alguna presunción como lo suele hacer, no dejarán de todos modos ir al alma hacia adelante por cuanto pone obstáculo a la desnudez espiritual y pobreza de espíritu, y vacío en fe, que es lo que se requiere para la unión del alma con Dios.

10. Y, porque acerca de estas visiones sirve tambien la misma doctrina que en los capítulos 19 y 20 dimos para las visiones y aprehensiones sobrenaturales del sentido, no dedicaremos aquí más tiempo en abundar sobre ellas.


21.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (37)



LIBRO SEGUNDO



RESUMEN


Tratamos sobre el próximo medio para ascender a la unión de Dios, que es la fe; y con esto tocamos la segunda parte de esta noche, que como decíamos es la que pertenece al espíritu, contenida en la segunda canción, que es la siguiente:

CAPÍTULO 1


A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.


SEGUNDA ESTROFA

1. En esta segunda estrofa canta el alma la dichosa ventura que tuvo en desnudar el espíritu de todas las imperfecciones espirituales y apetitos que poseía en lo espiritual. Lo cual le fue de muy mayor ventura, por la mayor dificultad que hay en sosegar esta casa de la parte espiritual, y poder entrar en esta oscuridad interior, que es la desnudez espiritual de todas las cosas, así sensuales como espirituales, sólo quedando en pura fe y subiendo por ella a Dios.
Que, por eso precisamente, la llama aquí "escalera secreta", porque todos los grados y artículos que ella tiene son secretos y escondidos a todo sentido y entendimiento. Y así, se quedó ella a oscuras de toda lumbre de sentido y entendimiento, saliendo de todo límite natural y racional para subir por esta divina escala de la fe, que asciende y penetra hasta lo profundo de Dios (1 Cor. 2, 10).
Por lo cual dice que iba disfrazada, porque llevaba el traje y vestido y aspecto natural mudado en divino, subiendo por fe. Y así era causa este disfraz de no ser conocida ni detenida de lo temporal, ni de lo racional, ni del demonio, porque ninguna de estas cosas pueden ya dañar al que camina en fe.
Y no sólo eso, sino que va el alma tan encubierta y escondida y ajena de todos los engaños del demonio, que verdaderamente camina, como tambien aquí dice, a oscuras y en celada, es a saber, emboscada o escondida para el demonio, al cual la luz de la fe le es más que tinieblas. Y así, el alma que por ella camina le podemos decir que emboscada y encubierta al demonio camina, como adelante se verá más claro.

2. Por eso dice que salió a oscuras y segura, porque el que tal ventura tiene que puede caminar por la oscuridad de la fe, tomándola por guía de ciego, saliendo él de todas las fantasmas naturales y razones espirituales, camina muy al seguro, como hemos dicho.
Y así dice que también salió por esta noche espiritual estando ya su casa sosegada, es a saber, la parte espiritual y racional de la cual, cuando el alma llega a la unión de Dios, tiene sosegadas sus potencias naturales, así como los ímpetus y ansias en la parte espiritual. Que por eso no dice aquí que salió con ansias, como en la primera noche del sentido porque, para ir en la noche del sentido y desnudarse de lo sensible, eran menester ansias de amor sensible para acabar de salir. Sin embargo para terminar de sosegar la casa del espíritu sólo se requiere negación de todas las potencias y de los gustos y de los apetitos espirituales, yendo en pura fe. Lo cual hecho, se junta el alma con el Amado en una unión de sencillez y pureza, y amor y semejanza.

3. Y es de saber que la primera estrofa, hablando acerca de la parte sensitiva, dice que salió en noche oscura; y aquí, hablando acerca de la parte espiritual, dice que salió a oscuras, por ser mucho mayor la tiniebla de la parte espiritual, así como la oscuridad es mayor tiniebla que la de la noche, porque, por oscura que una noche sea, todavía se ve algo, pero envuelto uno en la oscuridad no se ve nada. Y así, en la noche del sentido todavía queda alguna luz, porque queda el entendimiento y razón, que no se ciega. Pero esta noche espiritual, que es la fe, todo lo priva, así en entendimiento como en sentido. Y por eso dice el alma en esta que iba a oscuras y segura, que como vimos no lo mencionó en la otra estrofa, porque cuanto menos el alma obra con habilidad propia, va más segura, porque va más en fe, sólo fiándose de Dios.
Y esto se irá declarando extensa y pormenorizadamente en este segundo libro, en el cual será necesario que el devoto lector vaya con atención, porque en él se han de decir cosas muy importantes para el verdadero espíritu. Y, aunque ellas son algo oscuras, de tal manera se abre camino de unas hacia las otras, que entiendo se comprenderá todo sin problema.


7.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (171)



LIBRO SEGUNDO


CAPÍTULO 1
Primeros pasos para tratar sobre la noche oscura del espíritu, empezando por el tiempo en el que comienza.


1. Un alma que Dios ha de llevar adelante no sale de forma inmediata de las sequedades y trabajos de la primera purgación y noche del sentido, poniéndola enseguida Su Majestad en esta noche de espíritu, sino que más bien antes suele pasar harto tiempo y años en que, salida el alma del estado de principiantes, se ejercita en el de aprovechados en el cual, así como el que ha salido de una estrecha cárcel, anda en las cosas de Dios con mucha más anchura y satisfacción del alma y con más abundante e interior deleite que experimentaba en sus inicios, antes que entrase en la dicha noche, puesto que ya no lleva atada la imaginación y las potencias al discurso y cuidado espiritual, como solía. Así, con una gran facilidad halla luego en su espíritu muy serena y amorosa contemplación y sabor espiritual sin trabajo ni esfuerzos del discurso. Aunque, como no está bien hecha la purgación del alma, porque falta la parte principal que es la del espíritu (sin la cual, por la comunicación que hay de la una parte a la otra, por razón de ser un solo sujeto, tampoco la purgación sensitiva -por más fuerte que haya sido- queda acabada y perfecta), nunca le faltan a veces algunas necesidades, sequedades, tinieblas y aprietos, en ocasiones mucho más intensos que los pasados, que son como presagios y mensajeros de la noche venidera del espíritu [nota: del conjunto se deduce con claridad que la noche del sentido, "en que Dios purga pasivamente" al alma, corresponde al paso de los principiantes al de aprovechados.], aunque no son éstos aprietos y dificultades duraderos, como sin embargo serán en un grado mayor durante la noche que espera. Porque, habiendo pasado un rato, o varios momentos, o incluso días en medio de esta noche y tempestad, a continuación regresa a su acostumbrada serenidad, y de esta manera va purgando Dios a algunas almas que no han de subir a tan alto grado de amor como las otras, metiéndolas a ratos alternativos y a intevalos (nota del actualizador: como en amaneceres y anocheceres, con peores y mejores momentos) en esta noche de contemplación y purgación espiritual, haciendo anochecer y amanecer a menudo, por lo que se cumple lo que dice David (Sal. 147, 17), que envía su cristal, esto es, su contemplación, como "a bocados". Aunque estos bocados de oscura contemplación nunca son tan intensos como lo son en aquella horrenda noche de la contemplación que hemos de abordar, en donde a propósito pone Dios al alma para llevarla a la divina unión.

2. Este sabor, pues, y gusto interior que decimos, que con abundancia y facilidad hallan y gustan estos aprovechantes en su espíritu, con mucha más abundancia que antes se les comunica, redundando de ahí en el sentido más de lo que solía ocurrirles antes de esta sensible purgación. Eso es debido a que, por cuanto espiritualmente están ya más puros, con más facilidad pueden sentir los gustos del espíritu a su mismo modo (es decir, espiritual). Y como, en fin, esta parte sensitiva del alma es débil e incapaz para las cosas fuertes del espíritu, de aquí es que estos aprovechados, a causa de esta comunicación espiritual que se hace en la parte sensitiva, padecen en ella muchas debilitaciones y dolencias y flaquezas de estómago (es decir, del cuerpo), y en el espíritu, consiguientemente, fatigas porque, como dice el Sabio (Sab. 9, 15): "El cuerpo que se corrompe, agrava el alma" (nota del actualizador: si el cuerpo sufre corrupción o desprendimientos, al alma también se le puede ver transmitido de alguna forma esa transformación). De aquí es que las comunicaciones de éstos no pueden ser muy fuertes, ni muy intensas, ni muy espirituales, como son las que se requieren para la divina unión con Dios, debido a la flaqueza y corrupción de la sensualidad que participa en esas mismas comunicaciones (nota del corrector: por debilidad y la todavía flaqueza y viciosidad del meditante, y obviamente también por las embestidas que sufra en la parte corporal).

De aquí vienen los arrobamientos, espasmos y desligamientos de huesos, que siempre acontecen cuando las comunicaciones no son puramente espirituales, esto es, afectadas hacia únicamente el espíritu, como son las de los perfectos que están ya purificados por la noche segunda del espíritu. En estas comunicaciones al espíritu cesan ya estos arrobamientos y tormentos del cuerpo, gozando ellos de la libertad del espíritu, sin que se nuble ni trasponga el sentido (nota del corrector: "el sentido", se entiende aquí que aunque el cuerpo sufra, la parte superior del espíritu está ascendidad; se puede leer algo de esto en el librillo de San Luis María Grignion de Monfort titulado "Carta a los amigos de la cruz").

3. Y con el fin de que se entienda la necesidad que los aún no perfectos tienen de entrar en esta noche de espíritu, mostraremos aquí algunas imperfecciones y peligros que tienen estos aprovechados.


20.2.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (157)



CAPÍTULO 5
Se abordan ahora las imperfecciones en las que caen los principiantes respecto del vicio de la ira.


1. Por causa de la concupiscencia que tienen muchos principiantes en los gustos espirituales, son poseídos muy de ordinario por muchas imperfecciones del vicio de la ira ya que, cuando se les acaba el sabor y gusto en las cosas espirituales, en su ser natural se hallan desabridos y, con aquel sinsabor que traen consigo, traen mala gracia y desgana en las cosas que tratan, y se aíran muy fácilmente por cualquier cosilla, y aun a veces no hay quien los sufra. Lo cual muchas veces acontece después que han tenido algún muy gustoso recogimiento sensible en la oración que, como se les acaba aquel gusto y sabor, en su parte material les queda el cuerpo desabrido y desganado, similar a lo que le ocurre a un niño cuando le apartan del pecho del que estaba gustando a su sabor. En lo que respecta a su ser natural, cuando de esto no se dejan llevar por la desgana, no hay culpa, sino imperfección que se ha de purgar por la sequedad, las estrecheces y el aprieto de la noche oscura.

2. También hay otros de estos espirituales que caen en otra manera de ira espiritual, y es que se enfadan contra los vicios ajenos con cierto celo desasosegado, haciendo notar los defectos de los otros. Llega a veces a darles ímpetus de reprenderles enojosamente, y aun lo llevan a cabo en algunas ocasiones, como si ellos fueran dueños de la virtud. Todo lo cual es contra la mansedumbre espiritual.

3. Hay otros que, cuando se ven imperfectos, con impaciencia no humilde se enfadan y se enojan contra sí mismos. Llegan a tener tanta impaciencia por ser perfectos que querrían ser santos en un día. De éstos hay muchos que se levantan muchas metas y hacen grandes propósitos, y como no son humildes ni desconfían de sí mismos y de sus fuerzas y capacidades, cuantos más propósitos hacen tanto más caen y tanto más se enojan, no teniendo paciencia para esperar a que se lo dé Dios cuando Él fuere servido y cuando Él disponga. Esta forma de obrar también es contra la dicha mansedumbre espiritual, y en este sentido es una imperfección que del todo no se puede remediar sino por la purgación de la noche oscura. Aunque algunos tienen por el contrario tanta paciencia en esto del querer progresar, que les ocurre al contrario y tampoco querría Dios que lo que en unos sea grave por exceso, en los otros lo sea por escasez.


17.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (94)



5. Y aparte de todo esto, las ganas que tienen de estas comunicaciones y la afición que a ellas tienen en el espíritu hace que ellos mismos se respondan y piensen que es Dios quien les responde y se lo dice. De donde vienen a dar en grandes desatinos si no tienen en esto mucho freno y el que gobierna estas almas no las impone mantenerse en la negación de estas maneras de discursos. Porque en comunicaciones de este tipo más tropiezos suelen sacar e impureza de alma que humildad y mortificación de espíritu, pensando que les ocurrió una gran cosa y que les habló Dios, y sin embargo no habrá sido poco más que nada, o nada, o menos que nada. Porque lo que no engendra humildad, y caridad, mortificación, santa simplicidad y silencio, etcetera, ¿qué puede ser? Digo, pues, que esto puede estorbar mucho para ir a la divina unión, porque aparta enormemente al alma, si hace caso de este tipo de experiencias, del abismo de la fe, en que el entendimiento ha de estar oscuro, y oscuro ha de ir por amor en fe y no a fuerza de razón.

6. Y si alguien adujere que "¿por qué se ha de privar el entendimiento de aquellas verdades, pues alumbra en ellas el Espíritu de Dios al entendimiento, y siendo así no puede ser malo?", se debe tener en cuenta que el Espíritu Santo alumbra al entendimiento recogido, y que le alumbra al modo de su recogimiento y que el entendimiento no puede hallar otro mayor recogimiento que en fe. Por ello, el Espíritu Santo no le dará iluminación en otra cosa más que en estado de fe, porque cuanto más pura y esmerada está el alma en fe, más tiene de caridad infusa de Dios; y cuanto más caridad tiene, tanto más la alumbra y comunica los dones el Espíritu Santo en ella, porque la caridad es la causa y el medio por donde se le comunican.
Y, aunque es verdad que en aquella ilustración de verdades comunica al alma el Espíritu Santo alguna luz, es sin embargo tan diferente la que proviene de la fe, sin entender claro y tal es su calidad, como lo es el oro más purificado del metal más bajo y ruin. Y en cuanto a la calidad de este tipo de ilustraciones en fe que provienen del Espíritu Santo, es tanta la diferencia con las otras como excede la mar a una gota de agua. Hay que prestar atención en que durante las comunicaciones por pensamientos y consideraciones se le comunica sabiduría de una, o dos, o tres verdades, etc., y en la otra donde se encuentra el recogimiento en fe se le comunica toda la Sabiduría de Dios generalmente, que es el Hijo de Dios, el cual que se comunica al alma en fe.

7. Y si aún alguien adujera que todo será bueno, que no impide lo uno a lo otro, le respondo que impide mucho si el alma hace caso de ello, porque ya es ocuparse en cosas patentes y de poco peso, que bastan para impedir la comunicación del abismo de la fe, en la cual sobrenatural y secretamente enseña Dios al alma y la levanta en virtudes y dones como ella no sabe.
Y el provecho que aquella comunicación sucesiva ha de hacer al alma no ha de ser poniendo el entendimiento a propósito en ese tipo de comunicaciones, porque antes iría de esta manera desviándola de sí, según aquello que dice la Sabiduría en los Cantares (6, 4) al alma, diciendo: "Aparta tus ojos de mí, porque esos me hacen volar", es a saber: volar lejos de ti y poner a la sabiduría más alta y lejos, sino que simple y sencillamente, sin poner el entendimiento en aquello que sobrenaturalmente se está comunicando, aplique la voluntad con amor a Dios, pues en amor se van aquellos bienes comunicando, y de esta manera antes se comunicará de forma más abundante que de la otra manera. Porque si en estas cosas que sobrenaturalmente y pasivamente se comunican se pone activamente la habilidad del natural entendimiento o de otras potencias tratando de apresarlas, no llegamos mediante nuestros modos y la rudeza de nuestra intención a lograrlas, y así por fuerza las acabamos modificando a nuestro modo y, por el consiguiente, las terminamos tergiversando y modificando. Por ello, de necesidad se va errando y formando las razones cosas suyas, y acaba por dejar de ser aquello sobrenatural, perdiendo su figura propia y divina, llegando a ser algo muy natural y harto erróneo y bajo.

8. Pero hay algunos entendimientos tan vivos y sutiles que, en estando recogidos en alguna consideración, naturalmente con gran facilidad, discurriendo en conceptos, algunas personas los van formando en las dichas palabras y razones muy vivas, y piensan, ni más ni menos, que son de Dios, y sin embargo no es sino el entendimiento que con la lumbre natural, estando algo libre de la operación de los sentidos, sin ninguna otra ayuda sobrenatural puede eso y más. Y de esto hay mucho, y así se engañan muchos pensando que es mucha oración y comunicación de Dios y, por eso, o lo escriben o hacen escribir. Y acontecerá que no será nada ni tenga sustancia de alguna virtud y que no sirva más que para envanecerse con esto, consiguiendo así el propósito contrario que esperaban.

9. Estos aprendan a no hacer caso sino en fundar la voluntad firmemente en humilde amor, y obrar de veras, y padecer imitando al Hijo de Dios en su vida y mortificaciones, que este es el camino para venir a todo bien espiritual, y no el mucho discurrir o los muchos discursos interiores.


16.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (32)



CAPÍTULO 12.
Se explica qué tipo de apetitos y su clase son los que causan en el alma los daños previamente explicados.


1. Mucho nos podríamos alargar en esta materia de la noche del sentido, abundando en lo mucho que se podría decir acerca de los daños que causan los apetitos, no sólo en las maneras mencionadas, sino de otras muchas. Pero, para lo que hace a nuestro propósito, lo dicho hasta aquí es suficiente, porque parece quedar claro de entender cómo se denomina la "noche la mortificación" hacia esos apetitos, y cuánto conviene entrar en esta noche para ir a Dios. Lo que viene a continuación, antes que tratemos del modo de entrar en la mencionada noche y para concluir con esta parte, es una duda que podría tener el lector sobre lo dicho.

2. Lo primero, se podría plantear si basta cualquier apetito para obrar y causar en el alma los dos males ya explicados, a saber: privativo, que es privar al alma de la gracia de Dios, y el impositivo, que es causar en ella los cinco daños principales que dijimos.
Lo segundo, si basta cualquier apetito, por mínimo que sea, y de cualquiera especie que sea, a causar todos estos cinco daños juntos, o solamente unos causan unos y otros otros, como por ejemplo si unos causan tormento, otros cansancio, otros tinieblas, etc.

3. Respondiendo a ello digo a lo primero que, cuanto al daño privativo, que es privar al alma de Dios, solamente los apetitos voluntarios que son de materia de pecado mortal pueden y hacen esto totalmente, porque ellos privan en esta vida al alma de la gracia y en la otra de la gloria, que es poseer a Dios.
A lo segundo digo que, así estos que son de materia de pecado mortal como los voluntarios de materia de pecado venial y los que son de materia de imperfección, cada uno de ellos basta para causar en el alma todos estos daños impositivos juntos. Los cuales, aunque en cierta manera son privativos, los llamamos aquí positivos o impositivos, porque inciden en la conversión de la criatura, así como el privativo incide hacia a la aversión de Dios. Pero hay esta diferencia: que los apetitos de pecado mortal causan total ceguera, tormento e inmundicia y flaqueza, etc.; y los otros de materia venial o de imperfección no causan estos males en total y consumado grado, pues no privan de la gracia, de donde depende la posesión de ellos, porque la muerte del alma es vida para ellos; pero hacen una causa en el alma remisamente, según la remisión de la gracia que los tales apetitos causan en el alma -es decir, disminución de la gracia-. De manera que aquel apetito que más entibiare la gracia, más abundante tormento, ceguera y suciedad causará.

4. Pero es de notar que, aunque cada apetito causa estos males, que aquí llamamos positivos o impositivos, unos hay que principal y específicamente causan unos, y otros, otros, y los demás lo mismo. Porque, aunque es verdad que un apetito sensual causa todos estos males, pero principal y propiamente ensucia al alma y cuerpo. Y, aunque un apetito de avaricia tambien los causa todos, principal y específicamente causa aflicción. Y, aunque un apetito de vanagloria también los causa todos, principal y específicamente causa tinieblas y ceguera. Y, aunque un apetito de gula los causa todos, principalmente causa tibieza en la virtud. Y así el resto.

5. Y la causa por la que cualquier acto de apetito voluntario produce en el alma todos estos efectos juntos, es por la contrariedad que directamente tienen contra todos los actos de virtud que producen en el alma los efectos contrarios. Porque, así como un acto de virtud produce en el alma y engendra y hace crecer juntamente suavidad, paz, consuelo, luz, limpieza y fortaleza, así un apetito desordenado causa tormento, fatiga, cansancio, ceguera y flaqueza. Todas las virtudes crecen en el ejercicio de una, y todos los vicios crecen en el de uno, y también los vestigios de ellos en el alma. Y aunque todos estos males no se echan de ver al tiempo que se cumple el apetito, porque el gusto temporal que produce entonces ese apetito no da lugar, antes o después se acaban padeciendo y sintiendo sus consecuencias. Lo cual se da muy bien a entender por aquel libro que mandó el ángel comer a san Juan en el Apocalipsis (10, 9), el cual en la boca le hizo dulzura y en el vientre le fue amargor. Porque el apetito, cuando se ejecuta, es dulce y parece bueno, pero después se siente su amargo efecto, lo cual podrá bien juzgar el que se deja llevar de ellos. Aunque no ignoro que hay algunos tan ciegos e insensibles que no lo sienten porque, como no andan en Dios, no echan de ver lo que les impide gustar a Dios.

6. De los demás apetitos naturales que no son voluntarios, y de los pensamientos que no pasan de primeros movimientos, y de otras tentaciones no consentidas no trato aquí, porque estos ninguno de los mencionados males causan al alma. Porque aunque a la persona por quien pasan le haga parecer la pasión y turbación que entonces le causan que la ensucian y ciegan, no es así, antes la causan los provechos contrarios. Porque, en tanto que los resiste, gana fortaleza, pureza, luz y consuelo y muchos bienes. Según lo cual dijo Nuestro Señor a san Pablo (2 Cor. 12, 9) que la virtud se perfeccionaba en la flaqueza. Mas los voluntarios, todos estos males y aún más hacen. Y por eso el principal cuidado que tienen los maestros espirituales es mortificar primero a sus discípulos de cualquiera apetito, haciendoles quedar en vacío de lo que apetecían, para poder así librarles de tanta miseria.


3.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (111)




CAPÍTULO 11.
Se explica el cuarto daño que se le produce al alma sobre las distintas aprehensiones sobrenaturales de la memoria, dicho daño consiste en impedirle la unión.


1. De este cuarto daño no hay mucho que decir, por cuanto está ya declarado a cada paso en este tercer libro, en el cual hemos explicado y mostrado cómo, para que el alma se venga a unir con Dios en esperanza, ha de renunciar a toda posesión de la memoria pues que, para que la esperanza sea entera de Dios, nada ha de haber en la memoria que no sea Dios. Y asimismo, como también hemos dicho, en ninguna forma ha de quedarse retenida, ni figura, ni imagen, ni otra noticia que pueda caer en la memoria, sea Dios ni semejante a Él, ahora celestial, ahora terrena, natural o sobrenatural, según enseña David (Sal. 85, 8), diciendo: "Señor, en los dioses ninguno hay semejante a ti", de aquí se concluye que, si la memoria quiere hacer alguna presa de algo de todo esto, se impide a sí misma el dirigirse a Dios. Por una parte, porque se aprisiona y, por la otra, porque mientras más tiene de posesión, tanto menos tiene de esperanza.

2. Luego le es necesario al alma quedarse desnuda y olvidada de distintas formas y noticias de cosas sobrenaturales para no impedir la unión, según la memoria, en esperanza perfecta con Dios.


28.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (135)




CAPÍTULO 31.
Se muestran los daños que le sobrevienen al alma cuando pone el gozo de la voluntad en este género de bienes sobrenaturales.


1. Tres daños principales me parece que le pueden ocurrir al alma cuando pone el gozo en los bienes sobrenaturales, conviene a saber: engañar y ser engañada; detrimento en el alma acerca de la fe; vanagloria o alguna vanidad.

2. Cuanto a lo primero, es cosa muy fácil engañar a los demás y engañarse a sí mismo gozándose en esta manera de obras. Y la razón es porque para conocer estas obras, cuáles sean falsas y cuáles verdaderas, y cómo y a qué tiempo se han de ejercitar, es menester mucho aviso y mucha luz de Dios, y lo uno y lo otro impide mucho el gozo y la estimación de estas obras. Y esto por dos cosas: por una parte, porque el gozo embota y oscurece el juicio, y por otra, porque con el gozo de esas obras no sólo se es más propensa la persona a deleitarse en ellas, sino que es también aún más empujada a que realice esas obras sin tiempo (nota del corrector: es decir, fuera de lugar o en un momento no adecuado).
Y dado el caso de que estas virtudes y estas obras que se ejercitan sean realmente verdaderas, bastan estos dos defectos para engañarse muchas veces en ellas, o porque no las entiende como deben entenderse, o no aprovechándose de ellas y acabando por no usarlas cómo y cuando es más conveniente. Porque, aunque es verdad que cuando da Dios estos dones y gracias les da a las personas también luz de ellas y el movimiento de cómo y cuándo se han de ejercitar, todavía ellas, por la propiedad e imperfección que pueden tener acerca de estas obras, pueden errar mucho, no usando de esas obras, bienes y/o virtudes con la perfección que Dios quiere, y cómo y cuando Él quiere. Como ejemplo podemos poner lo que quería hacer Balam cuando, contra la voluntad de Dios, se determinó a ir a maldecir al pueblo de Israel por lo cual, enojándose Dios, le quería matar (Nm. 22, 22­23). Y Santiago y san Juan querían hacer bajar fuego del cielo sobre los samaritanos porque no daban posada a nuestro Salvador, a los cuales Él reprendió con firmeza por ello (Lc. 9, 54­55).

3. Con todo esto se ve claro cómo a esas personas les hacía determinar a hacer estas obras alguna pasión de imperfección, envuelta en gozo y estimación de ellas, cuando no convenía. Porque, cuando no hay semejante imperfección, solamente se mueven y determinan a obrar estas virtudes cuándo y como Dios les mueve a ello, y hasta entonces no conviene mostrarlas o ejercerlas. Precisamente por eso se quejaba Dios de ciertos profetas por Jeremías (23, 21), diciendo: "No enviaba yo a los profetas, y ellos corrían; no los hablaba yo, y ellos profetizaban". Y más adelante dice (23, 32): "Hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé". Y allí también dice (23, 26) de ellos que ven las visiones de su corazón y cuentan lo que esas visiones dicen, lo cual no caerían en este error si ellos no tuvieran esta abominable propiedad de imperfección en estas obras.

4. Con estas declaraciones con la autoridad de la Sagrada Escritura se da a entender que el daño de este gozo no solamente llega a usar inicua y perversamente de estas gracias que da Dios, como Balam y los que aquí dice que hacían milagros con los que engañaban al pueblo, mas aún hasta llegar al punto de usarlas sin haberselas Dios dado, como el caso de los que profetizaban sus antojos y publicaban la visiones que ellos componían o las que el demonio les representaba. Porque, como el demonio los ve aficionados a estas cosas, les da en esto largo campo y muchas materias con las que enredarse, entrometiendose de muchas maneras, y con esto tienden ellos las velas y cobran desvergonzada osadía, alargándose y explayéndose en estas prodigiosas obras.

5. Y no para esto solamente, sino que a tanto hace llegar el gozo de estas obras y la codicia de ellas que hace que, si los tales tenían antes pacto oculto con el demonio (porque muchos de estos por este oculto pacto obran estas cosas), ya vengan a atreverse a hacer con el ser maligno pacto expreso y manifiesto, sujetándose, por concierto, por discípulos al demonio y a los allegados suyos. De aquí salen los hechiceros, los encantadores, los mágicos aríolos (adivinos por agüeros) y los brujos.
Y a tanto mal llega el gozo de estos sobre estas obras, que no sólo tienen la osadía de querer comprar los dones y gracias por dinero, como quería Simón Mago (Hch. 8, 18), para servir al demonio, sino que aún procuran hacerse con las cosas sagradas y hasta (lo que no se puede decir sin temblar) con las divinas, como ya se ha visto haber sido usurpado el sacratísimo y santísimo Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo para uso de sus maldades y abominaciones. ¡Alargue y muestre Dios aquí su gran misericordia!

6. Y cuán perniciosos son este tipo de personas para sí mismas y perjudiciales para la Cristiandad, cada uno podrá bien claramente entenderlo. Donde es de notar que todos aquellos magos y aríolos que había entre los hijos de Israel, a los cuales Saúl arrojó de la tierra (1 Sm. 28, 3) por querer imitar a los verdaderos profetas de Dios, habían dado en tantas abominaciones y engaños.

7. Debe, pues, el que tuviere la gracia y don sobrenatural, apartar la codicia y gozo del ejercicio de ese don, tratando de no abusar de su ejercicio porque Dios, que le da esos dones sobrenaturales para utilidad de su Iglesia o de sus miembros, le moverá también sobrenaturalmente cómo y cuándo lo deba ejercitar. Y dado pues que mandaba a sus fieles (Mt. 10, 19) que no tuviesen cuidado de lo que habían de hablar, ni cómo lo habían de hablar, porque era negocio sobrenatural de fe, también querrá que, pues el negocio de estas obras no es menos, se aguarde el hombre a que Dios sea el obrero, moviendo el corazón, pues en su virtud se ha de obrar toda virtud (Sal. 59, 15). Es por eso que los discípulos en los Hechos de los Apóstoles (4, 29­30), aunque les había infundido estas gracias y dones, hicieron oración a Dios, rogándole que fuese servido de extender su mano en hacer señales y obras y sanidades por ellos, para introducir en los corazones la fe de nuestro Señor Jesucristo (nota del corrector: y no por otras causas o razones).

8. El segundo daño que puede venir de este primero, es el detrimento acerca de la fe, el cual puede ser en dos maneras:
La primera, acerca de los otros porque, poniendose a hacer el milagro o virtud sin tiempo y necesidad, aparte de que es tentar a Dios (lo cual es ya un gran pecado) podrá ocurrir el no conseguir llevarlo a cabo y terminar por suceder lo contrario, es decir, hacer surgir en los corazones menos crédito y desprecio de la fe. Porque, aunque algunas veces logren realizar las prodigiosas acciones sobrenaturales por quererlo Dios por otras causas y motivos, como la hechicera de Saúl (1 Sm. 28, 12 ss.), si es verdad que era Samuel el que parecía allí, no dejan de errar ellos y ser culpados por usar de estas gracias cuando no conviene.
La segunda manera de daño en detrimento de la fe es acerca del mérito de la misma fe, porque haciendo esa persona mucho caso de estos milagros, se separa mucho del hábito sustancial de la fe, la cual es hábito oscuro y escondido y así, donde más señales y testimonios concurren, menos merecimiento hay en creer (nota del corrector: porque menos presencia tiene la fe). De donde San Gregorio dice que no tiene merecimiento cuando la razón humana experimenta esa fe.
Y así, estas maravillas nunca Dios las obra sino cuando simplemente son necesarias para creer. Por eso, porque sus discípulos no careciesen de mérito si tomaran experiencia de su resurrección, antes que se les mostrase hizo muchas cosas para que sin verle le creyesen. Tengamos en cuenta que a María Magdalena (Mt. 28, 1­8) primero le mostró vacío el sepulcro y después que se lo dijesen los ángeles -porque la fe es por el oído, como dice san Pablo (Rm. 10, 17)- y oyendolo, lo creyese primero que lo viese. Y aunque le vio fue como hombre común, para acabarla de instruir, en la creencia que le faltaba con el calor de su presencia (Jn. 20, 11­18). Y a los discípulos primero se lo envió a decir con las mujeres, después fueron a ver el sepulcro (Mt. 28, 7­8; Jn. 20, 1­10). Y a los que iban a Emaús primero les inflamó el corazón en fe para que le viesen, yendo Él de forma disimulada con ellos (Lc. 24, 15). Y, finalmente, después los reprehendió a todos (Mc. 16, 14) porque no habían creído a los que les habían dicho su resurrección; y tampoco olvidemos a Santo Tomás (Jn. 20, 29), el cual quiso tener una experiencia física y real en sus llagas, cuando le dijo que eran bienaventurados los que no viéndole le creían.

9. Y así, no es una de las condiciones de Dios el que se tengan que hacer milagros porque, como se dice, cuando los quiere realizar los puede hacer sin impedimento alguno y con todo poder. Y por eso reprendía el Señor a los fariseos, porque no daban crédito ni creían sino por señales, diciéndoles: "Si ustedes no ven señales y prodigios, no creen" (Jn. 4, 48). Pierden, pues, mucho acerca de la fe los que aman gozarse en estas obras sobrenaturales.

10. El tercer daño es que comúnmente por el gozo de estas obras las personas que las operan caen en vanagloria o en alguna forma de vanidad, porque aun el mismo gozo de estas maravillas o prodigios, cuando no es puramente, como hemos dicho, en Dios y para Dios, entonces es vanidad. Lo cual se ve en haber reprendido Nuestro Señor a los discípulos por haberse gozado de que se les sujetasen los demonios (Lc. 10, 20), y es que dicho gozo, si no fuera vano, no los hubiese reprendido.