Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

10.9.19

Segundo cuarto de hora de la Hora Santa


"Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz".

No solamente Jesús se ha revestido de nuestras iniquidades y las ha confesado a la Majestad divina, sino que las ha expiado en su Corazón, en el Huerto, en su carne santísima, sobre la Cruz.

Consideremos, lo primero, que sobre el Corazón santísimo de su muy amado Hijo va a descargar el Eterno Padre su enojo, y a ejercer todo el rigor de su justicia.

Consideremos a Jesús, dulce Cordero, mansedumbre infinita, entregado al terror de la vista de su Padre irritado. El temor, el tedio, la tristeza, se apoderan de su alma santísima. Comienza a temer, "pavere", a la vista de los tormentos que le esperan, a sentir un tedio mortal, "taedere", causado por la ingratitud de los hombres y por la inutilidad de su Pasión para tantos, y a afligirse, "maestus esse", con amarga tristeza mirando nuestros innumerables pecados, los cuales ha tomado sobre sí, abrevado de amargura.

Y el alma santísima del Salvador, llena de temor, pide misericordia: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz"... Su espíritu se turba, su cuerpo tiembla y suda sangre hasta regar con ella la tierra.

Escuchemos lo que el mismo Nuestro Señor reveló a santa Margarita María acerca de la lucha formidable que sostuvo en el huerto de Getsemaní:

"He comparecido - dijo - ante la Santidad de Dios, quien, sin atender a mi inocencia, me ha anonadado en su santa ira, haciéndome beber el cáliz lleno de la hiel y de la amargura de su justa indignación, como si hubiera olvidado el nombre de Padre para sacrificarme a su justa cólera".

"No hay criatura alguna - añadió Nuestro Señor -, que pueda comprender los grandes tormentos que sufrí entonces, y este mismo dolor es el que experimenta el alma criminal cuando comparece ante el tribunal de la santidad divina, que pesa en algún modo sobre ella, la lastima con su peso, la oprime y la destroza porque así lo pide la divina justicia".

¡Oh!, pensemos que un día tendremos nosotros que comparecer también ante la santidad de Dios; preparémonos a sufrir sus rigores, porque "si esto se hace en el leño verde, ¿en el seco qué se hará?".

Y sobre todo, seamos indulgentes con nuestros hermanos, no los juzguemos y no seremos juzgados. Con la misma medida con que midiéramos, seremos medidos.

Miserere mei Deus... In te Domine speravi. ("Misericordia mi Dios. En tí espero").