Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

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27.2.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (164)



CAPÍTULO 10
Se muestra el modo en el que se han de disponer los que transitan por el camino de esta noche y purgación sensitiva.


1. En el tiempo, pues, de las sequedades de esta noche sensitiva (en la cual hace Dios la transformacion de la que hemos tratado líneas arriba), sacando Dios al alma de la vida del sentido a la del espíritu que es de la meditación a contemplación, donde ya no hay poder obrar ni discurrir en las cosas de Dios el alma con sus potencias, como también explicamos, es en ese tiempo, decimos, en el que padecen los espirituales grandes penas, no tanto por las sequedades que sufren como por el recelo que tienen de que van perdidos en el camino, pensando que se les ha acabo el bien espiritual y que los ha dejado Dios, pues no hallan apoyo ni gusto en cosa buena. Entonces se fatigan y procuran, como lo han hecho por costumbre, acercar con algún gusto las potencias a algún objeto de discurso, pensando ellos que, cuando no hacen esto y se sienten obrar, no se hace nada. Esta forma de actuar no se lleva a cabo sin harta desgana y repugnancia interior del alma, que gustaba de estarse en aquella quietud y ocio, sin obrar con las potencias. En lo cual, agobiándose en lo uno, no aprovechan en lo otro. Y es que, por buscar espíritu, pierden el espíritu que tenían de tranquilidad y de paz. Y así son semejantes al que deja lo hecho para volverlo a hacer, o al que se sale de la ciudad para volver a entrar en ella, o al que deja la presa que tiene ya cazada para volver a andar a la caza. Y esto en esta parte de su progreso hacia la perfecta contemplación es excusado, porque no hallará nada ya por aquel primer estilo de proceder, como queda dicho.

2. Estos, en este tiempo, si no hay quien los entienda ni los asesore, vuelven atrás, dejando el camino, aflojando o, a lo menos, se dificultan a sí mismos el ir adelante, por las muchas diligencias que ponen de ir por el camino de meditación y discurso, fatigando y trabajando demasiadamente el ser natural, imaginando que se quedan así por su negligencia o pecados. Lo cual les es excusado y es comprensible porque los lleva ya Dios por otro camino, que es de la contemplación, muy diferente del primero dado que el uno es de meditación y discurso, y el otro no es a cuenta de la imaginación ni del discurrir.

3. Los que de esta manera se encuentren les conviene que se consuelen perseverando con paciencia, no teniendo pena, y confiando en Dios, que no deja a los que con sencillo y recto corazón le buscan, ni los dejará de dar lo necesario para el camino hasta llevarlos a la clara y pura luz de amor, que les dará por medio de la noche oscura del espíritu (si merecen que Dios los ponga en ella).

4. El estilo que han de tener en ésta noche del sentido es que no dediquen nada de esfuerzos por el discurso y meditación, pues ya no es tiempo de eso, sino que dejen estar el alma en sosiego y quietud, aunque les parezca claro que no hacen nada y que pierden tiempo, y aunque les parezca que por su debilidad no tienen ganas de pensar nada en ese estado, que sin embargo harán mucho con tener paciencia en perseverar en la oración sin hacer ellos nada. Sólo lo que aquí han de hacer es dejar el alma libre, desprendida y descansada de todas las noticias y pensamientos que les vengan, no teniendo cuidado allí de qué pensarán ni qué meditarán, contentándose sólo con una advertencia (nota del actualizador: "advertencia", es decir, estar en la presencia o bajo la mirada, sin más) amorosa y sosegada en Dios, y estar sin cuidado, sin esmerarse en lograr eficacia, y sin empeño o ahínco por gustar al Señor o de sentirle, ya que todas estas pretensiones desconcentran y distraen el alma de la sosegada quietud y ocio suave de contemplación que aquí se da.


9.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (56)



CAPÍTULO 12.
Se explica qué son las aprehensiones imaginarias naturales, y se muestra cómo no pueden ser un medio adecuado ni proporcionado para llegar a la unión con Dios, así como el daño que produce el no saber desasirse de ellas.


1. Antes que tratemos de las visiones imaginarias que sobrenaturalmente suelen ocurrir al sentido interior, que es la imaginativa y fantasía, conviene aquí tratar, para que procedamos con orden, de las aprehensiones naturales de ese mismo interior sentido corporal, para que así vayamos procediendo de lo menos a lo más y de lo más exterior hacia lo más interior, hasta llegar al íntimo recogimiento donde el alma se une con Dios. Y ese mismo orden hemos seguido hasta aquí, ya que primero tratamos de desnudar los sentidos exteriores de las aprehensiones naturales de los objetos -y, por el consiguiente, de las fuerzas naturales de los apetitos, lo cual tocamos en el primer libro, donde hablamos de la noche del sentido- y luego comenzamos a desnudar a esos mismos sentidos de las aprehensiones exteriores sobrenaturales, que inciden sobre los sentidos exteriores, según en el pasado capítulo acabamos de hacer, para encaminar al alma en la noche del espíritu.

2. En este segundo libro lo que vamos a tocar ahora tiene que ver con el sentido corporal interior, o sea, la imaginación y la fantasía, de la cual también hemos de vaciar todas las formas y aprehensiones imaginarias que naturalmente en él pueden caer, y probar cómo es imposible que el alma llegue a la unión de Dios mientras no cese de enredarse en ellas, por cuanto no pueden ser propio medio y cercano de la tal unión.

3. Es, pues, de saber que los sentidos de los que aquí particularmente hablamos son dos sentidos corporales (interiores), que se llaman imaginación y fantasía, los cuales sucesivamente se sirven el uno al otro. Porque el uno discurre imaginando, y el otro forma la imaginación o lo imaginado fantaseando, y para nuestro propósito lo mismo es tratar del uno que del otro. Por lo cual, cuando no los nombremos específicamente se tendrá que entender que hablaremos de los dos, o indistintamente de cualquiera de ellos.
De aquí, pues, es que todo lo que estos sentidos pueden recibir y producir se llaman imaginaciones y fantasías, que son formas que con imagen y figura de cuerpo se representan a estos sentidos. Las cuales pueden ser de dos maneras: unas sobrenaturales, que sin obra de estos sentidos se pueden representar, y surgen en ellos pasivamente (o sea, instantáneamente, sin intervención o explícito deseo nuestro), las cuales llamamos visiones imaginarias por vía sobrenatural, de las cuales hablaremos después. Otras son naturales, que son las que por su habilidad activamente puede fabricar en sí uno mismo por su operación, decisión y voluntad, en forma de formas, figuras e imágenes.
Y así, a estas dos potencias pertenece la meditación, que es acto discursivo por medio de imágenes, formas y figuras, surgidas e imaginadas por dichos sentidos. Por ejemplo, entra en este campo el imaginar a Cristo crucificado, o siendo azotado en la columna, o en otro momento de su pasión, o a Dios con gran majestad en un trono...; o considerar e imaginar la gloria como una hermosísima luz, etc. y, por el semejante, otras cosas cualquiera, ahora divinas, ahora humanas, que pueden surgir en la imaginativa. De todas estas imaginaciones se ha de vaciar el alma, quedándose a oscuras (apagada de este sentido), para llegar a la divina unión, por cuanto ellas no pueden tener alguna proporción de próximo medio con Dios, como las corporales que sirven de objeto a los cinco sentidos exteriores tampoco la tienen.

4. La razón de esto es porque la imaginación no puede fabricar ni imaginar cosas algunas fuera de las que con los sentidos exteriores ha experimentado, es a saber: visto con los ojos, oído con los oídos, etc. o, cuando mucho, componer semejanzas de estas cosas vistas u oídas y sentidas, que no ascienden a ser mayor entidad, ni a más sublime de aquellas que recibió por los sentidos mencionados. Porque, aunque imagine palacios de perlas y montes de oro (sea porque ha visto oro y perlas en la realidad), menos es todo lo imaginado que la esencia y el valor real de un poco de oro o de una perla, aunque en la imaginación sea más en cantidad y esplendor. Y por cuanto todas las cosas creadas, como ya está dicho, no pueden tener proporción alguna con el ser de Dios, de ahí se deduce que todo lo que imaginare a semejanza de ellas no puede servir de medio cercano para la unión con Él sino que antes, como decimos, sirven de menos eficacia por ser mera especulación e imaginación.


30.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (46)



CAPÍTULO 7.
Se explica lo angosta que es la senda que lleva a la vida eterna y lo desnudos y liberados que conviene que estén los que han de caminar por ella. Se comienza a hablar sobre la desnudez del entendimiento.


1. Para poder ahora tratar de la desnudez y pureza de las tres potencias del alma, sería necesario otro mayor saber y espíritu que el mío, con que pudiese bien dar a entender a los espirituales cuán angosto es este camino que dijo nuestro Salvador que guía a la vida para que, persuadidos en esto, no se maravillen del vacío y desnudez en que en esta noche hemos de dejar las facultades del alma.

2. Para lo cual se deben notar con advertencia las palabras que por san Mateo, en el capítulo 7 (v. 14), nuestro Salvador dijo de este camino: "¡Cuán angosta es la puerta y estrecho el camino que guía a la vida, y qué pocos los que van por él!". En latín sería: "Quam angusta porta, et arcta via est, quae ducit ad vitam, et pauci sunt qui inveniunt eam", po lo que debemos prestar mucha atención a la importancia y encarecimiento que contiene en sí la partícula "quam" porque es como si dijera: "de verdad es mucho más angosta de lo que pensáis". Y también hay que destacar que primero dice que es angosta la puerta, para dar a entender que para entrar el alma por esta puerta de Cristo, que es el principio del camino, primero se ha de angostar y desnudar la voluntad que tengamos puesta en todas las cosas sensuales y temporales, amando a Dios sobre todas ellas, lo cual pertenece a la noche del sentido de la que ya hemos hablado con anterioridad.

3. Y luego dice que es estrecho el camino, conviene a saber: de la perfección, para dar a entender que, para ir por el camino de perfección, no sólo se ha de acceder por la puerta angosta, vaciándose de lo sensitivo, sino también se ha de estrechar, desapropiándose y desanudándose específicamente en lo que es de parte del espíritu. Y así, lo que dice de la puerta angosta podemos referirlo a la parte sensitiva del hombre; y lo que dice del camino estrecho, podemos entender se refiere a la parte espiritual o racional; y lo que dice sobre que pocos son los que hallan ese camino se debe notar la causa, que es porque pocos hay que sepan y quieran entrar en esta suma desnudez y vacío de espíritu. Porque esta senda del alto monte de perfección, como quiera que ella vaya hacia arriba y sea angosta, requiere unos guías que ni lleven carga que les haga peso cuanto a lo inferior ni cosa alguna que les haga engancharse en cuanto a lo superior ya que, pues de lo que se trata aquí es a sólo Dios buscar y aspirar, ninguna otra cosa y nada más que a Dios es el que se ha de buscar y granjear.

4. De esto se ve claro que no sólo de todo lo que es de parte de las criaturas ha de ir el alma desembarazada, mas también de todo lo que es de parte de su espíritu ha de caminar desapropiada y aniquilada. De donde, instruyendonos e induciendonos nuestro Señor en este camino, dijo por san Marcos, capítulo 8 (v. 34­35) aquella tan admirable doctrina, no se si diré tanto menos ejercitada de los espirituales cuanto les es más necesaria la cual, por serlo tanto y tan a nuestro propósito, la referiré aquí al completo, y declararé según el humano y espiritual sentido de ella. Dice, pues, así: "Si alguno quiere seguir mi camino, nieguese a sí mismo y tome su cruz y sígame. Porque el que quisiere salvar su alma, la perderá, pero el que por mí la perdiere, la ganará".


9.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (173)




CAPÍTULO 3
Notas a tener en cuenta para los temas que luego se abordarán.

1. Estando ya, pues, estas personas espirituales ya aprovechados gracias al tiempo que han pasado alimentando los sentidos con dulces comunicaciones, con lo cual la parte sensitiva se ve atraída y saboreada del espiritual gusto, una relación que del espíritu le manaba, llega la mencionada parte sensitiva a unirse y acomodarse en armonioso conjunto con el espíritu, comiendo cada uno en su manera de ser de un mismo manjar espiritual y en un mismo plato, así como de un solo supuesto y sujeto. Con esto ambas naturalezas, la sensitiva y espiritual, en alguna manera juntos y conformes en uno, se encuentran entonces colocados también para que juntos estén en disposición para sufrir la áspera y dura purgación del espíritu que les espera. Porque en esta purgación se han de encontrar expiando cumplidamente estas dos partes del alma, espiritual y sensitiva, porque la una nunca se purga de manera adecuada sin la otra ya que la purgación válida para el sentido se realiza cuando, de propósito, comienza la del espíritu. Con lo cual la noche que hemos dicho del sentido, más se la puede y debe llamar cierta reformación y enfrenamiento del apetito que purgación. La causa es porque todas las imperfecciones y desórdenes de la parte sensitiva tienen su fuerza y raíz en el espíritu, donde se sujetan todos los hábitos buenos y malos y así, hasta que éstos no sean purgados, las rebeliones y siniestros del sentido no se pueden purgar tampoco bien [en consecuencia, la noche, en su sentido pleno, es algo global del sentido y espíritu: "entrambas partes se purgan juntas" (nn. 2-3). No conviene, pues, forzar las divisiones en detrimento del conjunto].

2. Por todo ello en esta noche que se sigue se purgan las dos partes juntas, que éste es el fin para el cual convenía haber pasado por la reformación de la primera noche y la bonanza que de ello se obtiene para que, aunado con el espíritu el sentido, en cierta manera se purgue y padezca aquí con más fortaleza, porque para tan fuerte y dura purga es menester (o sea, disposición) tan grande. Y es que, sin haberse reformado antes la flaqueza de la parte inferior y cobrado fortaleza en Dios por el dulce y sabroso trato que con Él después ha tenido, no se conseguirían las fuerzas ni las disposiciones el ser natural para poder sufrirla.

3. Por tanto téngase en cuenta que estos aprovechados todavía el trato y operaciones que tienen con Dios son muy bajas y muy naturales (a causa de no tener purificado e ilustrado el oro del espíritu), por lo cual todavía entienden de Dios como pequeñuelos, y saben y sienten de Dios como pequeñuelos, según dice san Pablo (1 Cor. 13, 11), por no haber llegado a la perfección, que es la unión del alma con Dios. Mediante la unión se logrará el que, como grandes, obren grandezas en su espíritu, siendo ya sus obras y potencias más divinas que humanas, como después se dirá. Queriendo Dios desnudarlos de hecho de este viejo hombre y vestirlos del nuevo, que según Dios es creado en la novedad del sentido, que dice el Apóstol, les desnuda las potencias y afecciones y sentidos, así espirituales como sensitivos, así exteriores como interiores, dejando a ocuras el entendimiento y la voluntad a secas, vacía la memoria, y las afecciones del alma en suma aflicción, amargura y aprieto, privándola del sentido y gusto que antes experimentaba de los bienes espirituales, dada que esta privación es uno de los principios que se requiere en el espíritu para que se introduzca y una en él la forma espiritual del espíritu, que es la unión de amor.

Todo lo cual opera el Señor en ella por medio de una pura y oscura contemplación, como el alma lo da a entender por la primera poesía. La cual, aunque está declarada al propósito de la primera noche del sentido, principalmente la entiende el alma por esta segunda del espíritu, por ser la principal parte de la purificación del alma. Y así, a este propósito la pondremos y declararemos aquí otra vez.


5.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (143)



CAPÍTULO 39.
Se muestra cómo debe ser el correcto uso de los lugares de oración, oratorios y templos, para encaminar el espíritu a Dios por ellos.


1. Para encaminar a Dios el espíritu en este género, conviene advertir que a los principiantes bien se les permite y aun les conviene tener algún gusto y néctar sensible respecto de las imágenes, paisajes, decoraciones, oratorios y otras cosas devotas visibles, por cuanto aún no tienen destetado y desarrimado el paladar de las cosas del siglo, con el fin de que con este gusto dejen los placeres mundanos. Como al niño que, al quitarle de la mano una cosa, se la ocupan con otra para que no llore si le dejasen las manos vacías.
Pero para ir avanzando también se ha de desnudar el espiritual de todos esos gustos y apetitos en que la voluntad puede gozarse, porque el puro espíritu muy poco se ata a nada de esos objetos, sino tan sólo se ocupa en el recogimiento interior y el trato mental con Dios que, aunque se aprovecha de las imágenes y oratorios, es muy de pasada, yendo rápido a poner en Dios su espíritu, olvidándose de todo lo sensible.

2. Por tanto, aunque es mejor orar donde más decencia hubiere, con todo y no obstante esto, el lugar de oración se ha de escoger donde menos se embelese y se distraiga el sentido y el espíritu de ir a Dios, que debe ser su ocupación principal. En lo cual nos conviene tomar aquello que responde nuestro Salvador a la mujer samaritana, cuando le preguntó que cuál era más acomodado lugar para orar, el templo o el monte. El Señor le respondió que no estaba la verdadera oración aneja al monte ni al templo, sino que los adoradores de que se agradaba el Padre son los que le adoran en espíritu y verdad (Jn. 4, 23­24) (nota del corrector: es decir, sin importar el lugar, sino su disposición interior).
De donde se desprende que, aunque los templos y lugares apacibles son dedicados y acomodados a la oración, ya que el templo no se ha de usar para otra cosa excepto para el negocio del trato tan interior como este que se hace con Dios, se debe escoger aquel lugar que menos ocupe y lleve tras de sí el sentido. Y así no ha de ser lugar ameno y deleitable al sentido, como suelen procurar algunos, porque en vez de recoger a Dios el espíritu acaba siendo un sitio de recreación y gusto y sabor del sentido. Y por eso es bueno un lugar solitario, y aun áspero, para que el espíritu sólida y derechamente suba a Dios, no impedido ni detenido en las cosas visibles ni en sus comodidades. Cierto que lugares cómodos alguna vez ayudan a levantar el espíritu, mas esto siempre que sea olvidando todo gusto y recreación y quedándose sólo en Dios. Por lo cual nuestro Salvador escogía lugares solitarios para orar (Mt. 14, 24), y aquellos que no distrajeran mucho los sentidos, para darnos ejemplo, siendo lugares que levantasen el alma a Dios, como eran los montes (Lc. 6, 12; 19, 28), que se levantan de la tierra y ordinariamente sus peladas cumbres carecen de sensitiva recreación.

3. De todo esto se desprende que el verdadero espiritual nunca se ata ni mira en que el lugar para orar sea de tal o tal comodidad, porque esto todavía es estar atado al sentido, sino sólo al recogimiento interior, en olvido de lo uno y de lo otro, escogiendo para su oración el lugar más libre de objetos y elementos sensibles, retirando de enmedio la presencia o la influencia de todo eso para poder gozarse más a solas de criaturas con su Dios. Porque es cosa notable ver algunos espirituales que todo se les va en componer oratorios y acomodar lugares agradables a su condición o inclinación y del recogimiento interior, que es lo más importante del caso, tienen menos cuidado y se preocupan muy poco de él porque, si lo tuviesen, no podrían tener gusto en aquellos modos y maneras, antes les cansarían.


9.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (147)



CAPÍTULO 43.
Se explica la necesidad de poner atención sobre los erróneos motivos de orar que usan muchas personas, utilizando en ellos una gran variedad de ceremonias.


1. Los gozos inútiles y la propiedad imperfecta que acerca de las cosas que hemos dicho muchas personas tienen, puede que en ocasiones sean algo tolerables por ir esos devotos en este tipo de prácticas de forma un tanto inocentemente. Asimismo, el gran apego que algunos tienen a muchas maneras de ceremonias introducidas por gente poco ilustrada y falta en la sencillez de la fe, es insufrible.
Dejemos ahora aquellas que en sí llevan envueltos algunos nombres extraordinarios o términos que no significan nada, y otras cosas no sacras, que gente necia y de alma ruda y sospechosa suele interponer en sus oraciones que, por ser claramente malas e incluso en que hay pecado y hasta en muchas de ellas pacto oculto con el demonio (con las cuales provocan a Dios a ira y no a misericordia), las dejo aquí de tratar.

2. Pero de aquellas otras maneras de ceremonias o costumbres sólo quiero decir que, por no tener en sí esas formas sospechosas entrepuestas con las cuales quedaría patente su ineficacia o/y su error, muchas personas el día de hoy con devoción indiscreta las usan, poniendo tanta eficacia y fe en aquellos modos y maneras con que quieren cumplir sus devociones y oraciones que entienden que si en un punto faltan y salen de aquellos límites no aprovecha ni la oirá Dios, poniendo más fiducia en aquellos modos y maneras que en lo vivo de la oración, no sin gran desagrado y agravio de Dios. Así por ejemplo, cosas como que sea la misa con tantas candelas y no más ni menos, y que la diga sacerdote de tal o tal suerte, y que sea a tal hora y no antes ni después, y que sea después de tal día según su parecer y no otro, y que las oraciones y estaciones sean tantas y tales y a tales tiempos, y con tales y tales ceremonias, y no antes ni después ni de otra manera, y que la persona que las hiciere tenga tales partes y tales propiedades. Y piensan que, si falta algo de lo que ellos llevan propuesto, no se hace nada. Y de este tipo y semejantes hay muchas costumbres de otras mil cosas y maneras que se ofrecen y usan.

3. Y lo que es peor (e intolerable) es que algunos quieren sentir algún efecto en sí, o cumplirse lo que piden, o saber que se cumple al tal fin por el que hacen aquellas sus oraciones ceremoniáticas. Con todo ello resulta que lo único que logran no es menos que tentar a Dios y enojarle gravemente. Tanto es así que algunas veces el Señor da licencia al demonio para que los engañe, haciendolos sentir y entender cosas harto ajenas del provecho de su alma, mereciendolo ellos por la propiedad e intenciones vanales y estéticas que llevan en sus oraciones, no deseando más que se haga antes lo que ellos pretenden, y no lo que Dios quiere. Y así, porque no ponen toda su confianza en Dios, nada les sucede bien.


11.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (y149)



CAPÍTULO 45.
Se explican el segundo género de bienes distintos en que se puede gozar vanamente la voluntad.


1. La segunda manera de bienes distintos sabrosos en que vanamente se puede gozar la voluntad, son los que provocan o persuaden a servir a Dios, que llamamos bienes provocativos. Estos son bienes que llegan mediante las predicaciones, de los cuales podríamos hablar de dos maneras, es a saber: cuanto a lo que toca a los mismos predicadores, y cuanto a los oyentes. Porque a los unos y a los otros no deben dejarse de advertir cómo han de dirigir hacia Dios el gozo de su voluntad, así los predicadores como los que los oyen, acerca de esta práctica de predicación.

2. Cuanto a lo primero, el predicador, para aprovechar al pueblo y no aprisionarse a sí mismo con vano gozo y presunción le conviene advertir que aquel ejercicio es más espiritual que vocal porque, aunque se ejercita con palabras hacia fuera, su fuerza y eficacia no la tiene sino del espíritu interior. Por lo tanto, por más alta que sea la doctrina que predica y por más esmerada la retórica y subido el estilo con que ella va vestida, no hace de suyo ordinariamente más provecho que el que tuviere de espíritu. Porque, aunque es verdad que la palabra de Dios de suyo es eficaz, según aquello de David (Sal. 67, 34) que dice "Cantad, que Él dará a su voz, voz de virtud", recordemos sin embargo que tambien el fuego tiene virtud de quemar, y no quemará cuando en el sujeto no hay disposición.

3. Y para que la doctrina llegue con toda su fuerza, dos disposiciones ha de haber: una del que predica y otra del que escucha. Porque ordinariamente es el provecho tanto como hay la disposición de parte del que enseña. Que por eso se dice que, cual es el maestro, tal suele ser el discípulo.
Recordemos cuando en los Hechos de los Apóstoles aquellos siete hijos de aquel príncipe de los sacerdotes de los judíos que acostumbraban a conjurar los demonios con la misma forma que san Pablo, se embraveció el demonio contra ellos, diciendo: "A Jesús confieso yo y a Pablo conozco, pero vosotros ¿quien sois?" (19, 15) y, embistiendo contra ellos, los desnudó y llagó. Lo cual no fue sino porque ellos no tenían la disposición que convenía, y no porque Cristo no quisiese que en su nombre no lo hiciesen (ya que una vez hallaron los Apóstoles a uno que no era discípulo echando un demonio en nombre de Cristo, y se molestaron, y el Señor se lo reprendió diciendo: "No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es" (Mc. 9, 38). Pero tiene ojeriza con los que, enseñando ellos la ley de Dios, no la guardan, y predicando ellos buen espíritu, no lo tienen. Por eso mismo por san Pablo se nos dice (Rm. 2, 21): "Tú enseñas a otros, y no te enseñas a ti. Tú que predicas que no hurten, hurtas". Y por David (Sal. 49, 16­17) dice el Espíritu Santo: "Al pecador dijo Dios: ¿Por qué platicas tú mis justicias y tomas mi ley con tu boca, y tú has aborrecido la disciplina y echado mis palabras a las espaldas?". En lo cual se da a entender que a este tipo de gente tampoco les dará espíritu para que hagan fruto.

4. También comúnmente vemos que, en cuanto podemos juzgar, cuando el predicador es de mejor vida mayor es el fruto que hace, aún por bajo que sea su estilo y poca su retórica, e incluso siendo su doctrina común. Porque del espíritu vivo se pega el calor, pero el otro muy poco provecho hará, aunque más subido sea su estilo y doctrina. No debemos olvidar que aunque es verdad que el buen estilo y acciones y subida doctrina y buen lenguaje mueven y hacen efecto cuando va acompañado de buen espíritu, sin esa parte de fervor espiritual aunque dé sabor y gusto el sermón al sentido y al entendimiento, muy poco o nada de fruto llega a la voluntad, debido a que comúnmente se queda tan floja y remisa como antes para obrar, aunque se le hayan predicado maravillosas cosas y todas ellas maravillosamente dichas, que al final sólo sirven para deleitar el oído como una música concertada o sonido de campanas armonioso; mas el espíritu, como digo, no sale de sus quicios más que antes, no teniendo la voz virtud para resucitar al muerto de su sepultura.

5. Poco importa oír una música mejor que otra sonar si no me mueve esta más que aquella a hacer obras, porque aunque hayan dicho maravillas, luego se olvidan, debido a que no incendiaron su fuego en la voluntad. Y es que, aparte que de suyo no hace mucho fruto aquella asimilación que hace el sentido en el gusto de la tal doctrina, impide asimismo que no pase al espíritu, quedándose sólo en estimación del modo y accidentes con que va dicha la palabra y alabando al predicador en esto o aquello y simplemente siguiendole por las formas y los modos, más que por la enmienda que de ahí saca.
Esta doctrina da muy bien a entender san Pablo a los de Corinto (1 Cor. 2, 1­4), diciendo: "Yo, hermanos, cuando vine a vosotros, no vine predicando a Cristo con alteza de doctrina y sabiduría, y mis palabras y mi predicación no eran retórica de humana sabiduría, sino en manifestación del espíritu y de la verdad". Aunque obviamente la intención del Apóstol y la mía aquí no es condenar el buen estilo y retórica y el buen término, ya que antes hace mucho al caso al predicador como también a todos los negocios. Y es que la buena redacción, vocabulario y estilo aun las cosas caídas y aburridas las levanta y reedifica, así como los malos modos y dialéctica a las buenas las estropea y pierde.



11 de febrero de 2023, Sábado de Nuestra Señora del Monte Carmelo y festividad de Nuestra Señora de Lourdes. FIN DE LA OBRA.


Nota del corrector:
Esta es considerada la primera parte de la Subida al Monte Carmelo, y como se puede ver, queda inconclusa. San Juan de la Cruz la continuará en la llamada "Noche oscura". Y es que hasta aquí el Tratado ha afrontado la denominada "noche activa", y en el siguiente afrontará la llamada "noche pasiva". Podríamos decir que este tratado es de purgación o limpieza, necesario para avanzar hacia la noche oscura en donde nos sustenta la fe en completo abandono de uno mismo.

7.4.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (202)



10. Sobre el blanco y el verde, para el remate y poder perfeccionar este disfraz y librea lleva aquí el alma el tercer color, que es una excelente toga roja, por la cual es denotada la tercera virtud, que es la caridad, con la que no solamente da gracia a las otras dos virtudes sino que además hace levantar tanto al alma de su puesto que la pone cerca de Dios con una figura tan hermosa y agradable, que se atreve ella a decir: "Aunque soy morena, ¡oh hijas de Jerusalén!, soy hermosa; y por eso me ha amado el rey, y metídome en su lecho" (Ct. 1, 4).

Con esta librea de caridad, que es ya la del amor -y que en el Amado refuerza más ese amor-, no sólo se ampara y se cubre el alma del tercer enemigo, que es la carne (porque donde hay verdadero amor de Dios, no entrará amor de uno mismo ni de sus propia cosas (nota del actualizador: todo se dirige a Dios como único fin, motivo y dedicación)), sino que también hace válidas a las demás virtudes, dándoles vigor y fuerza para proteger al alma, y gracia y donaire para agradar al Amado con ellas. Y es que sin caridad ninguna virtud es graciosa delante de Dios, ya que ella es la púrpura que se dice en los Cantares (3, 10) sobre la que se recuesta Dios una vez encontrándose en el alma. De esta librea rojiza va el alma vestida cuando -como ya quedó mostrado en la primera poesía- en la noche oscura sale de sí y de todas las cosas creadas y materiales, yéndose con ansias en amores inflamada por esta secreta escala de contemplación, camino a la perfecta unión de amor de Dios, el cual es su amada y deseada salud.

11. Este, pues, es el disfraz que el alma dice que lleva en la noche de fe por esta secreta escala, y éstas son las tres tonalidades de esa vestimenta; dichos tonos (nota del actualizador: recordemos que los tonos o colores no son más que representaciones de las virtudes que les dan su sentido) son una acomodadísima disposición para unirse el alma con Dios según sus tres potencias, las cuales son: entendimiento, memoria y voluntad.

Porque la fe oscurece y vacía al entendimiento de toda su inteligencia y en esto le dispone para unirle con la Sabiduría divina.

Y la esperanza vacía y aparta la memoria de toda la posesión de criatura puesto que, como nos dice san Pablo (Rm.8,24), la esperanza es de lo que no se posee (nota del actualizador: ya que si se poseyera no habría esperanza, puesto que ya se posee), y así aparta la memoria de todo lo que no sea lo que quiere poder poseer, poniéndola en lo que espera. Y por esto solo la esperanza de llegar a Dios por sí sola dispone ya a la memoria para unirla con Dios puramente.

La caridad, ni más ni menos, vacía y aniquila las afecciones y apetitos de la voluntad de cualquier cosa que no es Dios, y sólo se los pone en Él, por lo tanto esta virtud dispone esta potencia -la de la voluntad- y la une con Dios por amor. Y así, puesto que estas virtudes tienen por oficio apartar al alma de todo lo que es menos que Dios, ellas tienen consiguientemente el efecto de favorecer a su vez poder juntar el alma con Dios.

12. Y por lo tanto, sin caminar a las veras con el traje de estas tres virtudes es imposible llegar a la perfección de unión con Dios por amor. De esto se desprende que para alcanzar el alma lo que pretendía -que era esta amorosa y deleitosa unión con su Amado-, muy necesario y conveniente traje y disfraz fue este que aquí tomó el alma. Y también fue una gran dicha y una buena ventura acertar a vestirse con él y perseverar así cubierta hasta conseguir la pretensión y el fin tan deseado como era la unión de amor, y por eso nos lo dice este verso:


¡Oh dichosa ventura!


CAPÍTULO 22
Se explica el tercer verso de la segunda poesía.


1. Bien claro está que le fue dichosa ventura al alma salir con una tal empresa -como así decidió salir-, en la cual se libró del demonio y del mundo, y también de su misma sensualidad como hemos dicho, y alcanzado la libertad dichosa y deseada de todos los componentes de su ser. Por un lado, del espíritu salió de lo bajo a lo alto; por el otro, de terrestre se hizo celestial, y finalmente de humana se hizo divina, llegando así a tener su conversación en los cielos (Flp. 3, 20), como acontece en este estado de perfección al alma. Esto es lo que abordaremos en lo que nos resta, aunque ya con un poco más de brevedad.


4.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (169)



5. Hay otro provecho muy grande en esta noche para el alma, y es que se ejercita en las virtudes en conjunto, como en la paciencia y longanimidad, que se mejoran bien en estos vacíos y sequedades al sufrir perseverando en los espirituales ejercicios sin consuelo y sin gusto. Se ejercita también la caridad de Dios, pues ya no por el gusto atraído y saboreado que halla en la obra es la persona movida, sino sólo por Dios. Ejercita aquí también la virtud de la fortaleza, porque en estas dificultades y sinsabores que halla en el obrar saca fuerzas de sus flaquezas, y así se hace fuerte. Y, finalmente, en todas las virtudes, así teologales como cardinales y morales, corporal y espiritualmente se ejercita el alma en estas sequedades.

6. Y sobre que en esta noche consigue el alma estos cuatro provechos que ya hemos dicho, conviene a saber: delectación de paz, ordinaria memoria y solicitud de Dios, limpieza y pureza del alma y el ejercicio de virtudes que acabamos de decir, lo menciona David (Sal. 76, 4), como lo experimentó él mismo estando en esta noche, por estas palabras: "Mi alma desechó las consolaciones, tuve memoria de Dios y hallé consuelo y me ejercité, y desfalleció mi espíritu". Y luego dice (v. 7): "Y medité de noche con mi corazón, y me ejercitaba, y barría y purificaba mi espíritu", eso es, de todas las afecciones.

7. Acerca de las imperfecciones de los otros tres vicios espirituales que allí dijimos que son la ira, envidia y acidia o hastío, también en esta sequedad del apetito se purga el alma y adquiere las virtudes a ellas contrarias puesto que, moldeable y humillada por estas sequedades y dificultades y otras tentaciones y trabajos en que entre las introspecciones de esta noche Dios la ejercita, se hace mansa para con Dios y para consigo, así como también para con el prójimo. Por lo tanto ya no se enoja con alteración sobre las faltas propias contra sí misma, ni sobre las ajenas contra el prójimo, ni acerca de Dios trae disgusto y querellas descomedidas porque no le hace pronto lo bueno que desea.

8. Respecto de la envidia, también aquí tiene caridad con los demás porque, si alguna vez sufre envidia, no es viciosa como antes solía cuando le daba pena que otros fuesen a él preferidos y que le llevasen la ventaja, puesto que ya aquí se la tiene mostrada y se da cuenta que los otros son mejores que ella misma, al verse tan miserable como se ve. Y así es que la envidia que tiene, si la tiene, es virtuosa, deseando imitarlos en sus obras y aspectos buenos, lo cual es mucha virtud.

9. Las acidias, hastíos y tedios que aquí tiene de las cosas espirituales tampoco son viciosas como antes, puesto que aquéllos procedían de los gustos espirituales que a veces tenía y pretendía tener cuando no los hallaba. Sin embargo estos otros tedios no proceden de esta flaqueza del gusto, porque se la tiene Dios retirada respecto a todas las cosas, al situarla en esta purgación del apetito.

10. Además de estos provechos que mencionamos, otros innumerables se consiguen por medio de esta seca contemplación. Porque en medio de estas sequedades y aprietos muchas veces, cuando menos se piensa, comunica Dios al alma suavidad espiritual y amor muy puro y noticias espirituales, a veces muy delicadas, cada una de mayor provecho y valor que cuanto antes gustaba, aunque sin embargo el alma al principio no piensa así, porque es muy delicada la influencia espiritual que aquí se da, y por ello no la percibe el sentido.

11. Finalmente, por cuanto aquí el alma se purga de las afecciones y apetitos sensitivos consigue libertad de espíritu, por lo que se van granjeando los doce frutos del Espíritu Santo. También aquí admirablemente se libra de las manos de los tres enemigos: mundo, demonio y carne porque, apagándose el sabor y gusto sensitivo acerca de las cosas mundanas y materiales, no tiene el demonio, ni el mundo, ni la sensualidad armas ni fuerzas contra el espíritu.

12. Estas sequedades hacen, pues, al alma andar con pureza en el amor de Dios, puesto que ya no se mueve a obrar por el gusto, fruto y sabor de la obra, como por ventura lo hacía cuando gustaba, sino sólo por dar gusto a Dios. Se hace el alma no presumida ni glotona ni harta, como por ventura en el tiempo de la prosperidad solía, sino recelosa y temerosa de sí misma, no teniendo en sí satisfacción ninguna, en lo cual está el santo temor que conserva y aumenta las virtudes. Apaga también esta sequedad las concupiscencias y bríos naturales, como también hemos dicho porque aquí, si no es el gusto que de suyo Dios le infunde algunas veces, muy raramente halla gusto y consuelo sensible por su diligencia en alguna obra y ejercicio espiritual, como ya se ha dicho.

13. Le crece también en esta noche de sequedades el cuidado de Dios y las ansias por servirle porque, como se le van secando las fuentes de la sensualidad con las que sustentaba y surgían los apetitos tras los que iba, sólo queda patente y desnudo el ansia de servir a Dios, que es cosa para Dios muy agradable pues, como dice David (Sal. 50, 19), el espíritu atribulado es sacrificio para Dios.


10.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (118)



CAPÍTULO 17.
Se aborda la primera afección de la voluntad, mostrando qué es el gozo y haciendo distinción de los diferentes aspectos en los que la voluntad puede gozar.


1. La primera de las pasiones del alma y afecciones de la voluntad es el gozo, el cual, en cuanto toca a lo que de él vamos a explicar, no es otra cosa que un contentamiento de la voluntad con estimación de alguna cosa que tiene por conveniente o agradable, porque nunca la voluntad se goza sino cuando la cosa le hace aprecio y da contento.
Esto es cuanto al gozo activo, que es cuando el alma entiende distinta y claramente de lo que se goza, y está en su mano gozarse y no gozarse. Porque hay otro gozo pasivo en que se puede hallar la voluntad gozando sin entender cosa clara y distinta, y a veces entendiendo que sea este tal gozo pero sin estar en su mano tenerlo o no tenerlo. Y de este trataremos después. Ahora diremos del gozo en cuanto es activo y voluntario de cosas distintas y claras.

2. El gozo puede nacer de seis géneros de elementos o bienes, conviene a saber: temporales, naturales, sensuales, morales, sobrenaturales y espirituales, acerca de los cuales hemos de ir por su orden poniendo la voluntad en razón, para que no se quede apresada por ellos y deje entonces de poner la fuerza de su gozo en Dios. Para todo ello conviene presuponer un fundamento, que será como un báculo en que nos hemos de ir siempre acompañando y apoyando. Y conviene llevar esto bien entendido, porque es la luz por donde nos hemos de guiar y entender en esta doctrina y enderezar en todos estos bienes en cuanto el gozo a Dios, y es el siguiente: que la voluntad no se debe gozar sino sólo de aquello que es gloria y honra de Dios, y que la mayor honra que le podemos dar es servirle según la perfección evangélica. Con lo cual, todo lo que sea fuera de esto es de ningún valor y provecho para el hombre.


19.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (35)



CAPÍTULO 14.
En el cual se explica el segundo verso de la canción.


Con ansias en amores inflamada.

1. Ya que hemos explicado el primer verso de esta canción, que trata de la noche sensitiva, dando a entender qué tipo de noche es esta del sentido y por qué se le denomina "noche", y también habiendo dado el orden y el modo que se ha de tener para entrar en ella activamente, se sigue ahora por su orden tratar de las propiedades y efectos de ella, que son admirables, los cuales se contienen en los versos siguientes de la mencionada canción, los cuales yo apuntaré brevemente en gracia de declarar los dichos versos, como en el prólogo lo prometí, y pasaré luego avanzando al segundo libro, el cual trata de la otra parte de esta noche que es la espiritual.

2. Dice, pues, el alma que "con ansias, en amores inflamada" pasó y salió en esta noche oscura del sentido a la unión del Amado. Porque para vencer todos los apetitos y negar los gustos de todas las cosas, con cuyo amor y afición se suele inflamar la voluntad para gozar de ellos, era menester otra inflamación mayor de otro amor mejor, que es el de su Esposo para que, teniendo su gusto y fuerza en este, tuviese valor y constancia para fácilmente negar todos los otros. Y no solamente era menester para vencer la fuerza de los apetitos sensitivos tener amor de su Esposo, sino estar inflamada de amor y con ansias. Porque acontece, y así es realmente, que la sensualidad con tantas ansias de apetitos es movida y atraída a las cosas sensitivas que, si la parte espiritual no está inflamada con otras ansias mayores de lo que es espiritual, no podrá vencer el yugo natural que la ata a lo sensitivo, ni entrar en esta noche del sentido, ni tendrá ánimo para quedarse a oscuras de todas las cosas, privándose del apetito de todas ellas.

3. Y cómo y de cuántas maneras sean estas ansias de amor que las almas tienen en los principios de este camino de unión, y las diligencias e invenciones que hacen para salir de su casa, que es la propia voluntad en la noche de la mortificación de sus sentidos, así como cuán fáciles y aun dulces y sabrosos les hacen parecer estas ansias del Esposo frente a todos los trabajos y peligros de esta noche, no es este el lugar para explicarlo, ni siquiera se puede decir, porque es mejor vivirlo y considerarlo que escribirlo. Y así, pasaremos a declarar los demás versos en el siguiente capítulo.


11.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (175)



5. Cuanto a lo primero, debido a que la luz y sabiduría de esta contemplación es muy clara y pura y el alma en que ella impacta está oscura e impura, da como resultado que el alma pena mucho recibiéndola en sí, como cuando los ojos están dañados, impuros y enfermos, y se ven desbordados del deslumbramiento de la clara luz, con lo cual reciben pena.

Y esta pena en el alma, a causa de su impureza, es inmensa cuando de veras es embestida de esta divina luz, porque impactando en el alma esta luz pura a fin de expeler la impureza del alma se siente el alma tan impura y miserable que le parece estar Dios contra ella y que ella está hecha contraria a Dios. Lo cual es de tanto sentimiento y pena para el alma, porque le parece aquí que la ha arrojado Dios de sí, el cual era uno de los mayores disgustos que sentía Job (7, 20) cuando Dios le tenía en este ejercicio, diciendo: "¿Por qué me has puesto contrario a ti, y soy grave y pesado para mí mismo?". Y es que viendo el alma claramente aquí por medio de esta pura luz, aunque a oscuras, su impureza, conoce claro que no es digna de Dios ni de criatura alguna. Y lo que más le entristece es que piensa que nunca lo será, y que ya se le acabaron sus bienes. Esto le causa también pesadumbre por la profunda inmersión que tiene de la gente en el conocimiento y sentimiento de sus males y miserias, porque aquí se las muestra todas al entendimiento esta divina y oscura luz, y de modo que vea claro cómo de suyo propio no podría tener ya otra cosa que miserias. Podemos entender en este sentido aquellas palabras de David (Sal. 38, 12): "Por la iniquidad corregiste al hombre, e hiciste deshacer y consumirse su alma; como la araña se desentraña" (nota del actualizador: dado que en la tradición Septuaginta/Vulgata el salmo 9 y el 10 del hebreo forman uno solo, a partir del 11 todos los salmos tienen un número menos que la numeración hebrea, de manera que este salmo correspondería al 39 actual que, en la traducción Reina-Valera de 1960 se leería de la siguiente manera: "Con castigos por el pecado corriges al hombre, y deshaces como polilla lo más estimado de él").

6. La segunda manera en que pena el alma es a causa de su flaqueza natural, moral y espiritual porque, como esta divina contemplación embiste en el alma con cierta fuerza al fin de irla robusteciendo y amansando, de tal manera infiere en su flaqueza que poco menos se siente desfallecer, particularmente algunas veces cuando con cierta intensidad embiste. Y es que el sentido y el espíritu, así como si estuviese debajo de una inmensa y oscura carga, está penando y agonizando tanto que tomaría por alivio y recompensa el morir. Lo cual habiendo experimentado el profeta Job (23, 6), decía: "No quiero que trate conmigo con mucha fortaleza, para que no me oprima con el peso de su grandeza".

7. En la fuerza de esta opresión y peso se siente el alma tan ajena de ser favorecida y agraciada que le parece, y así es, que aun en lo que solía hallar algún apoyo se acabó junto con todo lo demás, y que no hay quien se compadezca de ella. A cuyo propósito dice también Job (19, 21): "Compadeceos de mí, a lo menos vosotros mis amigos, porque me ha tocado la mano del Señor".

¡Cosa de gran maravilla y también lástima que sea aquí tanta la flaqueza e impureza del alma que, siendo la mano de Dios de suyo tan blanda y suave, la sienta el alma aquí tan pesada, contundente y contraria, y con todo aún sin colisionar ni asentarse con todo su peso, sino solamente tocando, y eso misericordiosamente, pues lo lleva a cabo a fin de hacer favores al alma y no de castigarla!


2.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (79)



7. No conviene, pues, ya preguntar a Dios de la manera antigua, ni es necesario que ya hable, pues acabando de hablar toda la fe en Cristo, no hay más fe que revelar ni la habrá jamás. Y quien quisiere ahora recibir cosas algunas por vía sobrenatural, como hemos dicho, sería notar falto a Dios como si no hubiese dado todo lo bastante en su Hijo. Porque, aunque lo haga suponiendo la fe y creyéndola, todavía es esa curiosidad de menos fe. De donde no hay que esperar doctrina ni otra cosa alguna por vía sobrenatural. Porque la hora en que Cristo dijo en la cruz: "Consummatum est" (Jn. 19, 30), cuando expiró, que quiere decir "acabado es", no sólo se acabaron esos modos, sino todas esas otras ceremonias y ritos de la Ley Vieja. Y así, en todo nos hemos de guiar por la ley de Cristo hombre (y de su Iglesia y ministros, humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas espirituales, que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía). Y lo que de este camino saliere no sólo es curiosidad, sino mucho atrevimiento. Y no se ha de creer cosa por vía sobrenatural, sino sólo lo que es enseñanza de Cristo hombre, como digo, y de sus ministros, hombres. Tanto es así que dice san Pablo (Gl. 1, 8) estas palabras: "Si algún ángel del cielo os evangelizare fuera de lo que nosotros hombres os evangelizáremos, sea maldito y descomulgado".

8. De donde, pues es verdad que siempre se ha de estar en lo que Cristo nos enseñó, y todo lo demás no es nada ni se ha de creer si no conforma con ello, en vano anda el que quiera ahora tratar con Dios a modo de la Ley Vieja. Cuánto más que no le era lícito a cualquiera de aquel tiempo preguntar a Dios, ni Dios respondía a todos, sino sólo a los sacerdotes y profetas, que eran de cuya boca de quien el pueblo había de saber la ley y la doctrina. Y así, si alguno quería saber alguna cosa de Dios, por el profeta o por el sacerdote lo preguntaba, y no por sí mismo. Y si David por sí mismo algunas veces preguntó a Dios, es porque era profeta, y aún con todo eso no lo hacía sin la vestidura sacerdotal, como se ve haberlo hecho en el primero de los Reyes (23, 9), donde dijo a Abimelec sacerdote: "Applica ad me ephod", que era una vestidura de las más autorizadas del sacerdote, y con ella consultó con Dios. Mas otras veces consultaba a Dios por medio del profeta Natán y por otros profetas. Y por la boca de estos y de los sacerdotes había de creer que procedía de Dios lo que se le decía, y no por su parecer propio.

9. Y así, lo que Dios decía entonces, ninguna autoridad ni fuerza les representaba para darle entero crédito, si por la boca de los sacerdotes y profetas no se aprobaba. Porque es Dios tan amigo de que el gobierno y trato del hombre sea también por otro hombre semejante a la persona humana, y que por razón natural sea esa persona regida y gobernada, que totalmente quiere que las cosas que sobrenaturalmente nos comunica no las demos entero crédito ni hagan en nosotros confirmada y segura fuerza, hasta que pasen por este arcaduz humano de la boca del hombre. Y así siempre que algo dice o revela al alma, lo dice con una manera de inclinación puesta en la misma alma, con el fin de que esta alma luego consulte y la diga a quien conviene decirla y, hasta que eso ocurra, no suele dar entera satisfacción en su revelación, mientras no la tome la persona de otra persona semejante a ella.
Por eso en los Jueces (7, 9­11) vemos haberle acontecido lo mismo al capitán Gedeón que, con haberle Dios dicho muchas veces que vencería a los madianitas, todavía estaba dudoso y cobarde, habiéndole dejado Dios aquella flaqueza hasta que por la boca de los hombres oyó lo que Dios le había dicho. Y fue que, como Dios le vio flaco, le dijo: "Levántate y desciende del real. Cuando oyeres allí lo que hablan los hombres, entonces recibirás fuerzas en lo que te he dicho y bajarás con más seguridad a los ejércitos de los enemigos". Y así fue que, oyendo contar un sueño de un madianita a otro, en que había soñado que Gedeón los había de vencer, fue muy esforzado y comenzó a poner con gran alegría por obra la batalla. Donde se ve que no quiso Dios que ese se asegurase sólo por vía sobrenatural, puesto que no le dio ahí la seguridad hasta que se confirmó por vía natural.

10. Y mucho más es de admirar lo que pasó acerca de esto en Moises que, con haberle Dios mandado con muchas razones y confirmándoselo con señales de la vara en serpiente y de la mano leprosa, que fuese a libertar a los hijos de Israel, estuvo tan dubitativo y oscuro en esta ida que, aunque se enojó Dios, nunca tuvo ánimo para acabar de tener fuerte fe en el caso para ir, hasta que le animó Dios con su hermano Aarón, diciendo (Ex. 4, 14­15): "¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón. Tú le hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer. Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios".


14.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (30)



CAPÍTULO 11.
Se explica que, para llegar a la divina unión, es necesario que el alma se encuentre libre de todos los apetitos, por mínimos que sean.


1. Parece que muchos desean preguntar que si por fuerza, para llegar a este alto estado de perfección, ha de haber precedido mortificación total en todos los apetitos, pequeños y grandes, y que si bastará mortificar algunos de ellos y dejar otros, a lo menos aquellos que parecen de poca importancia; porque parece cosa recia y muy dificultosa poder llegar el alma a tanta pureza y desnudez, al nivel de no tener voluntad de deseo ni afición a ninguna cosa.

2. A esto respondo: lo primero que, aunque es verdad que no todos los apetitos son tan perjudiciales unos como otros ni aprisionan al alma, todos en igual manera se han de mortificar. Hablo de los voluntarios, porque los apetitos naturales poco o nada impiden para la unión al alma cuando no son consentidos, ni pasan de primeros movimientos todos aquellos en que la voluntad racional ni antes ni después tuvo parte; porque quitar estos, que es mortificarlos del todo, en esta vida es imposible, y estos no impiden de manera que no se pueda llegar a la divina unión, aunque del todo no estén, como digo, mortificados. Porque bien los puede tener de forma natural, y estar el alma, según el espíritu racional, muy libre de ellos, porque aún acontecerá a veces, que esté el alma en harta unión de oración de quietud en la voluntad, y que a la misma vez moren estos apetitos en la parte sensitiva de la persona, no teniendo en ellos parte la voluntad superior que está en oración. Pero todos los demás apetitos voluntarios, ahora sean de pecado mortal, que son los más graves, ahora de pecado venial, que son menos graves, ahora sean solamente de imperfecciones, que son los menores, todos se han de vaciar y de todos se ha de desprender el alma para llegar a esta total unión, por mínimos que sean. Y la razón es porque el estado de esta divina unión consiste en tener el alma, según la voluntad, con tal transformación en la voluntad de Dios, de manera que no haya en ella cosa contraria a la voluntad de Dios, sino que en todo y por todo su movimiento sea voluntad solamente de Dios.

3. Que esta es la causa porque en este estado llamamos estar hecha una única voluntad con Dios, la cual es voluntad de Dios, y esta voluntad de Dios es también voluntad del alma. Pues si esta alma quisiese alguna imperfección que no quiere Dios, no estaría hecha una voluntad de Dios, pues el alma tenía voluntad de lo que no la tenía Dios. Luego claro está que, para venir el alma a unirse con Dios perfectamente por amor y por voluntad, ha de carecer primero de todo apetito de voluntad, por mínimo que sea; esto es, que advertidamente y con conocimiento no consienta con la voluntad en imperfección, y venga a tener poder y libertad para poder desprenderse de cualquier imperfección en cuanto la advierta.
Y digo que es algo que ha de hacer con conocimiento porque, sin advertirlo y conocerlo, o sin estar a su mano, bien caerá en imperfecciones y pecados veniales y en los apetitos naturales que hemos dicho; porque de estos tales pecados no tan voluntarios y subrepticios está escrito (Pv. 24, 16) que el justo caerá siete veces en el día y se levantará. Mas de los apetitos voluntarios, que son pecados veniales de advertencia, aunque sean de mínimas cosas, como he dicho, basta uno que no se venza para impedir la unión con la divinidad.
Digo no mortificando el tal hábito, porque algunos actos, a veces, de diferentes apetitos, no llegan aún a hacer tanto cuando los hábitos están mortificados; aunque tambien estos se ha de tratar de hacerlos desaparecer, porque también proceden de hábito de imperfección; pero algunos hábitos de voluntarias imperfecciones, en que nunca acaban de vencerse, estos por sí solos no impiden la divina unión, ni el ir adelante en la perfección.


24.9.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (10)



PRÓLOGO

1. Para poder explicar y hacer entender esta noche oscura por la cual pasa el alma para llegar a la divina luz de la unión perfecta del amor de Dios, o al menos todo lo que se pueda lograr sobre ello en esta vida, sería necesaria otra mayor luz de ciencia y experiencia que la mía; porque son tantas y tan profundas las tinieblas y trabajos, así espirituales como temporales, por los que ordinariamente suelen pasar las dichosas almas para poder llegar a este alto estado de perfección, que ni basta ciencia humana que lo pueda hacer entender, ni experiencia que lo pueda explicar, ya que sólo el que por ello pasa sabrá sentirlo, pero no explicarlo.

2. Y, por lo tanto, para decir algo de esta noche oscura, no me dejaré llevar ni de experiencia ni de ciencia, porque lo uno y lo otro puede faltar y engañar. No obstante, aunque sin dejar de recurrir en todo lo que me fuera posible a estas dos cosas (la experiencia y el conocimiento), me aprovecharé, con la ayuda divina, para todo lo que he de explicar -al menos para lo más importante y oscuro de entender- de la divina Escritura, por la cual guiándonos no podremos errar, dado que el que en ella habla es el Espíritu Santo. Y si yo en algo errare por no entender al completo lo que en ella se dice, no es mi intención apartarme del sano sentido y doctrina de la santa Madre Iglesia Católica, porque en tal caso totalmente me sujeto y resigno no sólo a su mandato, sino a cualquiera que con conocimiento de esta experiencia en mejor razón juzgare que yo.

3. Para hacer todo este tratado me ha movido no la posibilidad que veo en mí para tarea tan ardua, sino la confianza que en el Señor tengo de que me ayudará a decir algo por la enorme necesidad que tienen muchas almas de guía, las cuales, comenzando el camino de la virtud, y queriendo Nuestro Señor ponerlas en esta noche oscura para que por ella pasen a la divina unión, ellas no logran avanzar. A veces esto les ocurre por no querer entrar o dejarse entrar en esta noche oscura; a veces, por no entenderlo y carecer de guías idóneos y despiertos que las dirijan hasta la cumbre. Y así, es una lástima ver a muchas almas a quien Dios da talento y favor para avanzar que, si ellas quisiesen animarse, llegarían a este alto estado, quedarse sin embargo en un bajo modo de trato con Dios, por no querer, o no saber, o no tener quien las dirija y enseñe a desasirse de aquellos principios. Y aunque Nuestro Señor las favorezca tanto, que aún a pesar de todo ello las haga avanzar, llegan muy tarde y con más trabajo y con menos merecimiento, por no haberse acomodado a Dios, dejándose colocar libremente en el puro y cierto camino de la unión. Porque, aunque es verdad que Dios las lleva -que puede hacerlo aunque ni ellas se esfuercen-, no se dejan ellas llevar; y así por tanto se avanza menos, puesto que se resisten a ser manejadas y, en fin, no logran tantos merecimientos al no poner en esta obra su voluntad, dando como resultado que sufren y padecen más. Porque hay almas que, en vez de dejarse en manos de Dios y permitir que las ayude, en su lugar estorban los planes de Dios, poniéndoles impedimentos por su indiscreto obrar y su rechazo, haciéndose semejantes a los niños que, queriendo sus madres llevarlos cómodamente en brazos, ellos van pateando y llorando tratando de caminar por su propio pie y solo consiguiendo con ello andar de mala manera, o incluso no andar o, si caminasen, sería al paso de un niño, es decir, avanzando muy lentamente y con mucho esfuerzo y agotamiento.

2.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (49)



CAPÍTULO 8.
Se explica cómo, de manera general, ninguna criatura ni noticia alguna que llegue al entendimiento le puede servir de próximo medio para la divina unión con Dios.


1. Antes que tratemos del propio y acomodado medio para la unión de Dios, que es la fe, conviene que mostremos cómo ninguna cosa criada ni pensada puede servir al entendimiento de propio medio para unirse con Dios, y cómo todo lo que el entendimiento puede alcanzar, más que de medio le sirve de impedimento, si a ello se quisiese sujetar.
Y ahora, en este capítulo, mostraremos esto de una forma general, y después iremos hablando más explícitamente, descendiendo por todas las noticias que el entendimiento puede recibir de parte de cualquier sentido exterior e interior, y los inconvenientes y daños que puede recibir de todos estos conocimientos interiores y exteriores por no ir avanzando de la mano del propio medio, que es la fe.

2. Es, pues, de saber que, según regla de filosofía, todos los medios han de ser proporcionados al fin, es a saber: que han de tener alguna conveniencia y semejanza con el fin, tal que baste y sea suficiente para que por ellos se pueda conseguir el fin que se pretende. Por ejemplo: quiere uno llegar a una ciudad. Necesariamente ha de ir por el camino, que es el medio que dirije y junta con la misma ciudad. Otro ejemplo: se ha de mezclar y unir el fuego en el madero. Es necesario que el calor, que es el medio, disponga al madero primero con tantos grados de calor que tenga gran semejanza y proporción con el fuego. De donde, si quisiesen disponer al madero con otro medio que el propio, que es el calor, así como con aire, o agua, o tierra, sería imposible que el madero se pudiera unir con el fuego; así como tambien lo sería llegar a la ciudad si no se va por el propio camino que va hacia ella. De donde, para que el entendimiento se venga a unir en esta vida con Dios, según se pueda, necesariamente ha de tomar aquel medio que junta con el fin y tiene con ese fin su próxima semejanza.

3. En lo cual hemos de advertir que, de entre todas las criaturas superiores ni inferiores, ninguna hay que próximamente una con Dios ni tenga semejanza con su ser. Porque, aunque es verdad que todas ellas tienen, como dicen los teólogos, cierta relación a Dios y rastro de Dios -unas más y otras menos, según su más principal o menos principal ser-, de Dios a ellas ningún respecto hay ni semejanza esencial, antes la distancia que hay entre su divino ser y el de ellas es infinita, y por eso es imposible que el entendimiento pueda llegar a Dios por medio de las criaturas, ahora sean celestiales, ahora terrenas, por cuanto no hay proporción de semejanza.
De donde, hablando David (Sal. 85, 8) de las celestiales, dice: "No hay semejante a ti en los dioses, Señor", llamando dioses a los ángeles y almas santas. Y en otra parte (Sal. 76, 14): "Dios, tu camino está en lo santo; ¿qué dios grande hay como nuestro Dios?". Que es como si dijera: el camino para venir a ti, Dios, es camino santo, esto es, pureza de fe. Porque ¿qué dios habrá tan grande, es a saber, qué ángel tan levantado en ser y qué santo tan levantado en gloria será tan grande, que sea camino proporcionado y magnificado para venir a ti? Y hablando tambien el mismo David (Sal. 137, 6) de las terrenales y celestiales juntamente, dice: "Alto es el Señor y mira las cosas bajas, y las cosas altas conoce desde lejos". Como diciendo: siendo Él alto en su ser, son de muy bajo el ser de las cosas de acá abajo, comparándolas con su alto ser; y las cosas altas, que son las criaturas celestiales, las ve y las conoce estar de su ser muy lejos. Luego todas las criaturas no pueden servir de proporcionado medio al entendimiento para dar en Dios.


20.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (128)



CAPÍTULO 23.
Se explican los provechos que obtiene el alma al no poner el gozo en los bienes naturales.


1. Muchos son los provechos que logra el alma al apartar su corazón de semejante gozo porque, además que dispone para el amor de Dios y el ejercicio de las otras virtudes, directamente da lugar a la humildad para sí mismo y a la caridad general para con los prójimos. Y es que no aficionándose a ninguna persona por los bienes naturales aparentes, que son engañadores, le queda el alma libre y clara para amarlos a todos racional y espiritualmente, como Dios quiere que sean amados. En lo cual se conoce que ninguno merece amor si no es por la virtud que hay en él. Y cuando de esta suerte se ama, es muy según Dios y aún con mucha libertad; y si es con asimiento, es con mayor asimiento de Dios, porque entonces cuanto más crece este amor, tanto más crece el de Dios, y cuanto más el de Dios, tanto más esta caridad para con el prójimo, porque de lo que es en Dios es una misma razón y una misma la causa.

2. Le sigue además otro excelente provecho al negar este género de gozo, y es que cumple y guarda el consejo de Nuestro Salvador, que dice por san Mateo (16, 24) que el que quisiere seguirle se niegue a sí mismo. Lo cual en ninguna manera podría hacer el alma si pusiese el gozo en sus bienes naturales, porque el que hace algún caso de sí no se niega ni sigue a Cristo.

3. Hay otro gran provecho en negar este género de gozo, y es que causa en el alma una gran tranquilidad y evacua las digresiones, logrando recogimiento en los sentidos, mayormente en los ojos. Porque, no queriendo gozarse en eso, ni quiere mirar ni dar los demás sentidos a esas cosas, por no ser atraído ni enlazado de ellas, ni gastar tiempo ni pensamiento en ellas. Es un hecho semejante a las serpientes prudentes, que al tapar sus oídos para no oír a los encantadores evitan así que les hagan alguna manipulación (Sal. 57, 5). Porque guardando las puertas del alma, que son los sentidos, mucho se guarda y aumenta la tranquilidad y pureza de esa misma alma.

4. Hay otro provecho no menor en los que ya están avanzados en la mortificación de este género de gozo, y es que los objetos y las noticias amargas o/y desagradables no les hacen la impresión e impureza que a los que todavía les contenta algo de esto. Y, por eso, a la negación y mortificación de este gozo se le sigue la espiritual limpieza de alma y cuerpo, esto es, de espíritu y sentido, y va teniendo conveniencia angelical con Dios, haciendo a su alma y a su cuerpo digno templo del Espíritu Santo. Lo cual no puede ser así si su corazón se gozase en los bienes y gracias naturales, puesto que para esto no es menester consentimiento ni memoria de cosa fea, pues el gozo que se recibe admirando la belleza física y sensual basta para la impureza del alma y sentido con la comunicación de lo tal, pues que dice el Sabio (Sab. 1, 5) que el Espíritu Santo se apartará de los pensamientos que no son de entendimiento, esto es, de la razón superior en orden a Dios.

5. Otro provecho general se le sigue, y es que, además que se libra de los males y daños que acabamos de mencionar, esquiva también las vanidades sin cuento y los muchos otros daños, así espirituales como temporales, y mayormente de caer en la poca estima que son tenidos todos aquellos que son vistos gozarse o preciarse de las dichas partes naturales, suyas o ajenas. Y así son tenidos y estimados por cuerdos y sabios, como de verdad lo son, todos aquellos que no hacen caso de estas cosas, sino de aquello de que gusta Dios.

6. De los mencionados provechos se añade también este último, que es un generoso bien del alma, tan necesario para servir a Dios como es la libertad del espíritu, con que fácilmente se vencen las tentaciones, y se pasan bien los trabajos y crecen prósperamente las virtudes.


19.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (127)



3. Pero, volviendo a hablar de aquel segundo daño (el mueve el sentido a complacencia y deleite sensual y lujuria), que contiene en sí daños innumerables, aunque no se pueden comprehender con la escritura ni dar cuenta de su gravedad con las palabras, no es oscuro ni oculto hasta dónde llegue y cuánta sea esta desventura nacida del gozo puesto en las gracias y hermosura natural, pues que cada día por esta causa se ven tantas muertes de hombres, tantas honras perdidas, tantos insultos hechos, tantas haciendas disipadas, tantas emulaciones y contiendas, tantos adulterios, estupros y fornicios cometidos y tantos santos caídos en el suelo, que se podrían comparar a la tercera parte de las estrellas del cielo derribadas con la cola de aquella serpiente en la tierra (Ap. 12, 4); el oro fino, perdido su primor y lustre, en el cieno; y los ínclitos y nobles de Sión, que se vestían de oro primo, estimados en vasos de barro quebrados, hechos tiestos (Lm. 4, 1­2).

4. ¿Hasta dónde no llega la ponzoña de este daño? ¿Y quién no bebe o poco o mucho de este cáliz dorado de la mujer babilónica del Apocalipsis (17, 4)? Que al sentarse ella sobre aquella gran bestia, que tenía siete cabezas y diez coronas, da a entender que apenas hay alto ni bajo, ni santo ni pecador que no le dé a beber de su vino, sujetando en algo su corazón pues, como allí se dice de ella (17, 2), fueron embriagados todos los reyes de la tierra del vino de su prostitución. Y a todos los estados coge, hasta el supremo e ínclito del santuario y divino sacerdocio, asentando su abominable vaso, como dice Daniel (9, 27), en el lugar santo; apenas dejando fuerte que poco o mucho no le dé a beber del vino de este cáliz, que es este vano gozo. Que, por eso, dice que "todos los reyes de la tierra fueron embriagados de este vino", pues tan pocos se hallarán que, aún por santos que hayan sido, no les haya embelesado y trastornado en algo o de alguna forma esta bebida del gozo y gusto de la hermosura y gracias naturales.

5. Donde es de notar el decir que se embriagaron porque, por poco que se beba del vino de este gozo, luego al punto se ata a él al corazón, y embelesa y hace el daño de oscurecer la razón, como a los atrapados por el vino. Y es de manera que, si luego no se toma alguna triaca contra este veneno para que se eche fuera presto, peligro corre la vida del alma. Porque, tomando fuerzas la flaqueza espiritual, le traerá a tanto mal que, como Sansón (Ju. 16, 19), sacados los ojos de su vista y cortados los cabellos de su primera fortaleza, se verá moler en las atahonas, cautivo entre sus enemigos y después, por ventura, morir la segunda muerte, como él con ellos, causándole todos estos daños la bebida de este gozo espiritualmente, como a él corporalmente se los causó y causa hoy a muchos. Y tras lo cual le vayan a decir sus enemigos, no sin gran confusión suya: "¿Eres tú el que rompías los lazos doblados, desquijarrabas los leones, matabas los mil filisteos y arrancabas los postigos, y te librabas de todos tus enemigos?" (nota del corrector: que sería semejante a decir "¿eres tú el santo que daba sermones, aconsejabas cómo evitar la lascivia, y he aquí retorciéndote en el cieno apestoso por la seducción de una mujer?").

6. Concluyamos, pues, poniendo el argumento necesario contra esta ponzoña, que es: luego que el corazón se sienta mover de este vano gozo de bienes naturales y/o atractivos físicos, se acuerde cuán vana cosa es gozarse de otra cosa que no sea la de servir a Dios y cuán peligrosa y perniciosa, considerando cuánto daño fue para los ángeles gozarse y complacerse de su hermosura y bienes naturales, pues por esto cayeron en los terribles abismos, y cuántos males producen a los hombres cada día por esa misma vanidad. Por eso se deben animar a tomar con tiempo el remedio que dice el poeta a los que comienzan a aficionarse a tales encantamientos: "date prisa ahora al principio a poner remedio, porque cuando los males han tenido tiempo de crecer en el corazón, tarde viene el remedio y la medicina". No mires al vino, dice el Sabio (Pv. 23, 31­32), cuando su color está rubicundo y resplandece en el vaso, porque entra blandamente, pero luego muerde como serpiente y derrama venenos como el regulo.


31.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (195)



5. De ello podríamos sacar la causa por la que algunas personas que van por este camino las cuales, por tener unas almas buenas y temerosas, querrían dar cuenta a quien las rigen de lo que les ocurre, no saben ni pueden hacerlo. Por consiguiente tienen en decirlo gran repugnancia y desgana, mayormente cuando la contemplación es algo más sencilla de manera que la misma alma apenas la siente, simplemente sólo saben decir que el alma está satisfecha y quieta y contenta, o decir que sienten a Dios y que les va bien, a su parecer. Y, siendo así, no les es posible decir más respecto de lo que el alma lleva dentro, ni la sacarán de mencionar sobre su experiencia términos generales semejantes a éstos. Diferente es cuando las cosas que el alma tiene son particulares, como visiones, sentimientos, etc., las cuales, como ordinariamente se reciben debajo de alguna especie en la que participa el sentido, entonces sí la pueden en cierta manera explicar o decir, dado que entonces debajo de esa forma de especie o de semejanza sí lo consiguen comunicar. Pero este poderlo decir ya no es en razón de pura contemplación, porque ésta es indecible, como hemos dicho, y por eso se llama secreta.

6. Y no sólo por eso se llama y es secreta, sino porque también esta sabiduría mística tiene la propiedad de esconder al alma en sí. Puesto que, además de lo ordinario, algunas veces de tal manera absorbe al alma y la sume en su abismo secreto, que el alma echa de ver claro que está puesta alejadísima y remotísima de toda criatura, de suerte que le parece que la colocan en una profundísima y anchísima soledad, donde no puede llegar alguna humana criatura, como si estuviera en un inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin, el cual es tanto más deleitoso, sabroso y amoroso, cuanto es más profundo, ancho y solitario lo siente, donde el alma se ve tan secreta como si estuviera levantada y viéndose sobre toda temporal criatura (nota del actualizador: fuera de los ruidos y los tejemanejes del mundo).

Y tanto levanta entonces y engrandece este abismo de sabiduría al alma, metiéndola en las corrientes de la ciencia de amor, que le hace experimentar no solamente el sentir muy baja toda condición de criatura comparada a este supremo saber y sentir divino, sino también echar de ver cuán bajos y cortos y en alguna manera impropios son todos los términos y vocablos con que en esta vida se trata de las cosas divinas, y cómo es imposible, por vía y modo natural, aunque más alta y sabiamente se hable en ellas, poder conocer ni sentir de ellas como realmente ellas son, cuando se carece de la iluminación de esta mística teología. Y así, viendo el alma con la iluminación divina que está en ella esta verdad, de que no se puede alcanzar y menos declarar por términos vulgares y humanos, con razón la llama secreta.

7. Esta propiedad de ser secreta y sobre la capacidad natural de esta divina contemplación la tiene no sólo por ser algo sobrenatural, sino también es cuanto es vía que guía y lleva al alma a las perfecciones de la unión de Dios. Estas perfecciones, como son cosas no conocidas carnalmente, se debe de caminar hacia ellas humanamente no sabiendo y divinamente ignorando. Puesto que, hablando místicamente como aquí estamos hablando, las cosas y perfecciones divinas no se conocen ni entienden como ellas son cuando las van buscando y ejercitando, sino cuando se las tiene ya halladas y ejercitadas. Porque a este propósito dice el profeta Baruc (3, 31) de esta Sabiduría divina: "No hay quien pueda saber sus vías, ni quien pueda pensar sus sendas". También el profeta real de este camino del alma dice de esta manera, hablando con Dios: "Y tus ilustraciones lucieron y alumbraron a la redondez de la tierra, se conmovió y se estremeció la tierra. En el mar está tu vía, y tus sendas en muchas aguas, y tus pisadas no serán conocidas" (Sal.76,19-20).

8. Todo lo cual, hablando espiritualmente, se entiende al propósito que estamos mostrando. Porque "alumbrar con los brillos de Dios a la redondez de la tierra" es la ilustración que hace esta divina contemplación en las potencias del alma; y "conmoverse y estremecer la tierra" es la purgación penosa que en ella causa; y decir que "la vía y camino de Dios", por donde el alma va a Él, "es en el mar, y sus pisadas en muchas aguas y que por eso no serán conocidas" es decir que este camino de ir a Dios es tan secreto y oculto para el sentido y conocimiento del alma como lo es para el del cuerpo el que se lleva por la mar, cuyas sendas y pisadas no se conocen. Los pasos y pisadas que Dios va dando en las almas a las que Él quiere llevar a sí poseen esta propiedad de no conocerse, haciéndolas a esas almas grandes en la unión de su Sabiduría. Por lo cual, en el libro de Job (37, 16) se dicen, destacando este aspecto, estas palabras: "¿Por ventura has tú conocido las sendas de las nubes grandes o las perfectas ciencias?", entendiendo por esto las vías y caminos por donde Dios va engrandeciendo a las almas y perfeccionándolas en su sabiduría, las cuales son aquí entendidas por las nubes. Queda claro, pues, que esta contemplación que va guiando al alma a Dios, es sabiduría secreta.


5.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (52)



CAPÍTULO 10.
Se hace distinción de todas las aprehensiones e inteligencias que pueden recabar en el entendimiento.


1. Para poder tratar en particular del provecho y daño que pueden hacer al alma, acerca de este medio que hemos dicho de fe para la divina unión, las noticias y aprehensiones del entendimiento, es necesario poner aquí una distinción de todas las aprehensiones, así naturales como sobrenaturales que puede recibir, para que luego por su orden más específicamente vayamos enderezando en ellas al entendimiento en la noche y oscuridad de la fe, lo cual será con la mayor brevedad que se pueda.

2. Es, pues, de saber que por dos vías puede el entendimiento recibir noticias e inteligencias: la una es natural y la otra sobrenatural. La natural es todo aquello que el entendimiento puede entender, ahora por vía de los sentidos corporales, ahora por sí mismo. La sobrenatural es todo aquello que se da al entendimiento sobre su capacidad y habilidad natural.

3. De estas noticias sobrenaturales unas son corporales, otras son espirituales. Las corporales son de dos maneras: unas las que por vía de los sentidos corporales exteriores las recibe, y otras por vía de los sentidos corporales interiores, en que se incluye todo lo que la imaginación puede conjeturar, fingir y fabricar.

4. Las espirituales son también de dos maneras: una es distinta e individual, y otra es confusa, oscura y general. Entre las distintas e individuales entran cuatro maneras de aprehensiones particulares, que se comunican al espíritu no mediante algún sentido corporal, y son: visiones, revelaciones, locuciones y sentimientos espirituales. La inteligencia oscura y general está en una sola, que es la contemplación que se da en fe. En esta hemos de poner al alma, encaminándola a ella por todas las otras, comenzando por las primeras, y desnudándola de ellas.