Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

4.5.20

Comunión espiritual de la Sangre de Cristo


¡Oh Sangre de Jesucristo! Yo te adoro en tu Eucarística Presencia en el Altar, yo creo en tu poder y dulzura. Penetra en mi alma y purifícala; en mi corazón e inflámalo.

Preciosa Sangre de Jesús, realmente presente en la Sagrada Hostia, alumbra mi inteligencia, toma posesión, circula siempre en mis venas, que todos mis sentidos sean marcados con Tu divina unción, que mi corazón palpite por Tu gloria, y que mis labios te exulten por siempre. Amén.

(La Comunión Espiritual puede ser hecha a cualquier hora del día).

27.4.20

Deshacerse del hombre viejo




Así como un árbol silvestre no da fruto, o si lo da es ácido e indigesto; pero que injertándole una púa de superior calidad los da tan excelentes y suaves como los del árbol de que fue tomado el injerto, así el cristiano, que en el Bautismo recibió el divino injerto, Cristo, ya no debe vivir del viejo Adán, sino del nuevo que es Cristo, y decir con el Apóstol: "Vivo yo, mas no yo, sino que vive Cristo en mí" (Gál. 2, 20).



(Vida buena y mala.).

Guía que ofrece salvoconducto


¿Quién me librará de esta desdicha,
quién me librará de este mal?
¿Quién me sacará de la codicia,
de la inmundicia infernal?

¿Quién me hará pasar las fronteras
de la esperanza fugaz?

¿Quién romperá mis cadenas,
quién me podrá liberar?

Tú sola, mi Virgen florida,
madre del Verbo Real,
mi apoyo en las horas de duelo,
mi salvoconducto a la eterna ciudad.

Tú, Virgen del Monte Carmelo,
Señora a la que me gozo cantar,
tú, de mi alma el consuelo,
pues poderoso es a Dios tu rogar.

Eres de los ángeles deleite,
del malvado enemigo terror infinito y sin par,
eres del cristiano defensa,
del que llora cohibido amoroso suspiro al orar.

Tu escapulario es mi seña,
mi logo, mi emblema,
mi signo a tu pertenencia
y mi identidad.

Mi pasaje, mi amurallado reducto,
mi salvoconducto;
tu escapulario es el más refinado producto
de ti, Reina Celeste, para la humanidad.


Ludobian de Bizance.

26.4.20

Todas las cosas existen en Dios




Dios nuestro Señor ha creado nuestra alma a imagen y semejanza suya; la ha creado para que le conozca, ame y sirva aquí en la tierra y después sea feliz por toda la eternidad en el cielo. Dios ha creado el alma y la ha unido a un cuerpo, y cuerpo y alma forman un ser completo que se llama hombre. Dios, creador del cielo y de la tierra, y de cuantas cosas hay en aquellos, es dueño de todas ellas por haberlas creado y conservado; en todas existe por esencia, por presencia y por potencia; en ellas tiene sus delicias, en las personas que se ejercitan en la vida contemplativa y activa.



(Templo y palacio).

20.4.20

Cristo siempre en mí




No le hacen falta a las almas que están unidas al Señor largos razonamientos para excitarse a la paciencia, a la humildad, a la caridad, al olvido de sí. Todo el programa del alma está condensado y concentrado en una idea principal, que es, al propio tiempo, un ideal magnífico: "Renúnciate a ti para dejar a Cristo vivir enteramente en ti. A cada hora, en cada acción, dite a ti misma: 'no quiero yo vivir esto, sino que Cristo lo viva en mí'" (Gal. 2,20). Esta sola idea abarca la práctica de todas las virtudes, práctica tanto más perfecta cuanto que añade, a cada acto de virtud, un acto de amor.

La sola conciencia de la presencia de su Amado en ella, su solo recuerdo le basta.



(de Identificación con Jesucristo).