Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

8.9.19

Primer cuarto de hora de la Hora Santa


"Mi alma está triste hasta la muerte".

Consideremos a Jesús, el gran penitente de amor, al Cordero inmaculado presentándose delante de su Padre, cargado con todas las iniquidades del mundo: "se hizo pecador por nosotros", dice San Pablo. Se hizo nuestro fiador, y ha de pagar hasta el último cuadrante de nuestra deuda.

Todas las abominaciones, impurezas, traiciones, atentados, maldades, sacrilegios..., todos los crímenes, para decirlo en una palabra, que han manchado y mancharán a la humanidad entera, Él, la Santidad infinita, se ha revestido de ellos como de una lepra asquerosa.

Cubierto con este manto de ignominia, se arrodilla para confesar, en el tribunal de la Justicia divina, todos los pecados de los hombres.

Confiteor Deo omnipotenti...
Yo confieso ante Dios omnipotente...


Y no solamente los confiesa uno a uno, sino que le producen una vergüenza inexplicable y contrición infinita, e implora desde el fondo del abismo de humillación y de dolor en que está sumergido, el más humilde perdón de ellos.

De profundis clamavi ad te Domine...
Desde lo hondo a ti clamo, Señor...


¡Ah!, el pecado, ese lodo inmundo, ese mal abominable con que el nobilísimo Hijo de Dios se siente como impregnado hasta lo más íntimo de su sustancia, le llena de tan gran angustia que, cayendo postrado sobre su rostro, exclama: "Tristis est anima mea usque ad mortem!" ("Mi alma está triste hasta la muerte").

Dulcísimo Cordero que quitáis los pecados del mundo, preservadnos para siempre de este único y supremo mal. Por el mortal desamparo a que nuestras iniquidades Os redujeron en Getsemaní, hacednos concebir un vivo dolor de nuestros pecados y la enérgica resolución de no ofenderos más en adelante.

Perdón, Señor, para nosotros; perdón para los pobres pecadores, nuestros hermanos.


Acto de contrición. - Parce Domine.