Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

7.5.21

Oración a San Miguel Arcángel para la hora de la muerte



Gloriosísimo príncipe San Miguel, caudillo de los ejércitos de Dios, asolador de los demonios, signífero de Jesucristo, gran sacerdote, ángel de la victoria, protector de la Iglesia y patrono universal de los fieles: defiéndeme en esta hora de mis mortales enemigos, para que mi alma no sea perturbada, ni mucho menos vencida.

Gloriosísimo arcángel San Miguel, alienta mi corazón con la esperanza firme de mi salvación eterna sin necesidad de pasar por el Purgatorio, y recíbeme bajo tu poderoso amparo, para que juntos alabemos a Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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6.5.21

Excelencias de San Miguel



In tempore autem illo consurget Michael princeps magnus, qui stat pro filiis populi tai. (Dan. XII, 1).

Y en aquel tiempo se levantaré Miguel, príncipe grande, que es el defensor de los hijos de tu pueblo.



¿Y habré de terminar estas páginas sin decir algo de mi gran protector San Miguel Arcángel? No, por cierto, que fuera ingratitud monstruosa la mía el callarme de pusilánime por no sé qué vanos temores. Porque si San José es abogado de los agonizantes, y conviene tenerle mucha devoción, San Miguel es el juez de las almas, y de él reciben a nombre de Jesucristo, que tiene la verdadera judicatura sobre los vivos y los muertos, la sentencia final.

El arcángel San Miguel tiene a su cargo el patrocinio del linaje humano y la protección de la Iglesia universal. A los mil Angeles de guarda que le fueron asignados a la Santísima Virgen mientras vivió en este mundo, dice la Venerable Madre Agreda, en la 1a. parte, libro I, cap. XIV, n.° 205: "Y para disponer mejor este invencible escuadrón de Angeles, fue señalado por su cabeza el príncipe de la milicia celestial San Miguel, que si bien no asistía siempre con la Reina, pero muchas veces la acompañaba y se le manifestaba. El Altísimo le destinó para que en algunos misterios, como especial embajador de Cristo Señor nuestro, atendiese a la guarda de su Santísima Madre".

5.5.21

Oh gloriosa Señora (himno)





Himno "Oh Gloriosa Señora", interpretado por los monjes de la Abadía de Solesmes.

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Amor a María Santísima



Et ait Maria: Magníficat anima mea Dominum, ecce enim ex hoc beatam me dicent omnes generationes. (Luc. I, 46, 48).

Y dijo María: Mi alma engrandece al Señor, pues ya desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones.



Dice Nieremberg, tomo 2.° de sus "Obras espirituales", pág. 146 vuelto: "Hasta los mismos precitos deben tener por dicha haber nacido en estos tiempos, que no haya quien no alcance la piedad y clemencia de María; porque a los mismos que se han de condenar les tiene compasión librándoles en esta vida de muchas tribulaciones y trabajos, como compadecida de lo que después han de tener por no haberse querido aprovechar de su misericordia, o les acorta de compasión la vida porque no se condenen con más pecados, y después de caídos en el infierno deben a María que no les castigue Dios tanto como merecen, porque la pena menor con que dicen los teólogos que Dios castiga a los condenados, y el premio mayor con que galardona a los bienaventurados, deuda es y beneficio que se debe ahora a esta Señora. Y si, conforme a San Ildefonso, de alguna pena accidental se alivian los condenados, más razón hay para entender que regocijará en el cielo a los bienaventurados con nuevos premios accidentales. Pues los que van al Purgatorio, ¡cuan largo lo penaban antiguamente, cuando no había María que intercediese por ellos! Mas ahora con su piedad les abrevia aquellas penas, y les consuela en ellas. Para todos son dichosos estos tiempos del reino de María, después que Ella manda en el cielo y en la tierra".

Nuestras culpas, solamente ellas son las que han creado aquellos dos horribles lugares, a saber, el infierno y el Purgatorio. ¡Nuestras culpas! Pero, ¡oh feliz culpa, cantaré con la Iglesia, que nos mereció tener tal Redentor! Sí, por salvarme os hicisteis, Dios mío, Hijo de María. Por mi bien ¡oh María!, os hizo Dios su Madre. Ved, pues, Madre de mi alma, lo que ambos debéis a mis culpas, pues a no haber pecados que remediar, ni Vos, Jesús mío, seríais Hijo de María, ni Vos, Madre mía, fuerais lo que hoy sois, la Madre de Jesús. Luego ambos a dos me sois deudores; al paso que de uno y otro me reconozco con la misma obligación. Si debo, me debéis; si no hubiese de parte mía miserias que remediar, por demás fuera la misericordia, y a no haber pecados que redimir, tampoco tendríamos a Jesús, nuestra vida, por Redentor. "O felix culpa, quae talem ac tantum meruit habere Redemptorem!". Por eso puesto en medio de las dos fuentes de piedad, el Hijo y la Madre, exclamaré: Señor, perdonad al esclavo de vuestra Madre; y a Esta la diré: Madre mía, perdonad al esclavo de vuestro Hijo. Salvador mío, ¿me habéis perdonado? ¿No me enviaréis al Purgatorio? Mirad que de sólo pensar en lo dudoso de mi ulterior destino, me hace perder el juicio. Rey de cielos y tierra, Jesús mío, perdón, perdón. Madre de misericordia, Virgen Purísima, miradme con piedad, compadeceos de mí, y alcanzadme de vuestro Hijo Jesús gracia para morir verdaderamente arrepentido.

4.5.21

Bondad de Dios



"Oblicioni datas sum, tamquam mortuus a corde". (Psalm. XXX, 13).

Fui borrado de su corazón, y puesto en olvido como un muerto.



Dice Dios: "No quiero la muerte del impío, sino que se convierta de sus caminos y viva" (Ezequiel, XVIII, 23; XXXIII, 11).

"Seré tu muerte, oh muerte; seré tu mordedura, oh infierno". (Oseae, XIII, 14).

El Señor con su muerte, triunfó de la muerte y del infierno; de la muerte, resucitando glorioso; del infierno, sacando del seno de Abrahán las almas de los santos Padres.