Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

18.9.18

De las virtudes y de los vicios: Celo



El Celo de las almas, el Amor al prójimo, el Dolor interno y desgarrador por las ofensas hechas a Dios, el purísimo deseo de mi gloria, de mi mayor gloria, todas estas virtudes, nacen directamente del Amor divino. Son las consecuencias, los actos que este celestial incendio produce en las almas.

El Celo es hijo del Amor activo y una gracia muy especial que regalo a pocas almas. Es el Celo una comunicación de mi propio Ser, es un fuego que enciende a las almas en el deseo vehemente de la gloria de Dios y de la salvación del prójimo. Para este Celo divino no existen fatigas, ni cansancios, ni sacrificios por insuperables que sean y que con gozo no venza; lo sostiene una fuerza divina, lo impele constantemente un celestial fuego, las virtudes guerreras forman su séquito y es capaz de llevar a cabo grandes empresas.




Llega su intensidad al grado de martirio, el cual devora a las almas que lo poseen en la ardiente sed, infinita, diré, de mi gloria, de mi mayor gloria; esta admirable virtud lleva consigo el impulso sublime de la Caridad. En las almas puras es muy grande este Celo, y a la medida que crece su pureza, crece también su celo, y a la medida del Celo crece y toma incremento el Amor divino; y dentro de este círculo de Pureza, Amor y Celo, se consume en amor Mío aquella alma feliz. La vida de esta alma, su comida y su sueño, sus aspiraciones, anhelos, deseos y cuanto en ella existe es solamente para darme. con gran ansiedad, a conocer a otras almas. Sueña con el martirio mismo, si éste, con todos sus dolores, alcanza para Mí una sola alabanza.

Esta grandiosa virtud del Celo tiene también otra faz y consiste en el torcedor martirio con que amarga al alma pura que lo posee, por los pecados ajenos con que me ofenden los hombres. En este dolor el alma se consume y muere, y diría la vida en el más cruel martirio, por alcanzarme una alabanza; igualmente, y con creces ofrecería la vida por evitarme una sola ofensa.

¡Ah!, esta virtud arrastra mi Corazón y desata las gracias divinas en favor de las almas. Esta virtud fue la que dominó en mi Corazón durante mi paso por la tierra, y el ardor eterno consume todavía hoy mi Corazón que vive en los altares en favor del hombre.

Esta virtud constituyó mi vida o existencia entera. La Pureza plena, el Amor activo y el Celo infinito, y también activo, ardiente, constituyó repito, mi vida entera. El Celo es Dolor, Amor, y de estas dos substancias, diré, está formado mi Corazón.

Los enemigos del Celo son incontables, pues el infierno entero se pronuncia contra el alma que lleva en su seno esta virtud bendita que tantos males le hace; pero el Celo santo lleva consigo al escuadrón valeroso e intrépido de las virtudes guerreras con las cuales se sostiene. La prudencia es su guía y la Oración su todo. El hombre sin Oración no puede poseer esta virtud del Celo, porque la Oración es el arma principal de esta virtud. Y no crean que el Celo lo doy solamente a los Misioneros y Ministros míos. Lo doy a quien lo merece y a quien me place, porque esta virtud en su plenitud es gracia de mi Corazón, y un pedazo, diré de él mismo, mas ni muchos Misioneros y Ministros míos merecen esa gracia, ni a todos me place dársela. Digo, que a muchas almas niego esta gracia y en cambio la doy, en los grados que me parece, a otras almas, aunque generalmente a pocas, aunque no tengan que entenderse con los prójimos y con otras almas.

Existen Misioneros muy fríos y llenos de pasiones; existen también almas puras y purificadas, a quienes en un oculto rincón las abrasa esta virtud del Celo santo de mi gloria y hacen incontables conquistas, en el orden interno y secreto que sólo Yo conozco; y ¿saben por qué medios alcanzarán estas conquistas? Por medio de la Oración; esta arma poderosa unida al Sacrificio en un alma pura, lleva al cielo muchísimas almas, sin saberlo ni entenderlo. Sí, estas almas, en la obscuridad y en el silencio, alcanzan para los pecadores más victorias que muchas que predican en los púlpitos y en los campos.

La Oración, repito, es el arma poderosa del Celo, a la cual ni el mismo Dios, en su eterna Bondad, resiste. ¿Saben quién regala esta virtud de mi Corazón? El Espíritu Santo. Invóquenlo, y que el mundo todo lo invoque, y sobre todo, mis Ministros, porque el Celo es el campo de mi Iglesia.

v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com