Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

3.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (80)



11. Oídas estas palabras, Moises se animó luego con la esperanza del consuelo del consejo que de su hermano había de tener. Porque esto tiene el alma humilde, que no se atreve a tratar a solas con Dios, ni se puede acabar de sentir completada sin gobierno y consejo humano. Y así lo quiere Dios, porque en aquellos que se juntan a tratar la verdad, se junta el allí para declararla y confirmarla en ellos, fundada sobre razón natural, como dijo que lo había de hacer con Moises y Aarón juntos, siendo en la boca del uno y en la boca del otro.
Que por eso tambien dijo en el Evangelio (Mt. 18, 20) que: "Donde estuvieren dos o tres juntos para mirar lo que es más honra y gloria de mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos", es a saber: aclarando y confirmando en sus corazones las verdades de Dios. Y es de notar que no dijo: "Donde estuviere uno solo, yo estoy allí" sino, por lo menos, dos, para dar a entender que no quiere Dios que ninguno a solas se crea para sí las cosas que tiene por ser de Dios, ni se confirme ni afirme en ellas sin la Iglesia o sus ministros, porque con uno solo no se aclarará ni se confirmará la verdad en su corazón, quedando entonces en dicha verdad débil y frío.

12. Porque de aquí es lo que encarece el Eclesiastes (4, 10­12), diciendo: "¡Ay del solo que cuando cayere no tiene quien le levante! Si dos durmieren juntos, se calentarán el uno al otro", es a saber, con el calor de Dios, que está en medio; "uno solo, ¿cómo se calentará?", es a saber: ¿cómo dejará de estar frío en las cosas de Dios? Y, si alguno pudiere más y prevaleciere contra uno, esto es, el demonio, que puede y prevalece contra los que a solas se quieren desenvolver en las cosas de Dios, dos juntos le resistirán, que son el discípulo y el maestro, que se juntan a saber y a hacer la verdad. Y además de eso, de ordinario el que está solo se siente tibio y flaco en su convicción y en la verdad, aunque más la haya oído de Dios, de tal modo que aunque por mucho tiempo san Pablo predicaba el Evangelio que dice él había oído no de hombre, sino de Dios, no pudo por ello dejar de ir a conferirlo con san Pedro y los Apóstoles, diciendo (Gl. 2, 2): "Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles", no teniéndose por seguro hasta que le dio seguridad el hombre. Es cosa pues notable que san Pablo hiciese algo así, ya que quien le reveló ese Evangelio, ¿no pudiera también revelar la seguridad de las falta que pudieran surgir en la predicación de la verdad del mismo que lo ha revelado?

13. Aquí se da a entender claro cómo no hay que asegurarse en las cosas que Dios revela, sino es por el orden que vamos diciendo porque, dado el caso que la persona aún y todo tenga certeza, como san Pablo tenía de su Evangelio pues lo había comenzado ya a predicar, y que aunque la revelación sea de Dios, todavía el hombre puede errar acerca de ella o en lo tocante a ella. Porque Dios no siempre, aunque dice lo uno, dice por necesidad lo otro, y muchas veces dice una orden o cualquier cosa, y no dice el modo de hacerla ni de llevarla a cabo porque, ordinariamente, todo lo que se puede hacer por acción y consejo humano no lo hace Él ni lo dice, aunque trate muy afablemente mucho tiempo con el alma. Lo cual conocía muy bien san Pablo pues, aunque sabía le era revelado por Dios el Evangelio, lo fue a conferir.
Y vemos esto claro en el Exodo (18, 21­22) donde, tratando Dios tan familiarmente con Moises, nunca le había dado aquel consejo tan saludable que le dio su suegro Jetró, es a saber: que eligiese otros jueces para que le ayudasen y no estuviese esperando el pueblo desde la mañana hasta la noche. El cual consejo Dios aprobó, y no se lo había dicho, porque aquello era cosa que podía caber en razón y juicio humano. Acerca de las visiones y revelaciones y locuciones de Dios, no las suele revelar Dios porque siempre quiere que se aprovechen de los juicios de los justos en cuanto se pudiere, y todas ellas han de ser reguladas por estos, salvo las que son de fe, que exceden todo juicio y razón, aunque no son contra la misma fe.

14. De donde no piense alguno que, porque sea cierto que Dios y los Santos traten familiarmente muchas cosas, por el mismo caso Dios les ha de declarar las faltas que tienen acerca de cualquier cosa, cuando pueden ellos saberlo por otra vía. Y así, no hay que asegurarse porque, como leemos haber acontecido en los Hechos de los Apóstoles que, con ser san Pedro príncipe de la Iglesia y que inmediatamente era enseñado de Dios, acerca de cierta ceremonia que usaba entre las gentes erraba, y sin embargo callaba Dios, hasta tal punto que le reprendió san Pablo, según allí afirma diciendo: "Como yo viese" -dice san Pablo-, "que no andaban rectamente los discípulos según la verdad del Evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si siendo tú judío, como lo eres, vives gentílicamente, ¿cómo haces tal ficción que fuerzas a los gentiles a judaizar?" (Gl. 2, 14). Y Dios no advertía esta falta a san Pedro por sí mismo, porque era cosa que caía en razón aquella simulación, y la podía saber por vía racional y con la intervención de la interpelación de sus compañeros.







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